Hey you, what do you see?
Something beautiful, something free?
Hey you, are you trying to be mean?
If you live with apes man, it's hard to be clean.
(“The Beautiful People” - Marilyn Manson)
Muchos tíos desabrochaban el botón y bajaban la cremallera de su pantalón -mostrando el ribete del boxer forzosamente de marca, con el logo de Calvin Klein, Armani o D&G- como señal de que estaban disponibles para contribuir a la donación de leche de las candidatas. Obviamente la ganadora sería aquella que acumulara más semen en su cubeta.
Mi amiga Julia y yo echamos un vistazo a las candidatas. Las otras dos chicas son bonitas, tienen un cuerpo esbelto, pero Linda destaca entre ellas como luciérnaga entre polillas. No es sólo su bello rostro, o el tanga negro minúsculo que deja al descubierto sus perfectas nalgas, o su cintura de avispa, o sus pechos rotundos embutidos en el Victoria’s Secret de encaje… Es su forma seductora de mirar, entornando los ojos felinos; es el guiño tentador que hace cuando se retira un mechón de cabello oscuro del rostro, abriendo los labios carnosos, mostrando casi imperceptiblemente la punta de la lengua que los acaricia.
Desde la barra compruebo que Linda es tan bella como astuta. Las otras dos concursantes se dedican a mamársela a los hombres más atractivos del club que ofrecen sus pollas. Linda rechaza a los guapos y se afana en hacer las mamadas a los jóvenes imberbes menos agraciados, ya que sabe que esos chavalillos están poco habituados a tener la polla entre los labios de una preciosa y experimentada chica, así que se corren al poco de metérsela en la boca.
Pasa el tiempo, la fiesta continúa, la música retumba machacona. Muchos ya han dejado de ver el espectáculo de las felaciones y bailan en la pista; otros están follando en los reservados, otros se meten rayas de coca en el servicio. Se sucede una corriente de bandejas que salen cargadas de copas y cócteles de la barra del bar y vuelven llenas de vasos vacíos. Las aspirantes ya han perdido la cuenta de las pollas que llevan ordeñadas. Entre mamada y mamada, todas se llevan las manos a las mejillas doloridas de tanto succionar. A estas alturas, la ventaja de Linda es evidente. El nivel de volumen de semen en su cubeta supera con diferencia al de las otras dos.
La música se interrumpe. La prueba ha finalizado. Observo a los prestigiosos socios fundadores del Club B. People que bajan las escaleras desde la sala VIP, donde a través de grandes pantallas observan todo lo que ocurre en la sala disco. Ellos son la élite, nunca tuvieron que superar prueba alguna para entrar a formar parte de su sociedad. Ellos son el Club.
La presidenta, una rubia barbie vestida de Armani, sube a la tarima, comprueba las cubetas y toma el micrófono.
-Tenemos una clara ganadora de la primera prueba… ¡Lynn!
El vitoreo es general. Linda sonríe satisfecha. Las otras chicas la felicitan con una sonrisa falsa que deja traslucir la rabia y el resentimiento.
-Un merecido aplauso también para las otras dos participantes, y vosotras no os desaniméis, muchachas –comenta la barbie hablando por el micro-, este resultado no es concluyente; el examen no ha hecho más que empezar. Damas, caballeros, presten atención, por favor… La siguiente prueba es bastante más rápida y mucho más sabrosa. Chicas, tenéis tres minutos para ingerir toda la leche que habéis logrado ordeñar, sin derramar ni una gota… Preparadas, listas… Pues venga, a tragar semen a partir de… ¡Ya!
Con los puños en alto los miembros del club aclaman y animan a las participantes: ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga!
Una de ellas se debate contra las arcadas y no consigue tomar más que los primeros sorbos antes de rendirse por las náuseas. La otra traga la lefa con los ojos cerrados, con cara de asco, pero no desiste en su empeño. Linda, sin embargo, toma la cubeta con ambas manos y, como si se tratara de la mejor nata, engulle el semen con pretendida glotonería hasta vaciar el recipiente, provocando la euforia del público al rebañar con los dedos los restos y lamerlos con fruición.
Al ver ese último gesto, Julia parpadea. Supongo que recuerda cuando Lynn era Linda, cuando las dos eran novias… cuando a Linda le encantaba que Julia lamiera la nata de sus dedos. Hace tanto de eso… Julia me contó que ambas trabajaban en una hamburguesería en el centro comercial. De vez en cuando Linda preparaba un helado Sandy, dejaba un resto entre sus dedos y, antes de servirlo, acudía a la cocina para que Julia lo lamiera, colocando sus dedos como si fueran piernas y las gotas de nata en el medio. Era tan excitante… era la señal de que su madre no iba a pasar la noche en casa… era el preludio de una intensa noche de ardientes lamidas en otras natas más dulces.
