Esto que estoy escribiendo es una confesión. Más que una confesión, es como una liberación. Estos hechos ocurrieron hace unos meses. Empezaré hablando de mi novio Carlos.
Tras un matrimonio desastroso y algunas relaciones fugaces, conocí a Carlos por mediación de una amiga. A los cinco minutos de conocerle ya me había enamorado de él. Alto, guapo, educado... Todo un caballero. De esos que te abren la puerta del coche, te sorprenden con un ramo de rosas... Era genial. Al año de salir, nos fuimos a vivir juntos. La convivencia no supuso ningún problema. Nos aveníamos a las mil maravillas. Carlos rayaba la perfección, pero claro, nadie es perfecto. Todo era estupendo, excepto en un aspecto: nuestra vida sexual.
Mi novio y yo dormíamos siempre desnudos, aunque no hiciéramos el amor. A Carlos le gustaban las mamadas matinales. Se despertaba excitado y me sacudía un poco con la mano. Yo, algo somnolienta aún, ya sabía lo que tenía que hacer. Metía mi cabeza entre sus piernas y le chupaba la polla hasta que se corría en mi boca. No es que fuera una obligación ni mucho menos, para mí era un placer hacerlo. Me encantaba sentirle tan duro, chuparle con fuerza. Tardaba mucho en correrse y yo disfrutaba de cada momento, porque hacerle una mamada siempre me ha puesto muy, muy cachonda. Creo que el verle excitado y oir sus jadeos era lo que más me ponía. Me gustaba tragarme el semen porque sabía que eso a él le excitaba mucho más y siempre bromeaba con lo mismo en cuanto acababa de correrse.
-Ya te has tomado tu lechita calentita de desayuno, nena, nutritiva y de la mejor calidad.
Y luego, satisfecho y relajado, se dormía hasta la hora que sonaba el despertador y a mí me dejaba que me subía por las paredes, más caliente que una brasa. Esperaba a que se durmiera y me acariciaba el clítoris y los pezones soñando despierta que me la metía hasta el fondo por detrás y me follaba a lo bestia. Imaginaba que era su lengua la que me lamía, que sus manos me tocaban... Y es que Carlos nunca había practicado el sexo oral conmigo y la verdad era que a mí me daba algo de pudor pedírselo.
Lo habitual era hacerlo los sábados por la noche, cuando volvíamos de tomar unas copas con los amigos. Y, la verdad, nunca era nada extraordinario, al menos no para mí. No era hombre de muchos preliminares. Le gustaba hacerlo en la mesa del comedor, yo tumbada con las piernas bien abiertas y él de pie, viendo cómo su polla entraba y salía de mi coño, primero despacio y luego incrementando el ritmo, hasta que se corría. Entonces me daba un beso y me decía:
-Nena, ve a lavarte un poco, que te he dejado toda pringada... Ha estado bien, ¿verdad?
Y yo me levantaba temblorosa, pero no por el éxtasis, sino porque seguía muy excitada y no había llegado al orgasmo. ¿Que por qué no se lo decía? Sí, lo hice. En una ocasión al principio de nuestra relación le dije que yo no había terminado aún y él me miró con una cara extraña.
-¿Es que acaso no te dejo satisfecha? -preguntó algo mosqueado-. No serás de esa clase de mujeres que se meten consoladores o se toquetean después porque son insaciables... Hasta ahora, ninguna de las tías con las que he estado se me ha quejado.
Pude ver que le había herido en su orgullo, que estaba dolido, así que le dije que era por mi culpa, que estaba muy estresada con el trabajo, pero que siempre me dejaba muy complacida. Y, claro, empecé a fingir orgasmos que no tenía con él, y a disimular los que sí tenía cuando el chorro a presión del agua caliente del videt me rozaba el clítoris al lavarme después.
Y bueno, sí. Carlos no era un buen amante, vale, pero tenía otras cualidades que compensaban su carencia en ese plano. Era atractivo, simpático, trabajador, mi familia le adoraba y yo... yo estaba enamorada de él, por eso, cuando me masturbaba, en mis fantasías de sexo salvaje, desbordado y vicioso, siempre era él el protagonista y me hacía de todo, de todo...
