domingo, 5 de diciembre de 2010

EL PRIMERO

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El mayor deseo de Diego Theodoridis, como el de tantos hombres, era el de ser el primero… El primero en una carrera es el que gana, el que sube al podio; el primero en alcanzar la cima en la escalada a la montaña es el que clava su bandera; el primero en conquistar territorios inexplorados es quien se lleva la gloria… Y Diego se guiaba por esa máxima en todos los aspectos de su vida, incluido el sexual.

Theodoridis se habría tenido que conformar suspirando por cumplir su ansiada fantasía, que nunca hubiera podido consumar, de haber sido menos rico o menos agraciado físicamente. Pero ese no era el caso. Diego era un hombre de mediana edad, poderoso, adinerado y muy atractivo. Tenía esa elegancia natural que fascinaba a los hombres y seducía a las mujeres. De habérselo propuesto, cualquiera habría caído rendido o rendida a sus pies, pero al señor Theodoridis nunca le interesó ese tipo de conquista.

Hubiera sido muy fácil si su fantasía hubiera consistido simplemente en follarse a una linda jovencita de himen intacto. De hecho podía jactarse de haber desvirgado a un número incontable de muchachas, pero no sólo era eso. Ahora deseaba mucho más. No sólo anhelaba que la chica fuera virgen, lo que más le excitaba era que, además, la jovencita fuera completamente inocente en todo lo relacionado con el sexo.

Y eso tampoco fue tan difícil de conseguir. En este mundo hay una ley principal que lo gobierna, y no me refiero a una de las leyes de la física, sino a la de la oferta y la demanda. Así pues, para satisfacer a Diego y a otros hombres con sus mismas aspiraciones y poder económico, fue creada la Academia Vestal, situada en uno de esas naciones donde nadie hace preguntas -previo pago de una cantidad determinada-, y donde las futuras protegidas de sus mentores eran confinadas y aisladas del mundo desde que nacían, con el fin de instruirlas, a la par de proteger su inocencia, hasta el momento de su graduación.

Y el momento de Blanca había llegado ya.

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Blanca está nerviosa. En un banco del jardín, bajo una de las numerosas video-cámaras de vigilancia oculta en un árbol, la chica intenta mostrar un aplomo que no tiene al despedirse de su mejor amiga, que está tan alterada como ella.

-Por fin vas a conocer a tu tutor, un hombre… ¡Un hombre! –susurra Sarita, emocionada- Nunca hemos visto ninguno… ¿Cómo crees que será? ¿Cómo crees que será lo que hay fuera de la Academia?

-Shhhh… Calla, como la gobernanta se entere que hablamos de temas tabú, nos va a castigar y es posible que se anule mi partida –se inquieta Blanca.

-Oh, venga, no me digas que no tienes curiosidad… No sabes cuánto te envidio. Oh, no nos vamos a volver a ver nunca más… Ojalá pudieras llevarte algo, un recuerdo, algún regalo… -de pronto Sarita se pone triste.

-Ya lo sabes, las normas son las normas –Blanca se traga el nudo de la garganta e intenta sonreir-. No estés triste, tonta… Empiezo una vida nueva. Mi verdadera vida. ¡Voy a graduarme! Pero para eso necesito asimilar y después practicar todas las enseñanzas que me imponga mi tutor. ¿Crees que pasaré la prueba final? Mmmmm… Oye…y… ¿En qué consistirá la prueba final?

-Pues no tengo ni idea, nadie la tiene, pero seguro que la pasas sobradamente. Y tanto que sí… Tienes la mejor nota en Flexibilidad Muscular, la número uno en Resistencia Postural. En las clases de Expresión Oral, además de ser quien mejor se expresa, eres la que más aguanta el palo en la boca, hasta lo más profundo de la garganta, sin que te dé náuseas. Estás sobradamente preparada para cualquier cosa.

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-¿Cree que Blanca ya está preparada? –Pregunta Diego Theodoridis en el despacho de la gobernanta, mirando la pantalla donde observa a las chicas-. La veo demasiado joven…

-A su edad yo ya estaba embarazada de mi segundo hijo –sonríe la vieja-, pero claro, eran otros tiempos y en este país hay otras costumbres... No se preocupe, señor Theodoridis. No tendría ningún tipo de problema legal si se diera el caso. La chica no es una cría, es mayor de edad, aunque sigue siendo completamente inocente, absolutamente pura. Está bien adiestrada según sus órdenes. Es de carácter alegre, aunque responsable y muy disciplinada. Nunca ha salido de la academia, y no se ha contaminado de ninguna influencia externa. Su deseo sexual ha permanecido aletargado por los inhibidores químicos que suministramos con el agua en las comidas.

-¿Durante cuánto tiempo seguirán esas drogas haciendo efecto en su organismo cuando deje de tomarlos?

-Tras un par de días su sistema estará completamente limpio… En cuanto esto ocurra, lo más probable es que pueda padecer un cierto efecto “rebote”.

-¿Un efecto rebote? ¿A qué se refiere?