Julia amaba a Linda, cuando Linda aún no era Lynn. La Linda de entonces era una adolescente rellenita, usaba gafas, tenía los dientes torcidos y contaba chistes increíblemente malos, aunque Julia acababa llorando de la risa al oír sus carcajadas contagiosas. Linda era todo para Julia. Era su razón de despertar cada mañana, era la sal de la tierra, la chispa de la vida en el bote de Coca-Cola, la salsa barbacoa en las chips Deluxe, el corazón de chocolate de los tronquitos helados… Era su vida.
A Julia no le gustaba la madre de Linda. La consideraba una mujer egoísta, bella y fría como una víbora. Una ludópata que siempre se quejaba de no tener dinero, endeudada hasta las cejas, incapaz de mantener con dignidad a su hija, la cual tuvo que abandonar los estudios y ponerse a trabajar para tratar de subsistir y mantener el vicio de su madre. “Será sólo un tiempito, cariño, seguro que en nada tengo una buena racha y nos damos la gran vida”. Y el dinero que ganaba la muchacha se perdía siguiendo a la bolita que rodaba en la ruleta del casino.
“La gran vida” obsesionaba a Linda. En la hamburguesería Linda se crispaba cuando veía llegar al grupo de pijos de la zona norte de la ciudad, los mismos que, emulando a los niños ricos americanos, habían fundado la fraternidad Beta-People -que con el paso de los años pasó a ser el actual Club B.People-. La chica les atendía correctamente, pero en cuanto se alejaban para sentarse tras conseguir su pedido, empezaba con la misma retahíla de siempre:
-Seguro que una de esas minifaldas valen más que lo que cobro yo en tres meses currando como una negra. Y no digamos los perfumes que se gastan. Míralos, qué asco dan… Se tiran la gran vida sin hacer nada… Son superficiales, vacíos, tíos cachas y niñas bonitas, pijos de mierda, zorras que sólo piensan en su físico y en qué manera van a malgastar el dinero de sus padres ricachones… Les odio…
La razón de su profundo odio no tenía un motivo concreto. Los pijos de la zona norte nunca la habían insultado o tratado con desprecio. Simplemente la ignoraban. Ni se fijaban en ella. Linda era un ente invisible con uniforme a rayas que servía y cobraba sus menús.
Julia estaba segura de que el odio de Linda era tan profundo porque era pura y absoluta envidia. En el fondo ambas sabían que haría cualquier cosa, fuese lo que fuese, por ser uno de ellos.
Cualquier cosa, fuese lo que fuese… como comerle la polla a un montón de tíos, siendo lesbiana, y después beberse un cubo de semen. De todas formas no es la primera polla que ha tenido que chupar para conseguir lo que desea. Se inició en ello poco tiempo después de que su madre se casara. Sí, la suerte de su madre cambió, y no por tener una buena racha en la ruleta, sino porque conoció en el casino a un viejo cabrón forrado de pasta con el que acabó contrayendo matrimonio. “Venga, cariño, esta noche salgo un ratito, hazle compañía a papi… Ya sabes, sé complaciente con él…”
“Hagan juego… No va más… siete rojo… siete rojo, señores…”. La madre perdía el dinero del viejo; papi manoseaba las tetas de la jovencita hasta que se empalmaba y ella le hacía una mamada; Linda era, pues, complaciente y conseguía la ortodoncia, la liposucción, el aumento de senos, el contorno de pómulos, el relleno labial y hermosos vestidos, bolsos, zapatos y complementos –carísimos, de primeras marcas- aumentando la posibilidad de recibir una invitación para aspirar a formar parte del Club de la Beautiful People. Y así, todos contentos.
Todos contentos menos Julia. Cuando Linda se mudó a la zona norte, sé que mi pobre amiga Julia quedó sin sal y sin vida. Pasaron los años y Linda se convirtió en Lynn. Sus dientes torcidos se enderezaban y su interior se retorcía. Pasaron los años y Julia sin Linda era como Coca-cola desventada, como patata frita sin salsa, como tronco helado sin chocolate en el corazón.
Hoy se han vuelto a encontrar cara a cara después de tanto tiempo. Linda la ha reconocido, aunque la ha mirado sin verla: Julia es ahora un ente invisible con uniforme que sirve y recoge copas con una bandeja en la mano. En este mundillo nadie se fija en nosotras. Julia y yo somos simplemente las camareras.