Al año de vivir juntos, su carácter cambió. Se volvió más taciturno y callado que de costumbre. El trabajo le absorvía y pasaba mucho más tiempo fuera de casa. Congresos, cursos, viajes de negocios...
En uno de esos viajes imprevistos yo tenía unos días libres en mi trabajo, así que decidí darle una sorpresa y presentarme en su hotel. La sorpresa me la llevé yo. Como era algo pronto, fui al bar a tomar algo y le ví en la barra, al lado de una chica, charlando y riendo. Me oculté tras una de las frondosas plantas, hasta que les vi coger juntos el ascensor. Piso dos. Aproveché que no había nadie en recepción y subí las escaleras corriendo. La puerta 203 se quedaba medio encajada en el momento de llegar al rellano. El corazón me latía con fuerza y no sabía qué hacer. Esperé un buen rato en la puerta, intentando tranquilizarme, diciéndome a mí misma que no, que estaba imaginando fantasmas donde no los había, que era posible que ambos estuvieran en el mismo piso y que cada uno hubiera ido a su habitación. El caso es que ya no podía aguantar más, abrí la puerta y entré.
La chica estaba de espaldas a mí, sobre la cama, y Carlos tampoco me vio porque tenía la cabeza entre sus piernas, bastante ocupado lamiéndola y haciéndola gemir como una loca.
El mundo se me cayó encima. Sigilosamente salí sin que se dieran cuenta de mi intromisión y me quedé apoyada en la pared, temblando.
Cogí un taxi que me llevó al aeropuerto y en el primer vuelo disponible regrese a casa.
Varios días estuve encerrada, llorando, con la excusa de que tenía gripe y no podía ir a trabajar. No podía creerlo. La chica era morena, los labios muy rojos, el pelo suelto y rizado, llevaba un vestido ajustado y corto. El tipo de mujer que Carlos siempre decía que no le gustaba. Y yo rubita, con mi pelito corto, mis trajes chaqueta de corte clásico y zapatos de medio tacón...
Quien ha pasado lo mismo que yo sabrá cómo me sentía. Algo se me desgarró por dentro. Él no era muy efusivo, pero yo creía que me amaba y nunca hubiera sospechado que me era infiel. Me sentía morir y no dejaba de darle vueltas a lo mismo, una y otra vez.
¿Por qué a ella sí y a mi no? No dejaba de repetírmelo. ¿Por qué nunca me ha comido así a mí? ¿Es que acaso mi coño era más raro? ¿Sería más feo? ¿Menos deseable? ¿Olería mal? Incluso me obsesioné oliéndome contínuamente. Yo me lo afeito todo, más que nada por comodidad, ya que voy a natación y tarda una menos en secarse tras la ducha. ¿Le gustarán, entonces, más peludos? Mi cabeza no paraba, hasta que empezaba a resentirme con una horrorosa jaqueca provocada por no comer casi, no dormir bien, y por los cuernos que me pesaban como losas en la frente.
El caso es que al tercer día, resucité. La tristeza y el dolor por la traición dejó paso a una rabia increíble y un intenso deseo de venganza. Tiré a la basura la mayor parte de mi guardarropa y salí a comprarme ropa nueva. Nada mejor que ir de compras para subirme el ánimo. La tarjeta se quejaba, pero llegué a casa provista, entre otras prendas, de una blusita negra de gasa semitransparente, una faldita plisada cortita de cuadros, un conjunto de braguita tanga y sujetador negros de encaje y unas botas de piel.
Me vestí, me maquillé y me miré al espejo. Mis pechos se marcaban y sobresalían por el escote de la camisa, el sujetador los mantenía firmes y juntos, mostrando la regatilla. La falda era tan corta que apenas me cubría lo mínimo y si me agachaba cuanto apenas, enseñaba el culo que no tapaba la braguita tanga. La imagen de mí misma me sorprendió. Ya paso de los treinta, pero parecía mucho más joven y estaba realmente de muy buen ver. El pelito corto me daba un aire inocente que contrarrestaba con mi atuendo tan provocativo. Una mezcla de putilla y colegiala ingénua con su minifaldita de uniforme escolar.