-El deseo sexual que ha permanecido dormido por la química durante tanto tiempo, se le despertará súbitamente. En otras palabras, sus hormonas se alterarán de manera extraordinaria y tendrá una extremada… mmmm… excitación, que seguramente usted se encargará de apaciguar –la vieja gobernanta sonríe de manera desagradable-, aunque si lo desea, le podemos proporcionar un buen suministro de dosis de inhibidores.

-Oh, no… No será necesario. ¿Para qué los iba a necesitar? –se extraña Diego.

-Para continuar privándola de deseo sexual, si su propósito es forzarla. Como comprenderá, no sería violación si la víctima disfrutara con el sexo, por brutal que éste fuera… Oh… No, no me mire así. Muchos de nuestros patrocinadores tienen ese objetivo en mente cuando nos traen a sus pupilas, no es idea mía. Nosotras simplemente nos dedicamos a instruirlas bajo sus directrices.

La mujer sigue hablando, pero Diego prácticamente ni la oye. El seguimiento de Blanca por las cámaras, tras despedirse de su mejor amiga, le ha conducido a su dormitorio. En la pantalla el hombre contempla como la chica se dispone a desnudarse. Desata lánguidamente el lacito azul del cuello de la camisa blanca. Uno a uno va desabrochando los botones de la blusa, hasta quedar totalmente abierta. Al quitársela deja al descubierto un sencillo sujetador blanco que oculta unos pechos menudos. Sentada sobre la cama se desprende de zapatos y calcetines. Se levanta, baja la cremallera de la faldita plisada del uniforme y ésta cae a sus pies. Sus braguitas son también de blanco algodón. La chica abre un cajón y saca un prendedor con el que se recoge el cabello castaño que cae sobre sus hombros. Al inclinarse para recoger la falda, la blancura de su piel revela un par de lunares al final de su espalda. Diego inconscientemente se relame. Así… mmm… tal y como está, en esa postura, inclinada hacia delante… Ay, sí… Se imagina metiendo la mano por el elástico de sus braguitas desde atrás, hasta llegar a acariciar el vello de su pubis. Su polla se enerva rígida cuando piensa en ello, en sus dedos tocando lo que nadie ha tocado nunca, comprobando cuán estrecho es su coñito casto y virtuoso.

La muchacha se pone en pie para quitarse el sujetador y las braguitas. Diego se muerde los labios, se enciende… y, como antítesis, la pantalla se apaga.

-Bien –vuelve a sonreír la gobernanta, que parece disfrutar con la contrariedad que ha provocado en el señor Theodoridis la interrupción de la escena-, ya tengo preparados los documentos y visados necesarios para que pueda sacar del país a la joven sin ningún tipo de problema.

-Viajará narcotizada, ¿no?

-Sí, el viaje en su avión privado durará sólo unas horas, pero es lo mejor para evitar cualquier contratiempo. Cuando Blanca despierte ya se encontrará en el ambiente que usted haya preparado para ella, que seguro que es el más favorable para propiciar su… graduación.

-Perfecto.

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Cuando despierta, Blanca cree que está soñando. Lo último que recuerda es, tras la ducha, haberse puesto la ropa interior y el camisón. Luego tomó su vaso de leche y… ya no se acuerda de nada más.

Está aún algo mareada en esa enorme cama de suaves sábanas de seda, adornada con un dosel con ricas colgaduras de gasa y puntillas. La decoración de la estancia es como una ilustración de cuento de hadas, como aquellos que leía de pequeña y que terminaban con la incursión de un príncipe –extraño, misterioso y anhelado- que llevaba a la princesa a alcanzar la felicidad.

-¿Te encuentras bien?

La voz grave la sobresalta, a pesar de que su tono es amable. La chica se vuelve hacia donde sale el sonido de esa voz. Su propietario está sentado en un lindo chaise longue tapizado en tonos grises y rosados. Es un hombre.

Blanca intenta tranquilizarse y mirar hacia abajo para no parecer maleducada, pero no puede remediar la curiosidad, así que levanta la vista. Cuando lo hace, se sobresalta… él está de pie junto a la cama y es… enorme.

-Blanca… Mírame. ¿Estás bien?

La muchacha asiente y le mira. No tiene dos cabezas, como Sarita se empeñaba en asegurar, ni la piel verde como un sapo, como murmuraban algunas de sus compañeras. De hecho es similar a ellas, a las mujeres; es parecido, pero distinto. Aparte de la voz más áspera, es mucho más corpulento y parece muy fuerte. Lleva el cabello muy corto, Su rostro es anguloso, su barbilla más cuadrada y sus labios finos. Sus ojos grises la miran divertidos.

-¿Qué tal? ¿Qué te parezco? ¿Demasiado feo? –sonríe Diego.

La chica no sabe qué decir y asiente nerviosa. Luego niega ruborizada y Diego rompe a reír a carcajadas, lo cual aún asusta más a Blanca, que da un respingo cuando él se sienta sobre la cama.

-Oh, no… No tengas miedo de mí. No voy a hacerte daño, sino todo lo contrario. Relájate... Nunca te obligaré a hacer nada que no quieras hacer… Quiero que te encuentres cómoda aquí, así que cualquier cosa de desees o necesites, no tienes más que pedírmelo. ¿De acuerdo?

-Sí, señor.