Le doy un toque a Julia, que está ensimismada. Me pasa la nota de un pedido y me dispongo a poner las copas. El ambiente está más relajado: la siguiente prueba se efectuará en uno de los saloncitos privados VIP, ya que consiste en comerle el coño por turnos a la barbie presidenta del Club, que decidirá quién lo hace mejor.
En esa prueba sé que Julia apostaría todo lo que posee a favor de su ex novia. “Debería ducharme antes, huelo a hamburguesa y fritanga, cariño…” “Mmmmm… Julia… entonces estás para comerte… ñam, ñam…, sólo necesito ponerte un poquito de salsa, un poquito de mi saliva en tus labios, en tu piel, en tus pezones, otro poquito más de salivita en tu coñito lindo, que creo que ya está condimentado con su jugo natural, sabroso, mmmm, con el hambre que te tengo…”
Y Linda encendía el deseo de Julia sazonándolo con la miel de su boca, saboreando sus pezones al dente. Se deleitaba espolvoreando caricias en los pliegues secretos, desgajando suspiros, desgranando placeres, moliendo con sus dientes delicias exquisitas… Mezclaba con paciencia exasperante todos los ingredientes y batía con su lengua poderosa las claras de la lujuria a punto de nieve. Y Julia… Julia se inflamaba y ardía como azúcar quemado. Su coño era caramelo líquido en boca de golosa compulsiva, que lamía con gula hasta saciar el deseo de su chica, que se corría retorciéndose sin aliento.
Julia me dijo que Linda era –y por lo visto, sigue siendo- una experta en el arte de preparar, calentar y comer coños, como confirma al cabo de un rato una Barbie resplandeciente y satisfecha.
Sí, Julia me contó eso y más, mucho más. Cuando la conocí me confesó cuánto la amó y cómo le rompió el corazón cuando la abandonó. Debí confortarla sin pasar de ahí; debí ser sólo amiga, sólo compañera de piso, y no empezar una relación basada en la búsqueda desesperada de consuelo por su parte. Me vi tratando de suplir las caricias perdidas por las mías, sabiendo que fracasaba en mi empeño de sustituir lo insustituible. Bueno, ¿y qué más da? Para mí es sólo sexo. Muy buen sexo. Pero sólo eso, ¿no? Venga… ¿A quién voy a engañar? No debí implicarme emocionalmente, no debí sentir… ¿Quién me manda a mí enamorarme? ¿Es que acaso soy idiota? Claro que soy idiota, porque después de tanto tiempo sigo fracasando en mi puto empeño que conseguir que me ame como ella amó a Linda, tanto como yo la amo a ella, porque Julia se ha convertido en la sal de mi vida pero yo nunca seré la sal de la suya. La sal siempre fue otra, y su sombra siempre está ahí.
Cuando las otras dos aspirantes son informadas de la índole de la última prueba, -requisito indispensable para ser elegida- renuncian a seguir participando aparentemente escandalizadas, aunque yo aseguraría que más bien se retiran enojadas y desanimadas por la ventaja y la superioridad que demuestra su rival. Lynn se presta gustosa a cumplir el último ritual, eufórica por haberlo conseguido. Ya es prácticamente una B. People. En la tarima desabrocha su sujetador y lo lanza hacia el grupo numeroso que aplaude y vocifera. Otro clamor estalla al lanzar sus braguitas tanga.
-Es… sublime… como una diosa –tengo que reconocer muy a mi pesar.
-Antes era mucho más bonita –me asegura Julia y la boca se me seca.
Trato de respirar hondo, tragar el nudo que me sube por la garganta, someter esta angustia que, si me vence, va a hacer que estalle en sollozos ridículos. Pero, ¿qué coño me pasa? Yo soy una tía dura, nadie nunca me ha visto llorar. Diossss… No, no puedo seguir así, engañándome a mí misma y tratando de no sentir lo que siento. No suelo rendirme, puedo darlo todo en la carrera, pero ni siquiera yo apostaría por mí misma, porque soy caballo perdedor… más bien yegua perdedora ante el recuerdo de una pura sangre contra la que no puedo competir. Todo esto ha sido como una prueba para mí, una dura prueba para que no tenga más remedio que admitir que estoy enamorada; lo estoy, hasta lo más profundo de mi ser… Pero he de aceptar también que Julia nunca será mía. Por eso tengo que alejarme.
En la tarima, Lynn se arrodilla y gatea con elegancia felina hacia el centro, inclina la cabeza, eleva las caderas, se lleva las manos a las nalgas y las abre, ofreciendo su prieto orificio anal a disposición de cualquier miembro del Club interesado en penetrarla, con la polla o con los diversos dildos que enarbolan muchas de las chicas y otros tantos chicos. Una de ellas empieza a dilatarle el ano con un plug de gelatina embadurnado de lubricante, antes de que la aborde la horda lasciva.