Estaba dispuesta a tirarme a cualquier tío que me gustara y que se pusiera por delante en cuanto pisara la calle. En eso llamaron al timbre. Eran tres, tres tíos como tres armarios, uno de cabellos claros, otro moreno con el pelo muy corto y el que habló, que llevaba el pelo algo más largo. Ups. ¡Los tres estaban buenísimos!
-Hola, soy Salvador. Estos son Jaime y David. Somos estudiantes de derecho y hemos alquilado el piso de enfrente. Creo hay un recibo de gastos que hemos de pagar a la comunidad de vecinos. Nos han dicho que no están domiciliados los pagos y que hay que pagarlo al presidente de la comunidad -sonrió mirándome de arriba a abajo-. Creo que venimos en mal momento, ibas a salir ¿verdad?
-Sí, pero no te preocupes. Encantada de conoceros -me presenté, nos dimos los dos besos de rigor y les dije iría a buscar el talonario de recibos.
No les invité a pasar, pero me siguieron hasta el despacho. Los recibos, en el último cajón. Al no estar acostumbrada a llevar faldas tan cortas, me agaché como si tal cosa, dejando el culo a la vista de los tres chicos.
-Bonito... Muy bonito... ¿Verdad David?
-Sí, precioso -respondió el moreno de pelo corto.
-De lo mejor que he visto -dijo el otro, Jaime.
Yo me levanté ruborizada, tirando un poco de la falda hacia abajo, y entonces se me cayó el bolígrafo. Sin pensarlo, me volví a agachar. Y otra vez mi culo expuesto. Aunque esta vez no se limitaron a mirar. Una mano me rozó la nalga suavemente. Cuando me volví, me miraban los tres con carita inocente, como si no hubiera pasado nada.
-¿Quién me ha tocado el culo? -pregunté yo, algo nerviosa, aunque también algo excitada.
-Adivínalo. Si lo adivinas, tienes premio -y Salvador, sonriendo, dio un golpecito intencionado al bolígrafo, que cayó de nuevo al suelo.
No sé qué se apoderó de mí, pero me agaché. No sabía adónde me llevaría ese juego extraño, sólo sabía que quería hacerlo, que tenía tres tíos buenos frente a mí y uno de ellos estaba interesado. ¿Para qué andar a buscar fuera de casa lo que el destino lleva a tu propia puerta?
Dos manos grandes me tocaban y apretaban las nalgas y la situación me parecía de lo más morbosa, un tío tocándome y dos mirando. Me estaba calentando más que en toda mi vida, y las braguitas de encaje no podían empapar tanta humedad como fluía de mi coñito necesitado. Entonces una tercera mano se une a las otras dos. Un dedo se introduce entre el hilito del tanga y me acaricia el ano, otro dedo va más allá y se mete dentro de mi vagina. Mmmmmm...
-¡Qué culo más prieto!
-¡Joder, tios! ¡Con el coño rasuradito! ¡Como me gustan a mí!
-Mmmmm, sí... ¡Qué chichi más bonito y jugoso! ¡Está hecho para comérselo!
Tres pares de manos tocan mis muslos, mis nalgas, se me meten dedos contínuamente por mi coño, que rezuma deseo, y de pronto dejan de tocarme.
Me incorporo toda sofocada, ardiendo, las piernas me tiemblan. Me vuelvo y están los tres ahí, sonriendo de forma lasciva.
-¿Los tres? -pregunto turbada.
-Sí, señorita -responde Salvador, el que lleva la voz cantante-. Acertaste. Has obtenido tu premio que te será ofrecido inmediatamente.
Salvador se apoya sobre la mesa del despacho, dejando hacer a los otros dos. David se acerca y empieza a desabrocharme la blusa. Desde atrás Jaime tira de la cremallera de la faldita y esta cae al suelo. Las manos de Jaime desabrochan mi sujetador, mientras David tira de él para quitármelo. Y yo me digo que estoy loca... que estoy loca... que no está bien... Pero me dejo desnudar y gana la otra voz, esa que clama más fuerte y que grita en mi interior: "Folladme... Folladme... ¡Follaaaaaadmeeeeeee!
-Estarás más comoda tumbada sobre la alfombra -dice Salvador-. Abre las piernas, preciosa, que te vamos a dar tu regalo.