-No, no me llames señor. Llámame Diego.

-De acuerdo, Diego –la chica trata de sonreír, algo más tranquila-. Y… esto… ¿cuáles son los planes para hoy? ¿Tengo que hacer algún examen previo? Es que no sé…

-No, no. Nada de exámenes. Los planes para hoy van a ser simplemente satisfacer nuestra mutua curiosidad y contemplarnos sin reparos. ¿Te parece bien? Perfecto, pues. Si no te importa, me tumbaré en la cama mientras disfruto de tu belleza.

Libre de cualquier tipo de pudor por mostrar su desnudez, Blanca consiente y se levanta de la cama. Sin ninguna afectación o coquetería, sino como algo completamente natural, se desata los cordones de los tirantes de su camisón y la prenda de seda se desliza, cosquilleándole la piel. Con la misma naturalidad se quita el sujetador y las braguitas.

-Ven, acércate más… Ahora date la vuelta, así, que te vea bien… Mmm… Me encantan esos pezoncitos rosados, y ese culito respingón. ¿Puedes sentarte en el sofá y abrir las piernas?

La chica obedece con una sonrisa y abre las piernas hasta el máximo, formando un ángulo de 180 grados, pensando que le está demostrando su elasticidad muscular. Diego alaba la flexibilidad de la complacida muchacha, aunque está más interesado en contemplar la rajita que exhibe entre los carnosos labios y que tiene al alcance de la mano. Reprime con mucho esfuerzo el deseo de tocarla… Paciencia, Diego, paciencia… -se dice a sí mismo-, no adelantes acontecimientos. Si la tocas ahora puede sentirse incómoda. Es mejor aguardar… Además hay que contar con el aliciente de la espera, que hace que todo este juego sea mucho más excitante.

-Ahora me toca a mí. Quédate ahí sentada.

El hombre se quita el blusón negro, dejándose puestos sus pantalones bombachos, y mostrando su torso desnudo.

-Eres… plano. ¡No tienes tetas! Anda, mira, tienes pelos en el pecho –se asombra la joven.

Diego sonríe, se da la vuelta, se quita los pantalones, y después se gira. Al ver el miembro erecto, la chica ahoga un gritito, tapándose la boca.

-¡OOOOH! ¿Qué es esoooo? Tienes ahí un… ¡un palo! ¿Para qué tienes un palo entre las piernas?

-No es un palo, es mi polla. ¿Quieres tocarla?

-¿Puedo? –Blanca se levanta fascinada y la toca con un dedo, primero tímidamente, y después la mantiene agarrada desde la base-. Oh, no sé por qué, pensaba que estaría fría, y está calentita. Uis… ¿Y eso?

-Son los huevos…

-¿Tu polla pone huevos, como las gallinas?

-No, no –Diego se ríe a carcajadas-. Son los testículos, aunque también se llaman huevos o pelotas por su forma. Mira, puedes tocarlos con cuidado, así, sin apretar, con la palma de la mano. Así… mmmm… me gusta…

-¿Te gusta que te toquen los huevos? –le pregunta Blanca sin dejar de acariciarle y Diego vuelve a reír a carcajadas.

-Sí, es muy agradable. ¿Te gustan a ti las caricias?

-Sí, claro. Aunque tengo cosquillas….

Las manos de Diego pasean por sus caderas, se demoran en las nalgas, acarician el vello púbico y, finalmente, se recrean acariciándole los pechos y rozando con los pulgares los pezones, que se endurecen al contacto. Sigue tocándolos, agarrándolos con suavidad con las yemas de los dedos.

-¿Sientes algo? ¿Te gusta?

-Pueees… Bueno, no me disgusta… aunque prefiero que me rasquen la espalda. Saqué muy buenas calificaciones en masajes. ¿Quieres que te dé uno?

-Sí, claro, me encantaría comprobar tu destreza manual. En estos momentos me apetece muchísimo un masaje de polla. ¿Me lo harías?

-Oh, vaya… Nunca he hecho ninguno de polla… no sé si sabré… ¿Esto es importante para mi graduación?

-Sí, sí, lo es y mucho. Pero tranquila, que sí que sabrás, no te apures. Yo te enseñaré cómo tienes que hacerlo. Ven, siéntate aquí, a mi lado, que estaremos más cómodos.

Siguiendo sus indicaciones, la mano de la chica sube y baja con ritmo regular. Diego siente ya la polla a punto de explotar. Desde hacía mucho tiempo que no estaba tan, tan excitado… Ella se inclina, para observar atenta y curiosa como la piel cubre y descubre el húmedo glande, algo turbada por los jadeos de Diego, que siente que está a punto de correrse y que sabe que va a hacerlo en la cara de la chica, lo cual le excita muchísimo más.

La corrida es inminente… El primer chorro, que sale con fuerza, rocía su frente y su pelo. La chica da un gritito, desconcertada y asustada, así que Diego sostiene suavemente con una mano la cabeza de la muchacha para que no la aparte, y con la otra mano rodea la mano de Blanca y se asegura de que siga sacudiendo su miembro y que continúe manando el surtidor de semen que, chorro a chorro, se estrella contra sus ojos, su nariz y su boca.