-Uffff…. Esta noche beben como esponjas, van a acabar con todo el alcohol del local. Esto es la selva –me comenta Julia.
-Sí, la selva… así están todos, como locos, borrachos, vomitando… o follando unos con otros como monos en celo –No quiero preguntarle cómo está, cómo se siente. Sería incapaz de soportar que se derrumbara por una tía que no vale la pena.
-¿Sabes una cosa? –me confiesa-. Creo que encontrarme con Lynn esta noche ha sido una especie de prueba para mí, una prueba que he superado. Esa chica no es Linda. Me he dado cuenta de que no sólo dejó de serlo el día que me dejó, sino que nunca lo fue. La Linda que yo amaba no existe. Dudo que haya existido alguna vez. Pensé que verla hoy aquí, y así, iba a hacerme sentir dolida o triste o enfadada o resentida o mortificada o… vete a saber qué… Pero lo único que siento por ella es… lástima. Sólo lástima. Es una pena… Mírales a todos… Son jóvenes, guapos, ricos… Y aquí están, noche tras noche poniéndose hasta el culo de alcohol y drogas, volcándose ebrios a relaciones sexuales sin sentido. Mírala a ella…
Miro a Lynn. Dos tíos le practican una doble penetración mientras un tercero que se pajea acaba corriéndose sobre su cara. El que la sodomiza se retira y eyacula sobre sus nalgas. El otro sigue incitándola a cabalgarle. Se acerca el siguiente. Es una chica que ríe como histérica y que le introduce en el ano un consolador de bolas.
-Beberá demasiado, se meterá coca hasta por las orejas –continua Julia-, tratará de que le tapen todos los agujeros, de tenerlos siempre embutidos con otras carnes, como ahora… pero será inútil. Está vacía por dentro. Como todos ellos… Por eso ansían llenarse de lo que sea, porque están totalmente vacíos… Y es una pena, ¿verdad, mi amor?
-Sí, cariño… -le contesto tan llena de felicidad que la puñetera lágrima acaba cayendo emocionada y victoriosa.
Me ha llamado “mi amor”… Y me está mirando como si yo fuera la inmensa sal de su mar y único el sol de su cielo. Tengo que hacer un gran esfuerzo por contenerme y no besarla. Quiero tenerla entre mis brazos, decirle que la quiero, sentir sus pechos rozando los míos, su aliento reanimándome. Quiero sentir que nuestra boca es una, que sus labios son los míos y los míos, suyos. Que somos la misma piel, piel que se eriza en un escalofrío ardiente de deseo. Quiero besarla, pero no lo hago. Julia me mira… Sé que quiere besarme, pero no lo hace. No aquí.
Nos besaremos en casa, en la cama. Solas Julia y yo. Atenuaremos la luz y no habrá sombra de por medio. Entre Julia y yo sólo habrá pezón contra pezón y piel contra piel rebozada en saliva, habrá dedos retirando rizos, separando surcos; piernas que se articularán, encajando dos sexos húmedos de mujer que se buscarán con avidez hasta acoplarse. Una vez unidas bailaremos incitando nuestros clítoris henchidos y se originarán los más vívidos placeres. Me beberé su aliento y Julia tratará de domar sus roces apremiantes, pero yo ya seré yegua desbocada apretándome bien fuerte, y así, fundidas, nos precipitaremos hacia la cúspide del orgasmo más intenso y apasionado.
Mmmm... Lo más probable es que no sea tan sincronizado, que yo acabe corriéndome antes, como suele suceder… Pero la dejaré satisfecha con mi cabeza buceando entre sus piernas, mis dedos empapados cercando el virtuoso punto G de sus gemidos sin control y mi lengua retozando en su clítoris, dispuesta a hacerla volar en la embriaguez del éxtasis...
Una orden del encargado con un pedido me devuelve a la música electrónica atronadora, a los gritos obscenos, al olor a sexo etílico y a vómito y al panorama sórdido de un masivo bukkake en la tarima con Lynn como protagonista. Los más osados -o los más ebrios- orinan sobre ella.
Nada de eso puede afectarnos ya. Nada conseguirá bajarme de mi cielo y borrarme la sonrisa embobada con la que miro a Julia. La misma sonrisa boba y maravillosa con la que Julia me mira a mí en la mejor noche de mi vida.
Something beautiful, something free?
Hey you, are you trying to be mean?
If you live with apes man, it's hard to be clean.
