Mírala, allí está, la muy puta, provocándome, contoneándose, moviendo su culito, arriba, abajo, arriba, abajo... Sus nalgas se agitan cada vez de mueve los pies en los pedales de la bicicleta estática. Casi puedo verlas, tan marcadas en su ajustado pantaloncito corto que señala claramente la línea del tanga. Ahora se levanta un poco para alcanzar el botellín de agua y puedo contemplar la rajita de su coño bien marcada desde aquí, desde el banco de abdominales. Lleva un top elástico ajustado, pero aún así sus pechos se bambolean en cada pedaleo. Me gustan sus tetas, su coño, pero prefiero el culo. ¿Qué le vamos a hacer? Muchos se fijan en la cara, en los muslos, en el tamaño de sus tetas. A mí me da igual que sean guapas o feas, rubias, morenas o pelirrojas, siempre que tengan un buen trasero.
Raquel... Creo que se llama Raquel. Llega a última hora, cuando ya ha caido la tarde y aunque ya se han ido todos, siempre se queda un buen rato más. Yo también prefiero salir de noche de caza. Preparo mi ataque con premeditación, alevosía y nocturnidad. Así es mejor. Ahora no hay nadie más en la sala de fitness, sólo ella y yo. Y ni siquiera me ve. Soy insignificante para ella. Si, Marta, espera bonita, que luego sí me sentirás, zorra, ya lo creo que sí. Disfrutaré hundiéndome en tu carne, en tu sabroso culito apretado y calentito... Sólo de pensarlo ya se me pone tiesa, mis huevos están tensos, se me hace la boca agua. Sí, si... insignificante ... Ya, ya verás.
Insignificante, un ser ridículo, casi invisible, despreciable, un desgraciao muerto de hambre... Eso es lo que yo era antes. Recuerdo mi infancia, mi juventud. Era un gusano, un capullo de mierda al que todo el mundo podía pisotear. Ahora no. Ahora sé lo que quiero y lo tomo sin permiso, sin importarme nada. No le tengo que rendir cuentas a nadie porque yo no tengo la culpa de haber nacido así. Está en mi naturaleza. Soy un depredador. Un maldito odiado por todo el mundo, un cabrón sin alma, sin conciencia, sin remordimientos. ¿Y qué? Pueden llamarme lo que quieran, pero no me arrepiento. Estoy en mi derecho a hacer lo que hago y lo hago porque quiero, porque puedo. ¿Es que acaso ellas me lo darían con gusto? No. Sé que no. Por tanto he de hacerlo a la fuerza, como a mí me gusta, y dejarlas bien, bien jodidas, aunque eso es lo de menos. No lo hago por el mero hecho de causar dolor, no soy un sádico. Las asalto por mi propia satisfacción, por mis huevos que sí.
Me viene a la memoria la primera vez... Mmmmm... Ella se llamaba Lucía. Me colé en su casa por la ventana abierta de su dormitorio y la ataqué en su propia cama mientras dormía. Si comparamos con proporción al tamaño, tengo una trompa más grande que la de un jodido elefante, jajaja, y se la clavé en el culo hasta el fondo. El placer fue increíble, pero más intensa fue la sensación de poder. Yo tenía todo el poder. Yo era el amo. ¡El puto amo! Ella era mía y podía hacerle lo que quisiera. Los hay que con una vez tienen bastante. Yo no. Yo repito dos... tres veces...hasta quedarme a gusto, saciado, hasta que ya no puedo más.
Ahora es más complicado colarse en las casas. Incluso en verano mantienen las ventanas cerradas con esa mierda de aire acondicionado o las muy putas tienen esos malditos aparatos conectados para evitar que entren intrusos indeseables como yo. Aún así, me las he arreglado bien, sabiendo aprovechar las oportunidades. Han habido tantas, tantas víctimas de mis insaciables apetitos... Carmen, Soledad, Rosa, Jessica... No recuerdo todos los nombres, pero sí todos sus culos. Digamos que soy un culícido. Me obsesionan los culos. Grandes, pequeños, gordos, respingones, con forma de corazón... Mmmmm... Culosssssss. Preciosos, maravillosos, espléndidos culos.