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-Fue muy excitante, Cyril. Ella no sabía lo que estaba pasando y se asustó un poco, pero yo la tranquilicé. La he dejado un momento para que se asee y que curiosee a sus anchas la habitación y el jardín y para que se pruebe los vestiditos que tiene en el armario. Esta noche cenaré con ella. Estoy deseando que me chupe la polla… Se me vuelve a poner dura sólo de pensarlo…

-¿Y ella está conforme con todo lo que usted le pide? ¿No le pondrá ninguna pega más adelante? Debería considerar la posibilidad de que…

-Oh, venga, Cyril… ¿por qué me iba a poner alguna pega? Ella no cree que esté haciendo nada malo… De hecho, no sé por qué el sexo tiene que ser considerado como algo malo, ¿no crees? Blanca no sabe nada de sexo, y yo, como su tutor, le estoy enseñando, sobre todo a complacerme. Haré que lo desee, que ansíe follar. Tendrá tantas ganas que me suplicará que se la meta hasta el fondo, y cuando llegue el momento, tendré su coñito vibrando, derritiéndose en mi boca, pidiéndome más… y yo le daré lo que me pida.

-Tendrá ganas de follar a causa del notable aumento de su líbido, porque ya no toma esas drogas que la castraban químicamente –objeta Cyril.

-Sé lo que piensas, Cyril. Bajo tu aparente rechazo a esta... mmm… experiencia mía, percibo algo en ti que está lejos de esos supuestos valores morales que tratas de defender. Simplemente es envidia. Tú has visto a Blanca cuando estaba inconsciente. No me negarás que es una joven preciosa. Te mueres de envidia por estar en mi lugar. Desearías que esta noche fuera tu polla la que se metiera en esa dulce boquita y sentir su lengua juguetear lamiendo y lamiendo… pero lamerá mi polla y mis huevos, Cyril, no los tuyos, por eso te pones así, de mal humor, y no te alegras por mí. ¿No es verdad, estimado Cyril?

-Sí, es posible, señor –finalmente su asistente inclina la cabeza porque sabe que con el jefe nunca se debe discutir. En el fondo también piensa que lo que ha afirmado Theodoridis sobre él no es tan desacertado. Muchas veces en su vida, Cyril deseó cambiarse por su patrón, pero nunca tanto como desde que vio a Blanca.

Cyril se retira finalmente con el gesto algo torcido y Diego sonríe.

Diego es un hombre al que le encanta alardear cuando consigue lo que quiere. Ser el primero en ganar una carrera o en subir a una cima no sería lo mismo si nadie se enterara de la hazaña, y como esta experiencia no la puede compartir con cualquiera de sus amigos, para eso, entre otras cosas, está Cyril, su asistente personal, su hombre de confianza, para hacerle los dientes largos y jactarse ante él.

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Blanca pensó que no había acertado con el vestido que llevaba puesto y que Diego se había disgustado. Sin embargo el hombre arguyó que hacía mucho calor y que prefería que estuvieran desnudos, que era mucho más cómodo. A la joven le confortó saber que su tutor no estaba molesto con ella y se ruborizó complacida cuando él volvió a alabar la belleza de su cuerpo y la suavidad de su piel. La cena transcurre con normalidad, en un ambiente distendido, aunque ambos apenas prueban los platos hasta llegar al postre.

Diego vuelve a mojar la fresa en la salsa de chocolate y la lleva a la boca de la chica. El dulce líquido resbala por sus dedos y Blanca los lame golosa. El hombre siente otra sacudida entre sus piernas al meterle a la chica los dedos untados con chocolate en la cálida boca, que ella va chupando uno a uno con fruición y glotonería.

-Nunca había probado nada parecido… ¿Chocolate? ¿Se llama chocolate? Está buenísimooooo…

-Sí, lo sé. ¿Estás contenta? ¿Te sientes feliz aquí? –en cuanto la chica asiente, Diego prosigue-. Yo también me siento gustoso por tenerte a mi lado. Me hiciste gozar mucho esta mañana, cuando me hiciste la paja. Sé que cuando me corrí, los chorros de semen te sobresaltaron, pero esa es la consumación, es decir, la señal de que lo has hecho muy bien. Si quieres saber una cosa, sólo de pensarlo, se me está poniendo muy dura y vuelvo a tener ganas.

-¿Quieres que te haga otra paja? –se ofrece Blanca, con una sonrisa cándida.

-Mmmmm… Me gustaría que me hicieras algo mucho más placentero… -el hombre vuelve a mojar el dedo índice, esta vez en el cuenco de la nata, y se lo vuelve a meter en la boca-. Quiero que me hagas una mamada. De la misma manera que estás chupando el dedo, quiero que me chupes la polla. ¿Sabrás hacerlo?

Blanca se arrodilla ante él y siguiendo las instrucciones de su tutor comienza lamiéndole los testículos. Continúa lamiendo el tronco desde la base, pasando la lengua en grandes lametones, hasta llegar a la punta, donde se entretiene rodeándola, rozándola con la lengua repetidamente. Hay una especie de sustancia algo viscosa en torno al agujerito del extremo. Blanca la chupa. No sabe dulce, aunque tampoco es amargo. Es un sabor raro, pero no es desagradable. Diego no reprime sus jadeos cuando la chica se mete la polla en la boca. Acostumbrada al entrenamiento con el palo de jade en la Academia Vesta, Blanca puede inhibir el reflejo de la náusea, por eso aunque su polla es de un considerable tamaño, la muchacha es capaz de engullirla sin atragantarse.