(“The Beautiful People” - Marilyn Manson)
Las tres aspirantes a formar parte del exclusivo Club B. People ya se habían despojado de su ropa y se habían quedado en ropa interior. Su misión era ordeñar con la boca a cualquiera de los socios invitados a la fiesta. Portaban una copa en la mano, en la que escupir el semen, para luego vaciarlo en la cubeta que llevara su nombre. La música electrónica sonaba a todo volumen, marcando el ritmo frenético de las mamadas, mientras los de alrededor jaleaban vociferando: “¡Chupa, zorra, chupa! ¡Chupa, zorra, chupa!”
Muchos tíos desabrochaban el botón y bajaban la cremallera de su pantalón -mostrando el ribete del boxer forzosamente de marca, con el logo de Calvin Klein, Armani o D&G- como señal de que estaban disponibles para contribuir a la donación de leche de las candidatas. Obviamente la ganadora sería aquella que acumulara más semen en su cubeta.
Mi amiga Julia y yo echamos un vistazo a las candidatas. Las otras dos chicas son bonitas, tienen un cuerpo esbelto, pero Linda destaca entre ellas como luciérnaga entre polillas. No es sólo su bello rostro, o el tanga negro minúsculo que deja al descubierto sus perfectas nalgas, o su cintura de avispa, o sus pechos rotundos embutidos en el Victoria’s Secret de encaje… Es su forma seductora de mirar, entornando los ojos felinos; es el guiño tentador que hace cuando se retira un mechón de cabello oscuro del rostro, abriendo los labios carnosos, mostrando casi imperceptiblemente la punta de la lengua que los acaricia.
Desde la barra compruebo que Linda es tan bella como astuta. Las otras dos concursantes se dedican a mamársela a los hombres más atractivos del club que ofrecen sus pollas. Linda rechaza a los guapos y se afana en hacer las mamadas a los jóvenes imberbes menos agraciados, ya que sabe que esos chavalillos están poco habituados a tener la polla entre los labios de una preciosa y experimentada chica, así que se corren al poco de metérsela en la boca.
Pasa el tiempo, la fiesta continúa, la música retumba machacona. Muchos ya han dejado de ver el espectáculo de las felaciones y bailan en la pista; otros están follando en los reservados, otros se meten rayas de coca en el servicio. Se sucede una corriente de bandejas que salen cargadas de copas y cócteles de la barra del bar y vuelven llenas de vasos vacíos. Las aspirantes ya han perdido la cuenta de las pollas que llevan ordeñadas. Entre mamada y mamada, todas se llevan las manos a las mejillas doloridas de tanto succionar. A estas alturas, la ventaja de Linda es evidente. El nivel de volumen de semen en su cubeta supera con diferencia al de las otras dos.
La música se interrumpe. La prueba ha finalizado. Observo a los prestigiosos socios fundadores del Club B. People que bajan las escaleras desde la sala VIP, donde a través de grandes pantallas observan todo lo que ocurre en la sala disco. Ellos son la élite, nunca tuvieron que superar prueba alguna para entrar a formar parte de su sociedad. Ellos son el Club.
La presidenta, una rubia barbie vestida de Armani, sube a la tarima, comprueba las cubetas y toma el micrófono.
-Tenemos una clara ganadora de la primera prueba… ¡Lynn!
El vitoreo es general. Linda sonríe satisfecha. Las otras chicas la felicitan con una sonrisa falsa que deja traslucir la rabia y el resentimiento.
-Un merecido aplauso también para las otras dos participantes, y vosotras no os desaniméis, muchachas –comenta la barbie hablando por el micro-, este resultado no es concluyente; el examen no ha hecho más que empezar. Damas, caballeros, presten atención, por favor… La siguiente prueba es bastante más rápida y mucho más sabrosa. Chicas, tenéis tres minutos para ingerir toda la leche que habéis logrado ordeñar, sin derramar ni una gota… Preparadas, listas… Pues venga, a tragar semen a partir de… ¡Ya!
Con los puños en alto los miembros del club aclaman y animan a las participantes: ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga!
Una de ellas se debate contra las arcadas y no consigue tomar más que los primeros sorbos antes de rendirse por las náuseas. La otra traga la lefa con los ojos cerrados, con cara de asco, pero no desiste en su empeño. Linda, sin embargo, toma la cubeta con ambas manos y, como si se tratara de la mejor nata, engulle el semen con pretendida glotonería hasta vaciar el recipiente, provocando la euforia del público al rebañar con los dedos los restos y lamerlos con fruición.
