Click para ir a la primera parte de EL PRIMEROEra un abrigo de calidad, de lana fría de color negro, perteneciente a una colección exclusiva de Armani. Se lo dio Diego Theodoridis, pero no fue un regalo, fue un despojo. Le dijo un buen día que ya no lo quería y que entonces él podía usarlo. Cyril nunca se lo puso por orgullo. No quería los desechos de su jefe.
Pero Blanca no es un abrigo. No es una cosa. Es una mujer. Una chica preciosa y sensual que le está volviendo loco y que no puede ocultar en el fondo de un armario.
-¿Pero qué estás haciendo? ¡Blanca! ¡Joder, no! ¡Para! No puedes hacer “eso” delante de mí, ni delante de nadie. Es algo… íntimo.
-Lo siento, no lo sabía –la chica saca la mano de entre sus piernas ruborizada-. Es que… no sé lo que me pasa. Tengo muchas, muchas ganas de follar, y Diego me dijo que tú te encargarías de mí, que podía pedirte cualquier cosa que necesitara, que me traerías la comida, que me harías compañía en mi habitación para que no me sintiera sola y que me follarías si yo te lo pedía. Pero tú no tienes ganas, porque supongo que no te gusto… Así que… Bueno… He descubierto que si me acaricio los pezones con una mano y con un dedo de la otra me froto ese bultito que…
-¡Cállate! –Cyril, fuera de sí, se levanta de la silla con tal ímpetu que tira la taza de café, y ésta se rompe al estrellarse contra el suelo.
Si ella supiera… ¿Que no tiene ganas? ¿Que no le gusta? Si simplemente cuando la ve desde la distancia, ya tiene una erección. Ahora la tiene muy cerca, demasiado cerca… y ella lleva puesta esa camisola blanca ajustada que marca el relieve de sus pezones y la línea del elástico de sus bragas… Ella le mira con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes de deseo, y él siente la polla a punto de explotar dentro de sus pantalones. Intenta serenarse, pero le es imposible. Nunca se había trastornado tanto al desear a una mujer, pero el efecto de Blanca en él es como una compulsión instintiva, no puede pensar con claridad. El ardor de esa excitación insatisfecha por una parte, y que Theodoridis se la cediera como producto de desecho por otra, altera su temperamento y se siente tan crispado y furioso como un animal incapaz de razonar.
-¡Oh! Sí, vale, me callo… -contesta la chica-. Pero no te enfades conmigo. Siempre te enfadas y frunces el ceño y me gritas y… y yo no sé qué estoy haciendo mal…y… vaya, se ha roto una taza…
El brillo de sus ojos no es sólo por el deseo, es que la chica está a punto de echarse a llorar, pero no quiere que Cyril vea sus lágrimas, así que se levanta de la silla y le da la espalda.
El hombre se revuelve en su silla súper excitado, pensando que la postura de Blanca es una maniobra de seducción estudiada. Pero no es así, no hay nada artificioso en su gesto. La chica se ha inclinado de forma espontánea a recoger los fragmentos rotos del suelo y la camisola se queda levantada de detrás.
Los ojos de él recorren las tiritas de color celeste del tanga, dos afluentes en uve que rodean unas nalgas torneada, y que van a desembocar en una súbita cascada de deseo desesperado por lo que no puede poseer. Su culito intacto es lo único que Diego no le permite, ya que quiere reservarlo para sí mismo, para ser el primero en estrenarlo… Tal vez por eso es lo que más desea el joven.
Cyril nunca ha practicado sexo anal. Se lo ha insinuado a muchas chicas con quienes se ha acostado, pero ninguna de ellas consintió. De todas formas Cyril no insistía demasiado. Tampoco era tan importante.
Pero ahora sí, sí que lo es. Lo prohibido es lo más deseable, y ese culo ya es muy deseable de por sí. ¿Cómo puede mantenerse sosegado? ¿Cómo puede pensar en otra cosa que no sea ese culito que se contonea ante sus ojos y que está pidiendo a gritos que le meta la polla hasta el fondo? Cyril ya no puede más.
-¿Sabes cuándo volverá Diego? –pregunta la chica, mientras continúa inclinada-. Le echo tanto de menos… Me dijo que cuando volviera tendría una sorpresa, algo que me gustaría mucho. ¿Sabes tú lo que es?
Él no contesta. La mención de Diego hace que se exaspere todavía más. El silencio tenso en la habitación se quiebra de vez en cuando por el tintineo de las piezas rotas de porcelana que recoge Blanca y ahora también por el sonido de la hebilla del pantalón de Cyril que se despasa y de la cremallera que se desliza.
-Quédate así, no te muevas –se acerca rozándose contra su culo, mientras con una mano sobetea sus pechos-. Es esto lo que quieres, ¿no?