-Así, así… Cuidado con los dientes, despacito… qué bueno… Vuelve a hacer eso con la lengua… mmmmm… Sigue, sigue así, guapa, joder, qué bien lo haces…

La chica continúa con la mamada hasta que llega el momento en que Diego no puede resistirse más. Arrebatado, rodea con las piernas el torso Blanca y le sujeta la cabeza con una mano, mientras que sus caderas se impulsan, hundiendo profundamente la polla en la boca. Así la mantiene durante unos segundos, hasta que empieza a moverse rítmicamente con ímpetu, golpeando la campanilla en cada brusca acometida.

Blanca lagrimea y se ofusca, nerviosa, con toda esa masa de carne dura embutida hasta el fondo de su garganta. Trata de relajarse, respirar hondo por la nariz y tensa los músculos de su faringe en cada metida para no sentirse sofocada. Esta presión en la punta de la polla provoca aún más placer en el hombre.

-Oh, diosssss… Me voy a correr ya, nena, sigue chupando ahora, no pares y trágatelo todo, sí, sí, síiiii…

Y Blanca lo hace, agradecida de que él haya dejado de embutirle la polla en la garganta pues los fuertes chorros de semen la hubieran atragantado y se le hubiera salido la leche por la nariz. La chica chupa y traga hasta que la polla de Diego deja de sacudirse en espasmos.

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Echa de menos a sus amigas, sobre todo a Sarita. La extraña muchísimo. Le encantaría contarle todo, lo de sus lindos vestidos, la preciosa habitación, las atenciones que Diego tiene con ella, y los masajes que le hace ella con la mano y con la boca en ese raro palo que tiene entre las piernas, y que terminan con una sorprendente y divertida explosión de leche de hombre vertida en su boca, o en su pecho o en su cara. Ahora que ha terminado la mamada, Diego la ha dejado sola y es en esos momentos cuando más añora a Sarita.

Blanca pasea por el solitario jardín y se detiene en la fuente. Esta noche hace calor, así que se desprende de la batita de seda, entra en el pilón y comienza a chapotear bajo los chorros de agua fresca. Algo se mueve tras unos arbustos.

En cuanto la ha visto paseando en el jardín desde las cámaras de vigilancia, Cyril ha salido. Sabe que no debería estar ahí, tan cerca de Blanca, pero una cosa es lo que le dice la razón y otra cosa es ese impulso irresistible que le obliga a ocultarse tras los setos del jardín y observar a la chica que se baña desnuda en la fuentecilla. Es preciosa… Juega y ríe como una niña, pero posee un cuerpo voluptuoso de mujer sensual.

Cyril no soporta lo que el señor Theodoridis está haciendo, por mucho que él lo justifique argumentando que lo del pequeño Dalai Lama es mucho peor, ya que privan a un niño de toda su infancia, encerrándole en un convento, sin amigos, sin música, sin sexo durante toda su vida. Lo mismo ocurre con las jovencitas novicias en otros conventos, que desde muy niñas se las priva de todos los placeres. Cyril también desaprueba eso, por eso mismo no disculpa que su jefe le haya robado la vida a esa muchacha, simplemente para educarla en satisfacer sus perversiones. Se le revuelven las tripas al pensarlo.

-¿Quién hay ahí? –se asusta la muchacha.

Antes de que se ponga a gritar, Cyril sale de su escondite hacia la luz, con los brazos en alto.

-Tranquila, Blanca. No voy a hacerte daño. He oído un ruido y he venido a comprobar que todo iba bien. Mi nombre es Cyril.

-Ah, ¡hola Cyril! –La muchacha le sonríe abiertamente, saliendo de la fuente. ¿Eres amigo de Diego?

-Trabajo para él. Oye, ¿no deberías ponerte algo encima? –Le increpa algo brusco.

No es que al chico le incomode ver a una mujer desnuda y mucho menos una mujer tan bella como esa, pero por una extraña razón que no logra explicarse se siente profundamente irritado porque la muchacha no ha hecho en ningún momento el gesto de cubrirse, y sigue desnuda sin mostrar ningún recato.

-No, no hace frío. Estoy bien –la muchacha se le acerca más para observarle con atención y saciar su curiosidad.

Es un hombre. Otro hombre. No es tan alto y corpulento como Diego, parece más joven y lleva el pelo distinto, un poco más largo. El rictus rígido de los labios apretados y el ceño fruncido no le hace parecer demasiado agradable.

Ahora que la chica está más cerca de las farolas se pueden percibir las gotitas de agua brillando sobre su piel. Cyril contempla deslumbrado y muy excitado como una gota resbala desde sus cabellos mojados, baja por sus hombros y llega hasta el pezón derecho, donde se detiene unos segundos para caer sobre su muslo. Le jode que se le haya puesto dura la polla, le jode tener la boca tan seca que mataría por lamer cada una de las gotas de agua que se deslizan provocativas sobre su piel. Le jode saber que es el señor quien va a saciarse en ella.