Al ver ese último gesto, Julia parpadea. Supongo que recuerda cuando Lynn era Linda, cuando las dos eran novias… cuando a Linda le encantaba que Julia lamiera la nata de sus dedos. Hace tanto de eso… Julia me contó que ambas trabajaban en una hamburguesería en el centro comercial. De vez en cuando Linda preparaba un helado Sandy, dejaba un resto entre sus dedos y, antes de servirlo, acudía a la cocina para que Julia lo lamiera, colocando sus dedos como si fueran piernas y las gotas de nata en el medio. Era tan excitante… era la señal de que su madre no iba a pasar la noche en casa… era el preludio de una intensa noche de ardientes lamidas en otras natas más dulces.
Julia amaba a Linda, cuando Linda aún no era Lynn. La Linda de entonces era una adolescente rellenita, usaba gafas, tenía los dientes torcidos y contaba chistes increíblemente malos, aunque Julia acababa llorando de la risa al oír sus carcajadas contagiosas. Linda era todo para Julia. Era su razón de despertar cada mañana, era la sal de la tierra, la chispa de la vida en el bote de Coca-Cola, la salsa barbacoa en las chips Deluxe, el corazón de chocolate de los tronquitos helados… Era su vida.
A Julia no le gustaba la madre de Linda. La consideraba una mujer egoísta, bella y fría como una víbora. Una ludópata que siempre se quejaba de no tener dinero, endeudada hasta las cejas, incapaz de mantener con dignidad a su hija, la cual tuvo que abandonar los estudios y ponerse a trabajar para tratar de subsistir y mantener el vicio de su madre. “Será sólo un tiempito, cariño, seguro que en nada tengo una buena racha y nos damos la gran vida”. Y el dinero que ganaba la muchacha se perdía siguiendo a la bolita que rodaba en la ruleta del casino.
“La gran vida” obsesionaba a Linda. En la hamburguesería Linda se crispaba cuando veía llegar al grupo de pijos de la zona norte de la ciudad, los mismos que, emulando a los niños ricos americanos, habían fundado la fraternidad Beta-People -que con el paso de los años pasó a ser el actual Club B.People-. La chica les atendía correctamente, pero en cuanto se alejaban para sentarse tras conseguir su pedido, empezaba con la misma retahíla de siempre:
-Seguro que una de esas minifaldas valen más que lo que cobro yo en tres meses currando como una negra. Y no digamos los perfumes que se gastan. Míralos, qué asco dan… Se tiran la gran vida sin hacer nada… Son superficiales, vacíos, tíos cachas y niñas bonitas, pijos de mierda, zorras que sólo piensan en su físico y en qué manera van a malgastar el dinero de sus padres ricachones… Les odio…
La razón de su profundo odio no tenía un motivo concreto. Los pijos de la zona norte nunca la habían insultado o tratado con desprecio. Simplemente la ignoraban. Ni se fijaban en ella. Linda era un ente invisible con uniforme a rayas que servía y cobraba sus menús.
Julia estaba segura de que el odio de Linda era tan profundo porque era pura y absoluta envidia. En el fondo ambas sabían que haría cualquier cosa, fuese lo que fuese, por ser uno de ellos.
Cualquier cosa, fuese lo que fuese… como comerle la polla a un montón de tíos, siendo lesbiana, y después beberse un cubo de semen. De todas formas no es la primera polla que ha tenido que chupar para conseguir lo que desea. Se inició en ello poco tiempo después de que su madre se casara. Sí, la suerte de su madre cambió, y no por tener una buena racha en la ruleta, sino porque conoció en el casino a un viejo cabrón forrado de pasta con el que acabó contrayendo matrimonio. “Venga, cariño, esta noche salgo un ratito, hazle compañía a papi… Ya sabes, sé complaciente con él…”
“Hagan juego… No va más… siete rojo… siete rojo, señores…”. La madre perdía el dinero del viejo; papi manoseaba las tetas de la jovencita hasta que se empalmaba y ella le hacía una mamada; Linda era, pues, complaciente y conseguía la ortodoncia, la liposucción, el aumento de senos, el contorno de pómulos, el relleno labial y hermosos vestidos, bolsos, zapatos y complementos –carísimos, de primeras marcas- aumentando la posibilidad de recibir una invitación para aspirar a formar parte del Club de la Beautiful People. Y así, todos contentos.
Todos contentos menos Julia. Cuando Linda se mudó a la zona norte, sé que mi pobre amiga Julia quedó sin sal y sin vida. Pasaron los años y Linda se convirtió en Lynn. Sus dientes torcidos se enderezaban y su interior se retorcía. Pasaron los años y Julia sin Linda era como Coca-cola desventada, como patata frita sin salsa, como tronco helado sin chocolate en el corazón.
Hoy se han vuelto a encontrar cara a cara después de tanto tiempo. Linda la ha reconocido, aunque la ha mirado sin verla: Julia es ahora un ente invisible con uniforme que sirve y recoge copas con una bandeja en la mano. En este mundillo nadie se fija en nosotras. Julia y yo somos simplemente las camareras.