Un momento. La puta ha bajado de la bici. Creo que ya ha terminado su sesión. Se dirige al vestuario desierto, a ese que está al fondo. Sigilosamente voy tras ella. No nota mi presencia y me oculto en un recodo mientras saca la mochila de su taquilla y se va hacia uno de los bancos adosados a la pared. Guarda los auriculares y el mp3 pero sigue tarareando una cancioncilla. Canta, puta, canta. Luego cantaré yo.
Observo extasiado cómo se quita el top y sus tetas de pezones rosados se balancean libres. Me vuelve loco la espera, pero he de tener paciencia. Aún así, no voy a esperar a que se duche y se embadurne con esos aceites o body milks asquerosos con aroma a lavanda, a romero o alguna otra de esas mierdas. Aggg. Me da náuseas sólo de pensarlo. Me gustan así, agitadas tras el ejercicio, sudorosas, calientes... Nada de cremas, ni potingues, nada de lubricantes. Voy a perforarla a tope, bien adentro, una y otra vez hasta llegar a la sangre... Mmmmmm... Qué placer...
Ya está bajándose su pantaloncito junto con el tanga... vamos, nena, quítatelo todo y quédate así de espaldas a mí, mostrándome tu precioso culo redondo y blanquito... Mira qué lindo... Se le nota la marca roja del sillín de la bicicleta... Mmmmm... Esto es tan excitante y estoy tan, tan caliente. La tengo superdura, ya me la he sacado y me la estoy meneando. No es porque lo diga yo, pero tengo un aparato enorme, soberbio... Soy todo un prodigio de la naturaleza, jajajaja.
Bien... bien... Sigo vigilando desde aquí a mi objetivo. Ya tengo preparado ya el compuesto de takiquininas, sialoquininas y estearasas, listo para la inyección. Bendita química. Un ligero pinchacito y las pobres ni se enteran hasta que es demasiado tarde. ¿Me preocupa que les duela? ¡Noooo! ¡Qué vaaa! ¡Para nada! Es simplemente por seguridad, por conveniencia... Se quedan quietecitas mientras yo me pongo morao y no hay peligro de que griten o que se resistan. Seré un desalmado retorcido, una mala bestia, pero no soy idiota. Para cuando esta puta empiece a sentir el escozor yo ya me habré ido y ni siquiera me habrá visto.
Se ha agachado a coger el gel de la mochila. Su culo está en pompa, expuesto, majestuoso, magnífico trasero, llamándome a gritos, firme, joven, terso, de carne suave y delicada. Pronto será sólo mío, le haré unas metidas violentas hasta calmar mis ansias. Mnnn.. Tengo tantas ganas que se lo voy a hacer tres veces por lo menos, hasta que reviente. Ahora... Ahora es el momento de actuar...
Sí. Ya me acerco, despacio, cauteloso... ¡Oh! ¡No! ¡Se vuelve de repente! ¡Me ha visto! ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
¡PLAF!
-¡Maldito hijo de puta!
Raquel hace un gesto de repugnancia y se dirige corriendo al lavabo. Abre el grifo y se lava las manos. El cuerpo aplastado del mosquito resbala de su palma y dando círculos se pierde para siempre tragado por el agujero del desagüe.
Nota: El mosquito común (culex pipiens) pertenece al género de los culícidos. Suele atacar a sus víctimas cuando cae la noche introduciendo unos enzimas anestésicos y anticoagulantes para facilitar su picadura. En realidad sólo pican las hembras para conseguir las proteínas sanguíneas necesarias para alimentar a sus huevos.
En este caso, el protagonista de esta historia sería una hembra, pero se sentía muy, muy macho. ¿Deberíamos rezar una oración por su alma? Me temo que no. No tenía alma, como tantos otros bichos como él.
Que final sorprendente, excelente redacción. Guao!!
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