-¿Sabes si Diego va a venir de nuevo a mi habitación? –pregunta la chica sonriéndole de nuevo.

-¿Y para qué quieres que vaya? –masculla con rabia-. ¿Para follarte? ¿Ya te ha follado? ¿No? Pues eso lo único que quiere de ti, sólo quiere follarte.

-¿Follarme? –murmura Blanca entre confusa y sobresaltada por el tono crispado de Cyril.

-Sí. Meterte la polla hasta el fondo y follarte hasta correrse. Eso es lo que te va a hacer.

-Ah, sí. Me ha follado la boca… ¿Te ha dicho si lo he hecho bien? Si no lo hago bien, no me voy a poder graduar.

-Oh, dios… Eres una estúpida. No sabes nada de nada, ¿verdad? ¡Quiere meterte la polla en el coño! ¡Seguro que también te quiere meter la polla por el culo!

- Tú también tienes polla, ¿no? ¿Tú lo has hecho? ¿Te has follado a alguien? ¿Es…? ¿Es eso malo?

-Bueno, sí… o sea… no, no es que sea malo, bueno, depende… Oye, tengo que irme ya y sería mejor que tú volvieras a tu habitación. Si no quieres meterte en líos, sería mejor que no dijeras que me has visto.

El hombre se aleja con paso decidido y los puños apretados. Blanca recoge su bata y se queda desconcertada por la extraña conversación que ha tenido con ese Cyril y por su inexplicable cólera hacia ella. Cuando iba a volver a su alcoba, decide seguirle. Éste atraviesa el jardín, tuerce por un sendero hacia la izquierda y llega a una pequeña casita. Allí golpea la puerta un par de veces y le abre una joven menuda y bonita que lleva un ligero vestido de flores.

Blanca duda un momento si acercarse o no. Es posible que Diego haya acudido a verla en su cuarto y ahora la esté buscando. Pero también es posible que no vuelva hasta mucho más tarde y está tan aburrida allí sola… La ventana está abierta y se oyen jadeos y suspiros. La curiosidad es superior a cualquier otro pensamiento, así que Blanca se aproxima sigilosa.

El vestido de flores está en el suelo, junto a la ropa del hombre. La observadora contempla fascinada esa especie de danza exaltada de cuerpos desnudos, de pie, uno frente al otro, donde manos y bocas ardientes besan, muerden, presionan, escarban, incitan y apremian la piel y el deseo. Los labios de Cyril saborean los pezones de la chica, y ésta gime anhelante. Sus gemidos se vuelven más intensos cuando los dedos de él se pierden en su entrepierna. La dirige hacia una mesa y allí ella se tumba, expectante, con las piernas abiertas y las rodillas flexionadas.

Blanca no pierde detalle de la visión del coño depilado de la mujer y de cómo los dedos de Cyril se le introducen en ese orificio ovalado y brillante. Él se da la vuelta y Blanca confirma que sí, que Cyril también tiene polla y que la tiene bien dura. El hombre se agacha y busca en un bolsillo de su pantalón. Extrae un papelito que rasga y saca una especie de arito de plástico. Observando con más atención Blanca advierte que no es un aro sino una especie de funda transparente que el joven va desenrollando y acoplando a su miembro. Contempla fascinada el primer plano de cómo la punta de la polla tienta el agujerito y segundos después penetra por completo. Si la danza inicial parecía algo caótica, ahora ya no. Es como un baile rítmico de agitación acompasada; las caderas de ambos se mueven acordes, permitiendo que la polla salga y entre del coño sin parar. Los jadeos se incrementan cuando la velocidad del movimiento se acentúa.

Blanca se acerca más a la ventana para observar detenidamente el rostro de la chica, por si hubiera alguna mueca de dolor, pero no parece que lo que le está haciendo le sea desagradable, sino todo lo contrario, ya que, cuando Cyril se para y la mujer se da la vuelta, poniéndose de espaldas, ella le insta a que continúe con un “¡oh, diossss, fóllame, fóllame, así, así, no pares, diosss, qué bueno, sigue, sigue…!

Y eso hace Cyril, obedece, se agarra a sus caderas y sigue follándosela con entusiasmo hasta que dice que se va a correr. La exaltación crece en varios gemidos intensos y sacudidas hasta que se detienen, respirando agitadamente. Al cabo de unos segundos, el hombre saca la polla y se quita la funda donde ha quedado retenido el semen.

La espía da unos pasos atrás. Ya ha visto bastante… Está sofocada por una especie de calor interno, como si estuviera febril, y tiene una sensación rara, como un hormigueo en las entrañas, que se le va extendiendo y le eriza la piel. Muy excitada vuelve caminando por el sendero del jardín hacia su habitación, abre la puerta y allí está Diego, sobre la cama, esperándola.