Me puse cómo me indicó. Salvador me quitó las braguitas y se dedicó de lleno a lamerme entre los muslos, en las ingles, acercándose cada vez más a mi coño, a mi clítoris que estaba hinchado y duro. Oh, Siiiií... Una lengua experta que no deja de moverse lamiendo mi clít, el pecho derecho para Jaime, que chupa el pezón con los labios; el izquierdo para David, que lo lame con la lengua... Mmmmmmmmm... Gemía como una perra, me agitaba y me corrí enseguida, un orgasmo intenso, naturalmente el mejor que había tenido hasta el momento.
Mientras recuperaba el aliento ellos se iban desnudando. Sus pollas estaban ya muy tiesas y yo deseaba urgentemente tener alguna ya en la boca. Empecé chupándosela a David. Me arrodillé a cuatro patas y le estaba haciendo la mamada cuando oigo rasgarse algo, supuse que el envoltorio de un preservativo y nunca en mi vida he sentido un sonido más maravilloso. Jaime me penetra con ímpetu desde atrás.
-Joder, tía, qué mojada y caliente estás... Qué gusto... Mmmmm -decía Jaime.
-Así, chúpamela así, toda entera, toda entera en la boca, asiiiií -gemía David.
Era la situación más morbosa y viciosa que nunca llegué a pensar que podía vivir en realidad, ni en mis más depravadas fantasías pensé que iba a ponerme tan cachonda al montármelo con dos tíos a la vez y un tercero mirando, esperando su turno.
Jaime bombea con fuerza, siento cómo se corre y sale de mí. Entonces David deja mi boca huérfana de polla y se coloca detrás. Oigo rasgarse otro condón. Su polla es más grande y gruesa y entra con mayor dificultad, y yo estoy tan caliente, tan caliente...
Entonces Salvador se desliza debajo de mí, agarrándome fuertemente, mis brazos sobre sus hombros, su polla rígida choca contra mi clítoris en cada brutal embestida de David, y mi cara queda justo frente a la suya.
-Hay dos cosas que me ponen a cien. La primera es contemplar como una mujer se corre. Córrete para mí, guapa. Córrete... Córrete...
Salvador no perdía detalle de las expresiones de éxtasis que mi rostro le rebelaba y yo gemía y jadeaba por el placer más absoluto, su polla presionando mi clit, y otro tío detrás follándome como un animal.
Ay, siiii... Me corrí otra vez en un orgasmo frenético con unas contracciones tan fuertes que estrujaban la polla de David, así que este también se corrió y se dejó caer sobre mi espalda sudorosa.
Salvador me besa y mete la lengua en mi boca, yo casi estoy sin aliento, pero vuelvo a calentarme al sentir su lengua entrando y saliendo de mi boca, como si estuviera follándome con ella.
David y Jaime se sentaron en la alfombra, sonrientes, fumándose un cigarro. Estaban ya más relajados, no así Salvador, que aún no me había follado y su polla estaba rígida y dura a más no poder. Sin decir nada, salió de debajo de mi y caí de espaldas sobre la alfombra.
-¿Te han follado por el culo alguna vez? -preguntó Jaime, mordiéndose los labios, acariciándome las nalgas.
-No, no... Eso no... Nunca lo he hecho... Eso no...
-Pues esta será tu primera vez, y te aseguro que no será la última -Salvador se acerca superempalmado, con una mano en su polla ajustándose el condón y la otra portando la botella de aceite que ha ido a coger de la cocina.
Y yo me dejo llevar, porque empiezan de nuevo a tocarme, a acariciarme. David me chupa el coño, metiendo la lengua todo lo que puede, y Jaime me esta chupando el culo, su lengua roza mi ano y la introduce también despacito. El placer es tan vívido que me derrito de nuevo en jugos y jadeos incontrolados.
Luego siento los dedos, dentro, no sé bien de quien, untados en aceite, entrando en mi culo, y David arremete contra mis pezones lamiéndolos con delirio. Al principio es algo extraño, incómodo, pero cuando mi ano se dilata y me relajo, me excita tanto que empiezo a moverme contra esos dedos como una desesperada, deseando más, más... ¡Más!
-Creo que ya está preparada, Salvador. Toda tuya.
-Te dije que había dos cosas que me encantaban. Una ya la sabes, la otra es el sexo anal. Voy a follarte por el culo. Te voy a meter mi enorme polla hasta el fondo en ese agujerito virgen, hasta que mis huevos golpeen con tu carne, y te voy a hacer gritar y pedirme más.