-Oooh… síiiiii… -la chica se sorprende y se estremece de deseo al sentirle, al sentir su polla dura restregándose contra ella, al sentir sus manos tocando su piel ardiente bajo la blusa. De un par de tirones violentos, algunos botones caen y Cyril logra arrancar la prenda rasgada.
No son caricias, son más bien fricciones bruscas, urgentes. Desde atrás estruja sus tetas con rudeza, como si quisiera exprimirlas. Antes de que a la muchacha le dé tiempo a quejarse, la toma desde la cintura y la deja apoyada sobre la mesa. Propina un nuevo tirón, esta vez tomando como víctima al tanga, que cae al suelo con las tiras rotas.
La agresividad de Cyril asusta un poco a Blanca, pero toma su comportamiento como signo de deseo efusivo y arrebatado, fruto de su excitación, una excitación tan intensa como la que siente ella misma.
-Quieres que te la meta… -susurra él-, estás deseando que te la meta, que te la clave toda entera y que te dé bien duro, ¿verdad?
-Sí, por favor, mmmm –responde agitada la chica-. No, no… Por ahí no… No es por ahí… ¡Eeeh! Te estás equivoc…
No. Cyril no se ha equivocado. No la está sodomizando por error. El acto de meterle la polla bruscamente por el ano es completamente deliberado, aunque el dolor que está causando a la muchacha no es algo en lo que haya reflexionado en absoluto. Blanca deja escapar un grito y se revuelve, pero es imposible zafarse, tal y como está oprimida entre la mesa y el cuerpo de Cyril y ensartada por su polla, que la atraviesa desgarrando sin contemplaciones.
La chica intenta aguantar, suponiendo que posiblemente sea como cuando perdió la virginidad con Diego, que al principio fue doloroso, pero después disfrutó del placer más maravilloso que nunca había sentido. Sin embargo ahora, aunque Blanca trata de soportarlo, el dolor no cede, sino que se incrementa cuando el hombre comienza a moverse con energía, sacando y embutiendo la polla de manera tan frenética que cada empellón hace oscilar la mesa y golpean sus patas contra el suelo.
El ritmo de los golpes va en aumento, la muchacha aprieta sus puños y las esquinas de los fragmentos de la taza rota se le clavan en la mano. Le pide de nuevo por favor que pare, pero Cyril está tan ofuscado y fuera de sí que ni siquiera la oye. Sólo se oye a sí mismo murmurando “Jódete Diego, jódete… Jódete, jódete, Diego…” El susurro se vuelve gemido y Cyril se corre.
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Apostaría un millón de euros a que ya la has enculado… jajaja… Eres tan previsible, Cyril… jajaja. Pero no te preocupes, no estoy disgustado. Considera el estrene de ese precioso culo como un regalo por mi parte. Por cierto, llegaré en un par de días, traeré invitados, así que advierte al servicio. Que Blanca abandone su habitación y se aloje en la caseta del jardín. Tu jefe, Diego Theodoridis”.
Fin del mensaje. Cyril siente acidez de estómago. Conociendo a Diego, el muchacho sabe que puede ser así o más retorcido. Ha caído en su pequeña trampa como un crío pequeño, que va a tocar lo que los mayores le dicen que no debe tocar. Pero eso no es lo que le trastorna. No puede recriminar a su jefe que sea un cabronazo perverso, cuando él mismo es igual o peor. Cyril se sonríe tristemente moviendo la cabeza mientras camina por el sendero del jardín: de tal palo, tal astilla…
Y eso es lo que le altera terriblemente, que su mayor disfrute no fue en ningún caso follarse a Blanca, sino joder a Theodoridis, joder a… a su padre, incluso sin importarle el daño que le hacía a la muchacha… Lo que realmente quería era joder a su padre.
Y es que Diego es biológicamente su padre, pero nunca ha ejercido como tal. Cyril tiene esa espina clavada en el corazón desde niño. El hijo reconocido de Diego es el legítimo, André, el heredero de su imperio, el que nació dentro de esa farsa pactada que es su matrimonio de paripé. Cyril es su primogénito, pero es un bastardo. Es hijo de una de esas muchachas inexpertas con quien Diego se acostó, un niño al que su madre abandonó y del que su padre se ocupó, pero que nunca trató con afecto familiar. Nunca un detalle en su cumpleaños, ni un gesto de cariño… Nada. Y ahora, aunque Cyril sea su secretario personal, su hombre de confianza, él sabe nunca ha sido ni será su hijo, sino simplemente su empleado. Su más fiel empleado.
Si hace unos días le hervía la sangre al estar cerca de Blanca, ahora es todo lo contrario. Se le congela en las venas cuando tiene que verla o hablar con ella. Profundamente angustiado y arrepentido ya le ha dicho cuánto lo lamenta. Ha tratado de aclararle lo que ni él mismo sabe explicarse.