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Las manos experimentadas de Theodoridis saben lo que se hacen. Acarician el cuerpo de Blanca como un arpista haría con su instrumento, con la misma delicadeza e inspiradora maestría, rozando sutilmente los pezones, que se mantienen duros no sólo por efecto del contacto, sino por la evidente excitación de la joven. La agitación de la chica es mayor cuando Diego la tumba sobre la cama y sus labios se pasean por sus pechos, chupeteando sus pezones de manera insistente, obstinado en hacerla gemir de placer. Le gusta verla así, derretidita por él, sin saber lo que le ocurre pero pidiéndole más. Es como una gatita en celo, temblorosa y ávida de sexo, y él va a darle todo y mucho más.

-Ven aquí, siéntate… Nunca te has sentido así, ¿verdad? –susurra Diego, sentándose detrás de ella, mientras sus manos no dejan de acariciarla, y ella niega con la cabeza-. No, nunca te has masturbado, nunca te has corrido, nunca has sentido lo que vas a sentir conmigo esta noche. Te voy a regalar el placer más inmenso que puedas imaginar, voy a hacer que te corras, así como estás, tan mojadita, voy a meterte la polla en ese coñito nuevo y sin estrenar. Lo haré despacio, con cuidado… sé cómo hacerlo para no hacerte daño. Sentirás sólo una pequeña molestia al principio, pero no te preocupes, es algo normal.

La mano de Diego llega a su entrepierna y los dedos se empapan de sus fluidos. Uno de los dedos tienta la rajita, abre los labios y sube… Cuando roza el clítoris la chica da un gritito y clava las uñas en la pierna de Diego.

-¿Quieres que pare? Si no lo deseas, si no deseas que te folle, me iré. No voy a hacer nada que no quieras que haga, ya te lo dije. ¿Quieres que lo haga, entonces? ¿Quieres que te coma el coño? ¿Quieres que te folle? Dímelo, dime lo que quieres…

-No… No pares. Por favor, no pares… Quiero, quiero que sigas, que me comas el coño, sí, sí, hazlo, quiero que me folles, quiero que me folles, mmmm…

Blanca, sentada delante de Diego, siente su polla detrás, rozando su espalda y sus nalgas. No sabe exactamente por dónde va a meterla y si estuviera más serena pensaría que físicamente es imposible, que esa maza dura de carne no le cabe de ninguna de las maneras, pero no está en condiciones de pensar en otra cosa salvo en las ganas que tiene de sentir esa polla dentro, que Diego se la meta como Cyril hacía con esa chica. Volver a recordar esa escena la calienta mucho, mucho más, y desea desesperadamente que la siga tocando ahí, que no pare de hacerlo.

Diego lo hace despacio, la lengua rodea el clítoris y lame con tiento, y cada vez que lo hace la chica se tensa y gime. Sabe que está ya a punto de correrse, por eso se detiene. La chica se lamenta con un quejido, mas al instante el hombre está sobre ella, con una mano sitúa la polla rozando la entrada, luego vuelve a apoyarse con las palmas de las manos en el colchón y los brazos estirados. En cuanto se deje caer ocurrirá. Espera unos instantes, saboreando el momento, recreándose en el bello rostro de la chica que mantiene la respiración, expectante.

Por fin se deja caer y la va penetrando, sintiendo la estrechez que abraza su polla, notando la resistencia del himen, que no tarda en vencer.

Blanca da un gritito, oh dios, es horrible, siente como fuego en su interior, duele, pero intenta soportarlo con valentía, se muerde los labios intentando que no se le escapen las lágrimas, pero es que es como si la estuviera taladrando. Eso no es lo peor… porque ahora él se mueve, saca la polla y la vuelve a meter. A pesar de que Diego va despacio, su polla es grande y gruesa, y Blanca llega a pensar que la va a partir en dos, sobre todo después de las primeras metidas, ahora que entra y sale con algo más de facilidad, el ritmo va aumentando, y lo que eran ligeros movimientos de empuje, ahora son enérgicas embestidas.

Diego se detiene durante unos instantes y se incorpora. El suspiro de alivio de Blanca, pensando que todo había terminado ya, le dura poco, ya que el hombre coloca un cojín bajo el culo y le pide que suba sus piernas y las apoye en sus hombros. A él le encanta esa postura, ya que la penetración así es más profunda y tiene mayor libertad de movimientos. Mientras mueve sus caderas, lame uno de sus dedos y comienza de nuevo a estimular el clítoris de la chica.

-Ya ha pasado lo peor, cielo. Ahora es cuando voy a hacerte disfrutar. Sólo déjate llevar… mmmm… verás cómo te gusta… dios… a mí me encanta, me encantas…

El fuego que parecía apagado por la incomodidad y el dolor prende de nuevo, en cada roce de sus dedos, en cada metida de su polla. Primero son como pequeños chispazos que la hacen vibrar. Esos destellos se van convirtiendo en llamaradas, fogonazos intensos que sacuden su cuerpo, que la incitan a bascular sus caderas hacia él.

-Te gusta… Te gusta lo que te hago, ¿no es cierto? ¿Quieres más? Espera, ansiosa, jajaja… Ponte arriba, ven, así… Así, así… Qué tetitas más lindas…

Las piernas de la chica son fuertes y resistentes. Primero sentada y luego en cuclillas le cabalga en una especie de rapto apasionado. El fuego es cada vez mayor, necesita continuar, necesita moverse, rozarse contra él, hacer que esa polla dura se le inserte bien adentro una y otra vez.

-Échate hacia atrás… mmmm… así, date la vuelta, qué culito tienes… -Diego jadea extasiado… la chica es magnífica y se deleita con las vistas de su culo prieto basculando mientras ella salta sobre él. Cuando la muchacha incrementa el ritmo, Diego la frena.

-Joder, me estás matando de gusto… Shhhh… no, no… espera, fiera… No te corras aún. Quiero verte la cara cuando te corras. Quiero ver ese primer orgasmo, quiero ver ese placer en tu cara.

Theodoridis vuelve a colocarse sobre ella. Desearía que no terminara nunca, estar follándosela toda la noche, mas piensa que ya no podrá contenerse durante mucho más tiempo.

Blanca vuelve a gemir. Lo que siente dentro va creciendo, y creciendo… tanto, tanto, que es demasiado grande para dominarlo, demasiado intenso. El estallido de placer la asusta, y gime sacudiéndose, perdiendo todo control y arañando con violencia la espalda de Diego. El orgasmo hace que corazón se le desboque, golpee su pecho con fuerza y apenas pueda respirar. Sus músculos internos se contraen con fuerza y la joven, fuera de sí, siente como esa polla se le inserta con mayor ímpetu y llega a creer que esa deliciosa explosión de placer va a acabar matándola, y aún en ese caso, desea que continúe.

La visión de su rostro sudoroso, el temblor en sus labios al gemir… Diego no pierde detalle de su trance, y le excita sumamente sentir debajo de él su joven cuerpo cimbreante, las uñas clavadas en su espalda, y sobre todo las contracciones que siente palpitantes en su polla.

-Me corro, nena, yo también me voy a correr ya…

Tras unas cuantas sacudidas más, el semen deja ya de salir. Diego se deja caer sobre Blanca, respirando agitadamente. Al cabo de un momento, saca la polla y contempla su cara arrebolada y sus ojitos brillantes.

-Ya te has graduado, Blanca. Excelente.

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-Oooh… sí, Cyril, fue magnífico, te lo puedo asegurar. En un principio estaba desvirgando a una chiquita llorosa, pero al poco tiempo de meterle la polla hasta lo más profundo, ya era toda una loba, ansiosa de que le dieran caña. No sabes lo fuerte y lo flexible que es, puedes probar con ella cualquier postura, todo, todo… Pude hacerlo todo... Por cierto, hiciste muy bien lo que te pedí. La pusiste a mil cuando te vio follar con aquella chica en la caseta. Estaba tan excitada que la sentía como arcilla en mis manos, moldeando su placer, hasta que se corrió gritando. Las contracciones de su coñito estrechito eran tan fuertes que hizo que me corriera también, y eso que sabes que yo aguanto mucho, y que pretendía estar follándomela durante más tiempo, pero es que… joder, Cyril, fue increíblemente excitante…

-Sí, señor, me lo imagino –contesta el asistente, contrariado-. Señor Theodoridis, su esposa llamó esta mañana para recordarle que esta noche debe asistir a la cena de recaudación de fondos para la PCTL. Una ONG ecologista.

-Sí, no lo he olvidado. Supongo que has llamado para que preparen mi avión privado.

-Sí, señor. Todo está dispuesto. Mmm… esto… señor… ¿Y la chica? ¿Ahora qué pasará con ella?

-Bueno, ahora ya no me interesa. Ya me conoces, una vez desvirgada, no me apetece en absoluto seguir follándomela. El juego ya ha perdido la gracia. He pensado que debería enviarla a uno de mis clubs de lujo asiáticos o de Oriente Medio. Tiene muchas habilidades que los clientes sabrían valorar y sería una buena fuente de ingresos.

-¿Y ella aceptará convertirse en puta en uno de sus clubs?

-No seas tan quisquilloso, joder. ¿Puta? ¿Por qué no? Ha sido educada para complacer a los hombres, así que el oficio le viene que ni pintado. Además, ¿qué tiene de malo ser puta? Esta chica es completamente ignorante con respecto a todo y creerá cualquier cosa que le diga su tutor. Y yo, como tal, considero que se ha graduado con una nota inmejorable y que, por lo tanto, debe pasar a un nivel superior, donde pueda ejercitar y experimentar hasta licenciarse en el glorioso oficio del arte de follar. Te aseguro que estará encantada.

Cyril va a replicar, pero decide no hacerlo. Su jefe sigue hablando:

-Mientras tanto, estos días no te necesitaré, Cyril. Puedes ocuparte tú de ella, ya sabes... Supongo que sufrirá una especie de mono por la falta de drogas inhibidoras, así que estará muy salida. Follátela si quieres o cómprale un buen vibrador. Eso sí, ten una cosa en cuenta. El culo ni tocarlo. Su culito es mío –Diego le guiña el ojo y sonríe de forma socarrona-. Me gustaría sodomizarla a mi vuelta, antes de que emprenda su viaje a Asia. Esta polla se encargará de desvirgar también ese ano estrechito y divino.

El joven asiente, mordiéndose los labios.

CONTINUARÁ

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