Le doy un toque a Julia, que está ensimismada. Me pasa la nota de un pedido y me dispongo a poner las copas. El ambiente está más relajado: la siguiente prueba se efectuará en uno de los saloncitos privados VIP, ya que consiste en comerle el coño por turnos a la barbie presidenta del Club, que decidirá quién lo hace mejor.
En esa prueba sé que Julia apostaría todo lo que posee a favor de su ex novia. “Debería ducharme antes, huelo a hamburguesa y fritanga, cariño…” “Mmmmm… Julia… entonces estás para comerte… ñam, ñam…, sólo necesito ponerte un poquito de salsa, un poquito de mi saliva en tus labios, en tu piel, en tus pezones, otro poquito más de salivita en tu coñito lindo, que creo que ya está condimentado con su jugo natural, sabroso, mmmm, con el hambre que te tengo…”
Y Linda encendía el deseo de Julia sazonándolo con la miel de su boca, saboreando sus pezones al dente. Se deleitaba espolvoreando caricias en los pliegues secretos, desgajando suspiros, desgranando placeres, moliendo con sus dientes delicias exquisitas… Mezclaba con paciencia exasperante todos los ingredientes y batía con su lengua poderosa las claras de la lujuria a punto de nieve. Y Julia… Julia se inflamaba y ardía como azúcar quemado. Su coño era caramelo líquido en boca de golosa compulsiva, que lamía con gula hasta saciar el deseo de su chica, que se corría retorciéndose sin aliento.
Julia me dijo que Linda era –y por lo visto, sigue siendo- una experta en el arte de preparar, calentar y comer coños, como confirma al cabo de un rato una Barbie resplandeciente y satisfecha.
Sí, Julia me contó eso y más, mucho más. Cuando la conocí me confesó cuánto la amó y cómo le rompió el corazón cuando la abandonó. Debí confortarla sin pasar de ahí; debí ser sólo amiga, sólo compañera de piso, y no empezar una relación basada en la búsqueda desesperada de consuelo por su parte. Me vi tratando de suplir las caricias perdidas por las mías, sabiendo que fracasaba en mi empeño de sustituir lo insustituible. Bueno, ¿y qué más da? Para mí es sólo sexo. Muy buen sexo. Pero sólo eso, ¿no? Venga… ¿A quién voy a engañar? No debí implicarme emocionalmente, no debí sentir… ¿Quién me manda a mí enamorarme? ¿Es que acaso soy idiota? Claro que soy idiota, porque después de tanto tiempo sigo fracasando en mi puto empeño que conseguir que me ame como ella amó a Linda, tanto como yo la amo a ella, porque Julia se ha convertido en la sal de mi vida pero yo nunca seré la sal de la suya. La sal siempre fue otra, y su sombra siempre está ahí.
Cuando las otras dos aspirantes son informadas de la índole de la última prueba, -requisito indispensable para ser elegida- renuncian a seguir participando aparentemente escandalizadas, aunque yo aseguraría que más bien se retiran enojadas y desanimadas por la ventaja y la superioridad que demuestra su rival. Lynn se presta gustosa a cumplir el último ritual, eufórica por haberlo conseguido. Ya es prácticamente una B. People. En la tarima desabrocha su sujetador y lo lanza hacia el grupo numeroso que aplaude y vocifera. Otro clamor estalla al lanzar sus braguitas tanga.
-Es… sublime… como una diosa –tengo que reconocer muy a mi pesar.
-Antes era mucho más bonita –me asegura Julia y la boca se me seca.
Trato de respirar hondo, tragar el nudo que me sube por la garganta, someter esta angustia que, si me vence, va a hacer que estalle en sollozos ridículos. Pero, ¿qué coño me pasa? Yo soy una tía dura, nadie nunca me ha visto llorar. Diossss… No, no puedo seguir así, engañándome a mí misma y tratando de no sentir lo que siento. No suelo rendirme, puedo darlo todo en la carrera, pero ni siquiera yo apostaría por mí misma, porque soy caballo perdedor… más bien yegua perdedora ante el recuerdo de una pura sangre contra la que no puedo competir. Todo esto ha sido como una prueba para mí, una dura prueba para que no tenga más remedio que admitir que estoy enamorada; lo estoy, hasta lo más profundo de mi ser… Pero he de aceptar también que Julia nunca será mía. Por eso tengo que alejarme.