Esa forma de mirarme, de hablarme... Esa polla... Siiiiií... Estaba tan, tan excitada que lo deseaba con toda mi alma.
Me puse contra la mesa y le dejé mi culo a su disposición. Y mi culito estaba hambriento, hambriento por sentir por primera vez una polla dentro. Me la metió despacio, centímetro a centímetro. Me dolía un poco, pero Salvador era un experto en el sexo anal y sabía muy bien lo que tenía que hacer para darme placer. Esperó a que me relajara y se movía despacio, acariciándome el clítoris. Podía ver que David y Jaime volvían de nuevo a empalmarse, quizá esperando su turno para darme por el culo también. Eso me excitó todavia más, si cabe. Empecé a moverme de delante a atrás, esa polla jugosa estaba haciendo algo mágico, tocaba algo, algunos nervios sensibles o algo, no lo sé, pero cada vez que entraba en mi interior, me hacía estremecer con un placer inimaginable y me corrí enseguida gritando como una poseída. Salvador siguió embistiendo, embutido en mi apretado ano, que notaba tan caliente que me ardía. Me abrió más las nalgas y ensartó la polla hasta la raiz.
-¡Me corro! ¡Te rompo el culo y me corrrrrooooooo! Aaaaaaah...
-Síiiiiií, más fuerte... hasta el fondo... sigue... SÍ, SÍ, SÍ.... ¡SIIIIIIIIÍ!
Me corrí otra vez, no podía parar de sacudirme y gemir. Fue tan fuerte, tan intenso que casi pierdo el sentido. Me quedé extenuada contra la mesa, sin poder mover ya ni un sólo músculo, casi sin poder respirar y con el corazón latiéndome desbocado cuando inesperadamente dos pares de manos me agarran al vuelo.
Me sientan sobre la polla de Jaime, que entra con facilidad en mi vagina tan lubricada, David se inclina detrás y me empuja hacia su amigo. Noto como su polla roza mi ano recién estrenado. ¡Los dos! ¡Me van a follar los dos a la vez!
Y casi me corro sólo de pensarlo. Cada vez que David empuja metiendo su polla en mi culo, la polla de Jaime entra y sale de mi coño. Es una sensación inexplicable. Me sentía tan, tan llena... Tan... tan... zorra... Porque eso me decía a mí misma: eres una zorra, una zorra impúdica, depravada, viciosa e indecente. Sin embargo, lejos de cohibirme, esos pensamientos me estimulaban más a moverme con ansia, prensada entre esos dos cuerpos varoniles y vigorosos que me hacían vibrar, aunque lo que realmente hacía que me hirviera la sangre, lo que me sobreexcitaba a niveles extremos no era sólo que esos dos tíos me estaban matando de gusto, era la mirada ardiente de Salvador clavada en la mía mientras se masturbaba. Retuve el orgasmo concentrada en su polla y me corrí cuando lo hizo él.
Podría excusar mi comportamiento aduciendo que estaba trastornada por lo de Carlos, o que lo hice por venganza, pero serían excusas tontas y no puedo mentirme a mí misma. En ningún momento pensé en mi novio mientras me follaban esos tíos tan estupendos. Yo sólo quería sentir, sentir... ¡Sentir! Era maravilloso, sencillamente maravilloooosoooooo... Por primera vez en mi vida me sentí deseada de verdad, satisfecha, absolutamente saciada.
Después de nuestro maratón sexual nos tomamos unas cervezas, nos fumamos un cigarrito y charlamos un rato desnudos sobre la alfombra. No me sentí incómoda en ningún momento. Algo escocida, sí, claro; pero estaba muy a gusto con mi cabeza recostada sobre las piernas de Salvador; mis pies en manos de David, que los masajeaba con vigor y Jaime haciendo dibujitos en mi espalda y contando unos chistes verdes superescandalosos que nos mataban de risa.
Después de esa noche loca, hubieron otras más. Mis tres vecinitos me descubrieron un mundo maravilloso y excitante, y aunque puedo parecer una zorra a ojos del resto de la gente (incluso de mí misma), no me arrepiento en absoluto.
¿Que qué pasó con Carlos? Pues aquí está, a mi lado, durmiendo como un bendito mientras escribo esto. Hace un rato que me ha despertado para que se la chupara, pero le he dicho que no me apetecía, que se hiciera una paja. Me ha mirado sin decir nada, se ha dado la vuelta y se ha vuelto a dormir.
Aunque parezca mentira, sigo queriendo a Carlos. Es extraño pero después de todo lo que ha pasado he descubierto que le sigo amando y que no quiero dejarle. Si él era capaz de continuar viviendo conmigo teniendo sus pequeños secretitos, yo también puedo hacerlo. No sé cuánto tiempo durará esto, es posible que algún día lo descubra y tengamos que hablar claro, dejar de mentirnos y ser realmente francos el uno con el otro. De momento no quiero pensarlo, sólo quiero sentirme bien. Mi vida sexual está plenamente satisfecha y Carlos sigue siendo el novio perfecto: atento, amable, detallista y encantador. Aquí está, a mi lado. No sé si realmente está durmiendo o sólo lo finge. Creo que sigue empalmado. Sí. Lo está. Bueno, tal vez me apetezca chupársela. Sí. Realmente me apetece hacérselo ahora mismo, así que cierro y guardo este documento que probablemente destruya mañana.
(Soy Carlos. Anoche vi a mi novia escribir durante mucho tiempo en el PC y me picó la curiosidad. Aprovechando que dormía, encendí el ordenador, vi este documento sin título, lo abrí y lo copié en mi pendrive. En estos momentos acabo de leer su historia y tengo que hacer algunas aclaraciones.
Sí, confieso que he engañado a mi novia, pero no cómo ella supone. Mi chica es una mujer muy ardiente, lo sé, y yo no la dejaba satisfecha, eso también lo sé. Esperaba que se buscara un amante ocasional para suplir esa carencia, pero ella seguía siéndome fiel. No fue difícil inventar toda esa farsa del hotel con esa prostituta morena, como tampoco lo fue convencer a mis tres nuevos vecinos de que "visitaran" a mi novia cuando yo estuviera ausente. Eran chicos muy simpáticos y atractivos y seguro que alguno le gustaría. Instalar un buen número de microcámaras en todo el piso tampoco supuso mucha dificultad.
Y es que puestos a hacer confesiones, he de admitir que soy un voyeur. Me gusta mirar. Es lo que más me excita. Hace tiempo que me obsesioné con la idea de contemplar a mi novia follando con otro tío. Realmente superó mis espectativas. ¡Se lo montó con los tres! Dios... Es la mujer perfecta. Me corrí cuatro veces viendo los videos que grabé en el despacho, y otras tantas con los que grabé en nuestro dormitorio. Tal vez sea un depravado, pero no puedo remediarlo. Quiero a mi novia con toda mi alma, pero verla así, sudorosa, gimiendo mientras se la follan por todas partes, por el coño, por el culo... Verla mamársela a tres tíos, uno tras otro mientras le comen el coño me enciende tanto, tanto, que se me pone dura la polla solo de pensarlo.
Ahora que he descubierto que le gusta que la vean, es posible que le cuente mi verdadero secreto. Mi mente calenturienta acaricia ahora la idea de contemplar en vivo cómo se la follan esos tres tíos y después hacer que me la chupe y correrme en su cara. Sí... Mmmmmm... Es posible que mañana se lo cuente todo.
Sé que ella ya ha eliminado el documento original. Yo he decidido enviarlo sin que ella lo sepa a esta página Web de relatos eróticos de la que soy asiduo lector. Puede que muchos se escandalicen de nuestra atípica vida sexual, pero no nos juzguéis tan alegremente. Todo el mundo tiene sus "secretitos inconfesables". Seguro que vosotros también, sólo que algunos los hacemos realidad y otros sólo fantasean con ellos. ¿O es que acaso estoy equivocado? Contestadme, pues: espero vuestros comentarios. Un saludo cordial de Carlos).
Poder de escrito como siempre, "Ni Dios ni el patas, cierran una puerta sin abrir una puta ventana"
ResponderEliminarPienso lo mismo que tú, ¡que vivan, pues, las ventanas! Muchas gracias, Carlos, por comentar. Un beso.
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