Hubiera comprendido que ella no le hubiera perdonado, que le hubiera insultado y tratado con desprecio o con asco… Pero no ha sido así. Lo que más mortifica a Cyril es que la chica ni le condene, ni aspire siquiera a alguna represalia.
-Hola Blanca… ¿Puedo…? ¿Puedo pasar? ¿Cómo estás de… de… de la mano y de…
-¡Hola Cyril! Mira, ya se me están cayendo las costritas de los cortes en la palma de la mano. ¿Lo ves? Y el culo ya no me duele nada. Los primeros días sí que sentía como un latido y unos pinchazos como si me estuvieran clavando agujas, y era horroroso cuando tenía que ir al baño, porque me dolía muchísimo y volvía a sangrar y eso, pero ahora ya estoy bien. Sí, sí, ya lo sé, lo sientes mucho, no hace falta que te disculpes otra vez. Seguro que no sabías que meterme la polla por el culo me iba a hacer tanto daño y eso que intenté soportarlo, pero ufff…Duele demasiado. De todas formas, aunque mi ano ya está curado, prefiero que no me folles por ahí ¿te parece bien? Puedo hacerte una paja o chupártela o lo que quieras, pero lo del culo no… ¿vale, Cyril?
El joven traga saliva desconcertado. Esa forma de ser, tan… tan raramente ingenua, le desarma. Por otra parte, el sincero ofrecimiento de masturbarle o hacerle una mamada hace que la polla le dé un latigazo dentro de sus pantalones.
-No, lo del culo, nunca más. Te lo prometo –afirma el chico, mirándola por primera vez a los ojos-. Oye, mmm… ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te traiga algo? ¿Hay algo que… necesites?
Da un paso hacia ella, y Blanca reprime el impulso de recular, aunque no puede ocultar en su rostro que está un tanto asustada. Y otro tanto excitada.
-Confía en mí, por favor. Te juro que no voy a lastimarte…
La rodea con los brazos y la besa con suavidad en la boca. Los labios del joven son tibios y dulces; se abren ligeramente y ella siente la humedad de su lengua que lentamente va abriendo camino. Blanca entreabre su boca, ansiosa, y siente un escalofrío placentero cuando ambas lenguas se rozan.
Los recelos de la chica acaban desapareciendo, ahogados en esa cálida humedad de lengua ardiente y de deseo empapado en su sexo. Blanca cierra los ojos y se deja llevar por sus besos, por sus manos que la desnudan esta vez con estudiada delicadeza, por los brazos que la dejan caer con suavidad sobre el lecho.
Con los ojos cerrados, Blanca se pierde en el deleite de sus caricias, de su boca golosa en sus pezones ávidos. Con los ojos cerrados, la muchacha se eleva y se queda suspendida en el aire, sostenida por los hilos del placer de su lengua entre sus piernas, una lengua complaciente que se afana en encaramarla hasta la cima más alta y luego lanzarla voluntariamente hacia el vértigo profundo del éxtasis.
Con los ojos cerrados, Blanca se corre pensando en Diego, deseando a Diego, anhelando que vuelva pronto a ella…
-¿Qué tal? –Cyril se asoma sonriente de entre sus piernas, limpiándose la boca con la mano.
-Mmmmmm… -la chica se estira y se retuerce, aún sofocada y jadeante, con las mejillas arreboladas- Qué… Qué bueno es esto… Es… es nuevo para mí, pero… ¡vaya si me gusta!
-Me alegro de que te haya gustado –se ríe el joven, sentándose en la cama-, ya sabes, cuando me necesites, estoy a tu servicio.
-¿Me comerás el coño cada vez que te lo pida? –le pregunta la chica, ilusionada.
Esas mismas palabras, en boca de otra chica, podrían sonar obscenas. Blanca lo pregunta con tanta naturalidad que a Cyril le resulta mucho más lascivo.
-Estás empalmado. ¿Te apetece que te chupe la polla? –antes de que Cyril conteste, la joven ya le ha desabrochado el pantalón.
Blanca se apresura. Al verle tan excitado, con esa polla tan rígida y grande, vuelven a asaltarle los temores de que le dé la vuelta y la vuelva a sodomizar. Mejor le calma con la boca hasta que le salga la leche y la polla se le deshinche. Se esmera lamiéndole los testículos mientras le pajea con la mano.
Cyril le acaricia los cabellos castaños, y retira unos mechones de su rostro. Desea verla mientras le hace la mamada. Ver cómo saca la lengua y lame el glande húmedo, ver como sus jugosos labios lo envuelven y se deslizan resbalando suavemente hacia abajo, bien ceñidos a su polla. Ver como ella eleva su mirada hacia él mientras se la sigue chupando.
La chica vuelve a tener ganas, sigue padeciendo el mono por las drogas que le suministraban en la academia Vestal que inhibían sus deseos sexuales, y su síndrome de abstinencia no es otro que un deseo sexual tan fuerte que se convierte en necesidad apremiante. Chuparle la polla a Cyril la excita mucho más. Le está mirando ahora, como mueve las caderas, agitado, suspirando, deseando que se la meta de nuevo en la boca así, hasta el fondo. Blanca sabe que ella le está provocando ese placer, y eso la enciende, así que su mano se desliza entre sus piernas y comienza a acariciarse el clítoris hasta que Cyril la detiene.
El hombre se levanta, se quita los zapatos y se deshace del pantalón y de la camisa. Así, desnudo, mostrando sus músculos marcados, tiene una apariencia inquietante. Empuñar en una mano la polla tiesa, como si fuera una espada, le confiere un aspecto aún más amenazador. Es como un bello y peligroso animal salvaje.
-Quiero follar contigo. ¿Quieres que…?
Cyril no logra terminar la pregunta. Blanca aún no se fía demasiado y teme que se la vuelva a meter por detrás, así que súbitamente, movida en parte por el temor y en una mayor parte por el deseo, da un salto, echa los brazos al cuello del hombre y le rodea con las piernas. Cyril, instintivamente, la agarra por el culo para sujetarla, y Blanca aprovecha para agarrar su polla con una mano y metérsela.
Cyril se sienta sobre la cama y disfruta dejándole las riendas a Blanca. La muchacha le cabalga con brío y no tarda demasiado en volver a gozar de otro intenso orgasmo que tensa cada fibra de su ser.
-Voy a correrme ya… Me gustaría que siguieras con la boca –le demanda el joven, consciente y algo preocupado por no haberse puesto un condón.
Resuelta a ofrecerle el mayor placer, Blanca engulle su polla con habilidad. Cyril, a la hora de correrse, siempre ha avisado a la chica con la que estuviera, y ésta normalmente ha dejado de chupársela para seguir con la mano. En esta ocasión, sabe que se va a correr en su boca y que ella se lo tragará todo. Con esa excitante idea en mente, el hombre se corre y, efectivamente, la chica se atiborra de leche caliente.
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No sabe por qué ha tenido que dejar sus aposentos, con todas sus lindas cosas, y mudarse a la casita del jardín. Sospecha que tiene que ver con la sorpresa que le está preparando Diego. Cyril, que está muy taciturno, por fin le ha confirmado que Diego está en la casa y la chica ha brincado de entusiasmo ante la gélida y disciplente mirada del secretario. La muchacha, al verle tan frío como un glacial, se ha abstenido de proponerle algún jugueteo sexual. Además, él se ha excusado en seguida añadiendo que tiene mucho trabajo y no puede entretenerse
Blanca sólo conoce a dos hombres, a Diego y a Cyril, así que no puede evitar comparar. Aunque anatómicamente son de similares características, en el fondo le parecen muy distintos. Cyril es un joven un tanto raro, a veces parece que ella le gusta y en otras ocasiones, como ahora, sin saber por qué, está enfadado con ella y le da la impresión de que la detesta. Diego, su tutor, sin embargo, es más mayor, más maduro, y es guapo y atento y dulce y risueño y amable… Es el príncipe azul de sus sueños.
No le gusta demasiado el atuendo que Cyril, antes de irse, le ha llevado por orden de Diego. Es un corsé negro de puntilla transparente, muy ajustado e incómodo que le oprime para realzar sus pechos semidesnudos. Desde la cinturilla sale una faldita mínima de gasa que no le llega a tapar el culo. El calzado son dos botas negras de tacón muy alto.
“Diego ha dicho que no lleves bragas”. Las aparentemente impávidas palabras de Cyril la calientan y sonríe regocijada. Ante una expectativa como la que imagina, de pasar otra maravillosa noche con Diego, bien vale la pena soportar un atuendo incómodo, si así le complace.
La chica camina ligera, a pesar del tacón, siguiendo a Cyril, que da grandes zancadas, cabizbajo. Nunca había estado en esa parte de la casa. La verja estaba cerrada. Pero ahora está abierta, así que la atraviesan, continúan por el sendero y suben por las escaleras hacia la entrada principal. En el vestíbulo, el secretario sigue caminando hacia el despacho y un mayordomo espera a la muchacha, que se detiene casi sin aliento, deslumbrada por la enorme mansión de estilo colonial, por el lujo del mobiliario, las lámparas de araña, los tapices y cortinas de seda francesa…
-En la sala de juegos la espera el señor –el mayordomo abre una de las puertas del largo pasillo, tras tocar con los nudillos antes, y Blanca entra.
Diego deja el puro sobre el cenicero de la mesa donde jugaba a las cartas y se levanta.
-Estás perfecta, perfecta... Permíteme que te presente a mis invitados, tres amigos míos que han viajado desde muy lejos expresamente para conocerte, pues les he hablado muy bien de ti.
Blanca, que hasta ahora sólo tenía ojos para Diego, se da cuenta de que hay otros tres hombres más alrededor de la mesa, que se levantan también y se acercan hacia ella.
-Hola, soy Blanca –sonríe tímidamente la muchacha-, encantada de conocerte. ¿Tú eres…?
-Mejor sin nombres, guapa. Aunque a mí puedes llamarme Semental –el hombre, que habla con acento, se ríe y se aproxima. La chica da un respingo cuando nota la mano del hombre acariciándole el culo. Los otros dos también se levantan y hablan entre sí un idioma que Blanca no entiende.
-Blanca, preciosa –le pide Diego- sube una pierna y demuestra lo flexible que eres a estos amigos.
La chica, algo nerviosa, eleva una pierna hasta rozar con el tobillo la oreja; se mantiene así, sujetando la pierna alzada con una mano.
-Comprobad lo estrechita que es –les sugiere Diego.
La muchacha pierde el equilibrio cuando uno de los hombres le mete un dedo en la vagina. No se llega a caer, porque el que tiene detrás, que estaba palpándole el culo, la sujeta desde las axilas y aprovecha para sobarle las tetas.
La chica se revuelve y consigue liberarse de los hombres, que sueltan una carcajada.
-Sí, a veces es como un conejito asustado, pero ya irá aprendiendo… -la disculpa Diego, que la toma por el brazo con firmeza y la lleva a un rincón de la habitación, allí le susurra a la chica-. Blanca, no me avergüences ante mis amigos. Deberías saber que no todas las lecciones son placenteras, pero si deseas ascender en tu educación, tienes que aplicarte bien. Esta prueba es muy importante, y tu futuro depende de ella. Si haces lo que te pidan y lo haces bien, te aseguro que me harás muy feliz y recibirás una grata sorpresa.
La muchacha se vuelve a mirarles. No le gusta nada el aspecto de esos hombres, ni sus risas desagradables cuando hablan entre ellos y la miran. Aun así, obedece a su tutor, tal y como le enseñaron en la Academia Vestal que deben hacerse las cosas.
Mientras Blanca trata de complacer los deseos de los clientes de Diego, éste mantiene una conversación con Cyril en su despacho.
-Eres tan joven, querido Cyril… -Diego suelta una carcajada, moviendo la cabeza-. Crees estar enamorado, y actuar como el caballero andante que socorre a la damisela en apuros.
-Es lo primero que te pido en todos estos años. Yo nunca te he pedido nada… padre –Cyril le tutea por primera vez en su vida, y pronuncia con intención la última palabra-. Nunca he sido nada más para ti que tu empleado, no he tenido los privilegios de tu hijo André, no he estudiado en colegios pijos, no he ido a Cambridge, nunca hemos compartido la cena de Navidad, pero soy el que pasa más tiempo contigo. Tu hijo André es lo primero, sé que yo para ti no soy nada… pero André no te conoce como te conozco yo; no sabe nada de tus negocios sucios, de tus clubs de putas, de la Academia Vestal, donde aíslas y entrenas muchachas para tu propia satisfacción personal. ¿Crees que te tendría la misma estima si supiera realmente lo que eres? Yo siempre he sabido lo que eres y, a pesar de ello, he estado a tu lado.
-¿Crees que no he pensado en eso? Como bien dices, mi familia no está al corriente de mis “otros” asuntos –Theodoridis hace una pausa con intención-, por eso todos mis “otros negocios” te los dejaré a ti el día que yo falte.
-¿Estás intentando comprarme? –sonríe desdeñoso el joven.
-¡Claro que sí, joder! ¡Pero porque no quiero que tires por la borda toda tu vida por un capricho ridículo! Tendrías todo el poder, estarías al mando de todo. Todo sería tuyo, porque te lo mereces… ¿Quieres a Blanca? ¿Qué vas a hacer, entonces? ¿Largarte de aquí, casarte con ella y ser felices para siempre? Porque tienes que elegir, no lo puedes tenerlo todo. O ella o yo. Y por cierto, ¿le has preguntado acaso a Blanca si ella te quiere a ti? Lo más seguro es que cuando le des una pizca de libertad, te deje por cualquier otra polla que le guste más que la tuya… Piensa bien en todo lo que pierdes y en lo que te llevarías a cambio. Blanca no es más que otra zorrita de tantas como hay en el mundo…
-¿Cómo lo fue mi madre?
-Y como lo fue la madre de Blanca. Su madre también se quedó preñada y por un precio a convenir me cedió a la niña. Lo mismo ocurrió con Sara, Elisa, Joana… Todas mis zorritas, hijas de otras zorritas.
-¿Me estás diciendo que Blanca y esas otras chicas de la academia son…? –Cyril palidece.
-Sí, eso te estoy diciendo. Que te has follado a tu hermana. No me digas que ese detalle no le da un excitante morbo añadido. Oh, vamos, no me mires así, como si fuera un monstruo, cuando sabes que, en el fondo, por mucho que quieras disfrazarte de falsos escrúpulos, tú eres igual que yo.
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Blanca camina por el sendero del jardín desde la casita hacia su habitación. Necesitaba un buen baño caliente antes de reunirse con Diego, y lavarse bien los dientes. Finalmente los tres hombres se han corrido en su boca, aunque antes de eso, mientras se la chupaba por turnos a dos de ellos, uno se la metía por detrás en el coño. Blanca cerraba los ojos e intentaba dejarse llevar, pero ni las manos ni las pollas de esos hombres trataban de proporcionarle placer a ella, sino que sólo buscaban satisfacerse ellos mismos. A pesar del lubricante, el culo le arde. Dos de ellos también se la han metido por el ano y, aunque no ha sido tan doloroso como cuando lo hizo Cyril, no ha sido nada agradable.
Espera haber cumplido bien, al menos se ha esforzado en hacer todo lo que esos hombres le han pedido, les ha complacido en todo, sin quejarse. Ahora sólo quiere pensar que ha superado esta prueba y que Diego la espera en la habitación, dispuesto a compensarla a ella como premio bien merecido.
Al abrir la puerta, la muchacha se queda atónita… No puede ser… Pero sí, sí que es…
-¡Saraaa! ¡Saritaaaaaa!
-¡Blancaaaaa!
Las dos muchachas se abrazan llorando y riendo, hablando las dos a la vez, felices y conmocionadas por la sorpresa de encontrarse, ya que habían pensado que nunca más volverían a verse tras despedirse en la Academia. Diego da un par de palmadas y corta el alboroto.
-A ver, chicas. Un poco de formalidad. Ahora esforzaos un poco en prestarme atención y seguir mis instrucciones al pie de la letra. Ya hablaréis más adelante, que ahora vais a tener las dos la boca bastante ocupada en otros menesteres más placenteros.
Diego disfruta contemplando los cuerpos desnudos de ambas muchachas, sobre todo el de la nueva, que tiene el cabello más claro, es más menuda, aunque sus tetas son bastante más grandes. Las muchachas cumplen sus órdenes disciplinadamente, y el hombre goza al ver cómo la experimentada lengua de Blanca le da placer a su inexperta hermana chupándole los pezones. Se desnuda él también y con un gesto, le indica a la rubita que se arrodille. Mientras Sarita le hace la mamada, Theodoridis le propone a Blanca que le coma el coño a su amiguita.
Sara está descubriendo sensaciones nuevas que la hacen vibrar, la lengua de Blanca sabe bien lo que hacer para conseguir que pierda el control y acabe desconcentrándose y que, gimiendo, deje de chuparle la polla a Diego.
-¿Quieres que te la chupe yo? –le pregunta Blanca, dispuesta a complacerle.
-No. Sarita lo está haciendo muy bien. Blanca, deja ya de comerle el coño, que ya está lo suficientemente caliente y no quiero que se corra todavía. Túmbate sobre la cama, Blanca, que ahora mismo estamos contigo.
-Deseo follarte, Sara, meterte la polla por el coño, por el culo –le susurra Diego a la más joven al oído-. Lo harás bien, te mostraré lo que hay que hacer y seguro que te gradúas con honores.
El hombre abre un estuche oscuro y extrae un consolador con forma de polla, de color carne y se lo ofrece a Sarita.
-Te voy a mostrar cómo será. Esto es como si fuera mi polla –señala el consolador y luego señala la vagina de Blanca-, pues te la voy a meter por aquí. Eso es, métesela por ahí a Blanca, y ahora sácala y vuélvesela a meter. Fíjate cómo le gusta, como se retuerce de ganas de que sigas haciéndolo… pues mucho más te gustará a ti, pues mi polla es de carne y es muchísimo mejor que una artificial. Ahora acaríciale con cuidado el clítoris con la otra mano mientras sigues metiéndole el consolador más rápido y verás cómo se corre…
Sarita escudriña a gatas el coño de Blanca para observar curiosa cómo entra y sale el dildo, Diego se coloca por detrás, rozando con su polla rígida el clítoris de la joven para que continúe excitada. No es lo que esperaba Blanca. Soñaba con Diego, soñaba con la lengua de Diego en su piel, con su boca, con sus manos, con su polla dentro de su boca, de su coño, incluso dentro de su culo… con estos pensamientos acaba teniendo un fuerte orgasmo como conclusión a los fructíferos tocamientos de Sara y a las acometidas del consolador.
Al abrir los ojos, recuperándose del orgasmo, una pequeña punzada de extraño desasosiego se le queda prendida en el centro de su pecho, cuando Blanca, entre la V de sus piernas abiertas, observa la complicidad entre Diego y Sarita, cómo ella le mira sonriente y ansiosa, cómo él la acaricia, cómo sus manos van a su entrepierna y saca sus dedos brillantes de fluidos.
-Ya vale, Sara –le murmura él al oído, sin dejar de acariciarle las tetas y el clítoris-. Blanca ya se ha corrido. Ya no es necesario que sigas. Tu coñito, al ser nuevo, es muy estrecho y tiene una ligera membrana que debo romper con mi polla. Eso será un poco incómodo al principio, pero luego es puro placer. ¿Quieres entonces que lo haga? ¿Quieres que te folle?
-Sí, sí, sí… ¡Oh, síiii! –exclama emocionada Sarita.
-Mmmmmm… Me encantará hacerlo –la vibrante voz de Diego cambia a un tono mucho más frío cuando se dirige a Blanca-. Ya puedes irte, guapa. No hace falta que te vistas. Vuelve a la sala de juegos, que seguro que mis amigos desean seguir jugando contigo.
-Pero… Pero esta es mi habitación. Yo… Yo pensaba que tú, que tú y que yo… -replica la chica.
-Tú no tienes por qué pensar nada –Diego es tajante-. Esta es ahora la habitación de Sara. Ve a la sala de juegos, obedece.
La punzada se convierte en el dolor cruel de la daga amarga de los celos y el desengaño. Blanca abandona corriendo la estancia y sale llorando al jardín. Sarita está desconcertada, pero Diego, su tutor, la tranquiliza.
-No pasa nada, cielo, ya sabes cómo es Blanca. Siempre quiere ser la primera, la mejor en todo, y no soporta que te elija a ti. No aguanta que tú seas mejor, pero ya se le pasará, no te preocupes, lo que pasa es lo que pasa es que prefiero tus tetas, me encantan, son imponentes, voy a poner mi polla entre ellas… Eso es, sujétalas así, presiona más fuerte… ahora muévete, pajéame con tus tetas… mmmm…
Diego disfruta con la cubana, con su polla falcada en el canalillo, y bien flanqueada por esos orondos pechos, que ahora presiona él, y así aprovecha para acariciar con la yema de los pulgares los pezones duros de la chica.
-¿Te gusta, preciosa? ¿Te gusta que te acaricie así? Mira cómo tengo la polla de dura por tu culpa, por culpa de esas tetas tremendas… Voy a tener que meter la polla en tu coñito para calmarme. ¿Quieres que lo haga?
-Sí… Síiii…
A pesar del deseo evidente y de su fuego uterino, Sarita no las tiene todas consigo cuando contesta. Diego le acaba de decir que le va a hacer daño y la chica siempre ha sido muy sensible al dolor físico.
Diego ya se ha percatado que esta muchacha no es tan flexible como su hermana, es bastante más rolliza, por eso ya ha decidido no tratar de forzar posturas, follársela por detrás, y disfrutar agarrado a sus gruesas tetas y a sus poderosas nalgas. Está deseando penetrarla ya, y así, tal y como está, colocada a cuatro patas, le viene a la cabeza la morbosa idea de alternar entre los dos agujeritos, el del coño y el del culo, para estrenar ambos al tiempo.
La apariencia más robusta de Sara también hace que la considere menos vulnerable que a Blanca. Con esta última fue extremadamente delicado, tal vez por su aspecto más frágil y esbelto. En aquella ocasión le apetecía excitar a la joven virgen, le entusiasmaba manejar su deseo y su placer, deseaba que sintiera, deseaba que se corriera. En esta ocasión, sin embargo, le es indiferente que la chica se corra o no. No es su intención hacerla padecer intencionadamente, por eso se unta bien la mano con lubricante y lo esparce alrededor de su ano. Luego introduce un dedo y lo mueve para ir dilatándolo poco a poco.
La primera penetración en ese coñito húmedo, cerrado y palpitante es sumamente placentera para él. Atravesar la membrana y romper el himen es un gozo para Diego imposible de describir. Sara se revuelve alterada, lloriqueando ante las primeras embestidas tan duras, quejándose por la incomodidad. Trata de apartarse, pero Diego la calma inmediatamente con un par de fuertes palmadas en su trasero.
-Eso es, tranquilita, ya ha pasado lo peor, relájate, que esto va para largo…
La polla entra y sale de su vagina en consonancia con los dos dedos que ya le ha introducido en el ano. Diego comprueba que lo que era un pequeño asterisco fruncido es ya un agujerito dilatado en el que no se aprecian los pliegues . Decide que es suficiente dilatación; aunque su polla es grande, la deliciosa sensación de tenerla muy apretada por su anillo rectal es algo que le enloquece.
-Ahora trata de relajarte y no te dolerá. Lo estás haciendo muy bien… Así, cariño, así… estate quietecita…
Presiona el ano y va embutiendo la verga despacio. Sara es incapaz de relajarse, se tensa y su ano se comprime provocando más placer en Diego, que trata de controlarse para no metérsela frenéticamente y romperle el culo. No es que le produzca mucho pesar hacerlo, ya le ha roto el culo a muchas chicas en muchas ocasiones llevado por el arrebato. La razón de su cuidado no es otra que la de no estropear el género para que luego puedan probarlo sus tres socios del puticlub. Sara es bonita, rubia y con pechos grandes, seguro que les encantará a sus clientes.
Ya la tiene toda dentro… Espera unos segundos. La saca un poco y la vuelve a meter, y así sucesivamente. Cuando nota que Sara parece más calmada la saca por completo y va alternando entre ambos agujeritos estrechos. El hecho de que Sara sea una de sus hijas secretas y que él mismo, su padre biológico, sea el que la está desvirgando y sodomizando le provoca un perverso placer y un inmenso apetito venéreo.
La chica deja que esa polla invasora se clave por donde su tutor decida. Mientras Sara cierra los ojos y se entrega a Diego, resignada y trémula, hasta que éste se corre en su vagina, Blanca abre los suyos y despierta a la realidad. En su huída por el jardín, tropieza con Cyril.
-¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás llorando?
-No quiero volver con esos hombres, no me gustan –la chica, hipando y sorbiéndose los mocos, se abraza al joven-. Y… Y él está con Sara, quiere a Sarita, no quiere que esté a su lado, y no sé por qué, no sé qué he hecho mal. No quiero estar aquí. Ya no me gusta este sitio, quiero irme de aquí.
-No pasa nada, no llores. Shhhhh… Calla. No armes un escándalo. Confía en mí, yo te ayudaré. Espérame en la casita del jardín. Dentro de unas horas pasaré a buscarte y nos iremos, no te muevas de allí.
Al cabo de un par de horas, Diego deja la habitación de Sara. Cyril le estaba esperando en la puerta.
-Tenemos un problema, jefe.
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Quince años después…Madame Fiorela avisa a Desiré de que tiene un nuevo cliente. Desiré es su nombre de guerra, ya ha olvidado el que tenía antes… Ahora tiene treinta y tres años, pero sus ojos son viejos, han visto demasiadas cosas… su mirada ha perdido el brillo de la inocencia, la frescura de la juventud se le apagó hace mucho tiempo y, por intensa que sea la sombra de ojos y la máscara de las pestañas, es imposible disimular ese velo marchito que opaca la luz de sus ojos. Quince años lleva siendo Desiré, quince años recluida en un puticlub ejerciendo la prostitución es mucho tiempo, demasiado tiempo…
-Por fin te encuentro… Nunca he dejado de buscarte, nunca. Desde que conseguí escapar de este mundo oscuro he revuelto cielo y tierra hasta encontrarte. Debimos irnos aquella noche, huir cuando tuvimos la oportunidad, pero confié en quien no debía y pensé que no sería capaz de convencerte para que huyeras conmigo. Diego te tenía hipnotizada con su falso encanto, igual que me fascinó a mí, hasta que me di cuenta que todo había sido un engaño. Nuestra vida, todo lo que nos enseñaron, era una falacia, pero ahora volvemos a estar juntas, Sarita.
-¿Blanca? ¿Eres tú de verdad o estoy soñando? –Tampoco la hubiera reconocido, ambas han cambiado demasiado. Una lágrima negra de rimmel resbala por la mejilla de Sara, ahora conocida como Desiré. Finalmente se abraza a su amiga.
-Me las he arreglado para que en unos minutos salten las alarmas anti-incendios –le explica Blanca-, en el barullo podremos largarnos de aquí sin que se enteren. Ponte este calzado más cómodo y esta ropa más discreta.
-¿Sabes que tuve una hija? Me la quitó. Se la quedó él. Me gustaría matarle con mis propias manos.
-No será necesario –la consuela Blanca-. Diego está muerto. Tuvo un accidente aéreo hace unos años.
-¿Crees que podré localizar a mi hija algún día? Se llama Marina...
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No fue difícil sabotear el avión y simular un fatal accidente. Diego desapareció, se esfumó estallando en pedazos en el aire y así, de esa manera, aceleró la culminación de su gloria. Con su padre muerto, ahora Cyril es el primero. Rey muerto, rey puesto.
Un par de años después del encuentro de Sara y Blanca, el señor Theodoridis, Cyril Theodoridis, luciendo un maravilloso abrigo nuevo recién estrenado, un modelo exclusivo de color negro de lana fría de la colección Armani, acudía a la Academia Vestal con la intención de llevarse a Marina, una preciosa jovencita de cabellos claros, sonrisa fácil e himen intacto.
FIN