En la tarima, Lynn se arrodilla y gatea con elegancia felina hacia el centro, inclina la cabeza, eleva las caderas, se lleva las manos a las nalgas y las abre, ofreciendo su prieto orificio anal a disposición de cualquier miembro del Club interesado en penetrarla, con la polla o con los diversos dildos que enarbolan muchas de las chicas y otros tantos chicos. Una de ellas empieza a dilatarle el ano con un plug de gelatina embadurnado de lubricante, antes de que la aborde la horda lasciva.
-Uffff…. Esta noche beben como esponjas, van a acabar con todo el alcohol del local. Esto es la selva –me comenta Julia.
-Sí, la selva… así están todos, como locos, borrachos, vomitando… o follando unos con otros como monos en celo –No quiero preguntarle cómo está, cómo se siente. Sería incapaz de soportar que se derrumbara por una tía que no vale la pena.
-¿Sabes una cosa? –me confiesa-. Creo que encontrarme con Lynn esta noche ha sido una especie de prueba para mí, una prueba que he superado. Esa chica no es Linda. Me he dado cuenta de que no sólo dejó de serlo el día que me dejó, sino que nunca lo fue. La Linda que yo amaba no existe. Dudo que haya existido alguna vez. Pensé que verla hoy aquí, y así, iba a hacerme sentir dolida o triste o enfadada o resentida o mortificada o… vete a saber qué… Pero lo único que siento por ella es… lástima. Sólo lástima. Es una pena… Mírales a todos… Son jóvenes, guapos, ricos… Y aquí están, noche tras noche poniéndose hasta el culo de alcohol y drogas, volcándose ebrios a relaciones sexuales sin sentido. Mírala a ella…
Miro a Lynn. Dos tíos le practican una doble penetración mientras un tercero que se pajea acaba corriéndose sobre su cara. El que la sodomiza se retira y eyacula sobre sus nalgas. El otro sigue incitándola a cabalgarle. Se acerca el siguiente. Es una chica que ríe como histérica y que le introduce en el ano un consolador de bolas.
-Beberá demasiado, se meterá coca hasta por las orejas –continua Julia-, tratará de que le tapen todos los agujeros, de tenerlos siempre embutidos con otras carnes, como ahora… pero será inútil. Está vacía por dentro. Como todos ellos… Por eso ansían llenarse de lo que sea, porque están totalmente vacíos… Y es una pena, ¿verdad, mi amor?
-Sí, cariño… -le contesto tan llena de felicidad que la puñetera lágrima acaba cayendo emocionada y victoriosa.
Me ha llamado “mi amor”… Y me está mirando como si yo fuera la inmensa sal de su mar y único el sol de su cielo. Tengo que hacer un gran esfuerzo por contenerme y no besarla. Quiero tenerla entre mis brazos, decirle que la quiero, sentir sus pechos rozando los míos, su aliento reanimándome. Quiero sentir que nuestra boca es una, que sus labios son los míos y los míos, suyos. Que somos la misma piel, piel que se eriza en un escalofrío ardiente de deseo. Quiero besarla, pero no lo hago. Julia me mira… Sé que quiere besarme, pero no lo hace. No aquí.
Nos besaremos en casa, en la cama. Solas Julia y yo. Atenuaremos la luz y no habrá sombra de por medio. Entre Julia y yo sólo habrá pezón contra pezón y piel contra piel rebozada en saliva, habrá dedos retirando rizos, separando surcos; piernas que se articularán, encajando dos sexos húmedos de mujer que se buscarán con avidez hasta acoplarse. Una vez unidas bailaremos incitando nuestros clítoris henchidos y se originarán los más vívidos placeres. Me beberé su aliento y Julia tratará de domar sus roces apremiantes, pero yo ya seré yegua desbocada apretándome bien fuerte, y así, fundidas, nos precipitaremos hacia la cúspide del orgasmo más intenso y apasionado.
Mmmm... Lo más probable es que no sea tan sincronizado, que yo acabe corriéndome antes, como suele suceder… Pero la dejaré satisfecha con mi cabeza buceando entre sus piernas, mis dedos empapados cercando el virtuoso punto G de sus gemidos sin control y mi lengua retozando en su clítoris, dispuesta a hacerla volar en la embriaguez del éxtasis...
Una orden del encargado con un pedido me devuelve a la música electrónica atronadora, a los gritos obscenos, al olor a sexo etílico y a vómito y al panorama sórdido de un masivo bukkake en la tarima con Lynn como protagonista. Los más osados -o los más ebrios- orinan sobre ella.
Nada de eso puede afectarnos ya. Nada conseguirá bajarme de mi cielo y borrarme la sonrisa embobada con la que miro a Julia. La misma sonrisa boba y maravillosa con la que Julia me mira a mí en la mejor noche de mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario