martes, 10 de mayo de 2011

UN POCO DE RESPETO

Es duro encontrar un relato propio en otra página, publicado con otro nick. Peor es encontrarlo en un blog de fotolog, en la que la plagiadora, una tal Jonas-Ruless, reemplaza los nombres de mis protagonistas y los sustituye por los de los Jonas Brothers. Pero lo que realmente más me dolió fue un post de la susodicha en el que agradece los comentarios de sus lectoras, y añade que ya tienen el siguiente capítulo, que se ha esforzado mucho en tenerlo pronto y que no ha dormido apenas para poder escribirlo. Increíble.

Pero aún no he llegado a lo peor. El colmo de la desfachatez. Ya no es sólo plagiar mis cinco capítulos de “el Salvaje”, cambiarles los nicks por el de los personajes de Crepúsculo y publicarlos en Fanfic.net. Además de eso, el plagiador/a se ha registrado con mi propio nick, me ha robado la identidad, se comunica e interactúa con sus lectores como si fuera yo –algunos me conocían de antemano a causa de este blog y mis publicaciones en Todorelatos- y, para más inri, comenta literalmente:

“Adaptación de una historia original. Los personajes son de SM (Stephenie Meyer) la historia es mía. Hace tiempo se me comunicó que había un plagio de otra de mis historias en este sitio… Si quieren adaptar alguna historia mía pídanme permiso, si los concedo la mayoría de las veces. La historia tiene 5 capítulos, nos vemos en el segundo”.

Lógicamente habrá otro relato mío plagiado en esa página, pero no pasa nada. La falsa GatitaKarabo concede permisos para adaptar MIS relatos.

El disgusto producido pasa a ser desánimo cuando el webmaster de la página de Fanfic.net hace caso omiso a mis protestas y cuando mis comentarios en mi propio relato reivindicando el robo de mi historia y de mi identidad caen también en saco roto.

Para mí escribir puede ser placentero, pero no es nada fácil. En primer lugar, hay que pensar la historia, seguidamente empleo mucho tiempo en una labor extensa de investigación para ambientarla convenientemente y que sea convincente. El proceso de escribir requiere perder horas de sueño, en muchos casos es doloroso como un parto… como dijo el cantautor: “dejo sangre en el papel… y cada verso es un jirón de piel”.

Pero finalmente ahí lo tengo, terminado, y me siento satisfecha del fruto de mis tribulaciones, deseando compartirlo en esta página para… ¿Para qué? ¿Para recibir escasas valoraciones y muchos más escasos comentarios? ¿Para que me roben los relatos, los publiquen como fanfics, me roben en nombre y que el plagiador reciba más de ciento veinte comentarios alabando “su” historia cuando aquí, la verdadera autora, recibe aquí unos dos o tres comentarios, tirando a mucho?

Tal vez sea por el bajón que me causa este robo con impunidad, pero empiezo a pensar que es posible que no valga la pena tanto esfuerzo.

Esto no quiere decir que vaya a dejar de escribir; a pesar de todo, me gusta hacerlo… pero me estoy planteando seriamente dejar de publicar.

Un saludo a todos los lectores de una que se siente ahora mismo como un “corazón tendido al sol”.

sábado, 16 de abril de 2011

LA PRUEBA








Hey you, what do you see?
Something beautiful, something free?
Hey you, are you trying to be mean?
If you live with apes man, it's hard to be clean.

(“The Beautiful People” - Marilyn Manson)






Las tres aspirantes a formar parte del exclusivo Club B. People ya se habían despojado de su ropa y se habían quedado en ropa interior. Su misión era ordeñar con la boca a cualquiera de los socios invitados a la fiesta. Portaban una copa en la mano, en la que escupir el semen, para luego vaciarlo en la cubeta que llevara su nombre. La música electrónica sonaba a todo volumen, marcando el ritmo frenético de las mamadas, mientras los de alrededor jaleaban vociferando: “¡Chupa, zorra, chupa! ¡Chupa, zorra, chupa!”

Muchos tíos desabrochaban el botón y bajaban la cremallera de su pantalón -mostrando el ribete del boxer forzosamente de marca, con el logo de Calvin Klein, Armani o D&G- como señal de que estaban disponibles para contribuir a la donación de leche de las candidatas. Obviamente la ganadora sería aquella que acumulara más semen en su cubeta.

Mi amiga Julia y yo echamos un vistazo a las candidatas. Las otras dos chicas son bonitas, tienen un cuerpo esbelto, pero Linda destaca entre ellas como luciérnaga entre polillas. No es sólo su bello rostro, o el tanga negro minúsculo que deja al descubierto sus perfectas nalgas, o su cintura de avispa, o sus pechos rotundos embutidos en el Victoria’s Secret de encaje… Es su forma seductora de mirar, entornando los ojos felinos; es el guiño tentador que hace cuando se retira un mechón de cabello oscuro del rostro, abriendo los labios carnosos, mostrando casi imperceptiblemente la punta de la lengua que los acaricia.

Desde la barra compruebo que Linda es tan bella como astuta. Las otras dos concursantes se dedican a mamársela a los hombres más atractivos del club que ofrecen sus pollas. Linda rechaza a los guapos y se afana en hacer las mamadas a los jóvenes imberbes menos agraciados, ya que sabe que esos chavalillos están poco habituados a tener la polla entre los labios de una preciosa y experimentada chica, así que se corren al poco de metérsela en la boca.

Pasa el tiempo, la fiesta continúa, la música retumba machacona. Muchos ya han dejado de ver el espectáculo de las felaciones y bailan en la pista; otros están follando en los reservados, otros se meten rayas de coca en el servicio. Se sucede una corriente de bandejas que salen cargadas de copas y cócteles de la barra del bar y vuelven llenas de vasos vacíos. Las aspirantes ya han perdido la cuenta de las pollas que llevan ordeñadas. Entre mamada y mamada, todas se llevan las manos a las mejillas doloridas de tanto succionar. A estas alturas, la ventaja de Linda es evidente. El nivel de volumen de semen en su cubeta supera con diferencia al de las otras dos.

La música se interrumpe. La prueba ha finalizado. Observo a los prestigiosos socios fundadores del Club B. People que bajan las escaleras desde la sala VIP, donde a través de grandes pantallas observan todo lo que ocurre en la sala disco. Ellos son la élite, nunca tuvieron que superar prueba alguna para entrar a formar parte de su sociedad. Ellos son el Club.

La presidenta, una rubia barbie vestida de Armani, sube a la tarima, comprueba las cubetas y toma el micrófono.

-Tenemos una clara ganadora de la primera prueba… ¡Lynn!

El vitoreo es general. Linda sonríe satisfecha. Las otras chicas la felicitan con una sonrisa falsa que deja traslucir la rabia y el resentimiento.

-Un merecido aplauso también para las otras dos participantes, y vosotras no os desaniméis, muchachas –comenta la barbie hablando por el micro-, este resultado no es concluyente; el examen no ha hecho más que empezar. Damas, caballeros, presten atención, por favor… La siguiente prueba es bastante más rápida y mucho más sabrosa. Chicas, tenéis tres minutos para ingerir toda la leche que habéis logrado ordeñar, sin derramar ni una gota… Preparadas, listas… Pues venga, a tragar semen a partir de… ¡Ya!

Con los puños en alto los miembros del club aclaman y animan a las participantes: ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga! ¡Traga!

Una de ellas se debate contra las arcadas y no consigue tomar más que los primeros sorbos antes de rendirse por las náuseas. La otra traga la lefa con los ojos cerrados, con cara de asco, pero no desiste en su empeño. Linda, sin embargo, toma la cubeta con ambas manos y, como si se tratara de la mejor nata, engulle el semen con pretendida glotonería hasta vaciar el recipiente, provocando la euforia del público al rebañar con los dedos los restos y lamerlos con fruición.

Al ver ese último gesto, Julia parpadea. Supongo que recuerda cuando Lynn era Linda, cuando las dos eran novias… cuando a Linda le encantaba que Julia lamiera la nata de sus dedos. Hace tanto de eso… Julia me contó que ambas trabajaban en una hamburguesería en el centro comercial. De vez en cuando Linda preparaba un helado Sandy, dejaba un resto entre sus dedos y, antes de servirlo, acudía a la cocina para que Julia lo lamiera, colocando sus dedos como si fueran piernas y las gotas de nata en el medio. Era tan excitante… era la señal de que su madre no iba a pasar la noche en casa… era el preludio de una intensa noche de ardientes lamidas en otras natas más dulces.

Julia amaba a Linda, cuando Linda aún no era Lynn. La Linda de entonces era una adolescente rellenita, usaba gafas, tenía los dientes torcidos y contaba chistes increíblemente malos, aunque Julia acababa llorando de la risa al oír sus carcajadas contagiosas. Linda era todo para Julia. Era su razón de despertar cada mañana, era la sal de la tierra, la chispa de la vida en el bote de Coca-Cola, la salsa barbacoa en las chips Deluxe, el corazón de chocolate de los tronquitos helados… Era su vida.

A Julia no le gustaba la madre de Linda. La consideraba una mujer egoísta, bella y fría como una víbora. Una ludópata que siempre se quejaba de no tener dinero, endeudada hasta las cejas, incapaz de mantener con dignidad a su hija, la cual tuvo que abandonar los estudios y ponerse a trabajar para tratar de subsistir y mantener el vicio de su madre. “Será sólo un tiempito, cariño, seguro que en nada tengo una buena racha y nos damos la gran vida”. Y el dinero que ganaba la muchacha se perdía siguiendo a la bolita que rodaba en la ruleta del casino.

“La gran vida” obsesionaba a Linda. En la hamburguesería Linda se crispaba cuando veía llegar al grupo de pijos de la zona norte de la ciudad, los mismos que, emulando a los niños ricos americanos, habían fundado la fraternidad Beta-People -que con el paso de los años pasó a ser el actual Club B.People-. La chica les atendía correctamente, pero en cuanto se alejaban para sentarse tras conseguir su pedido, empezaba con la misma retahíla de siempre:

-Seguro que una de esas minifaldas valen más que lo que cobro yo en tres meses currando como una negra. Y no digamos los perfumes que se gastan. Míralos, qué asco dan… Se tiran la gran vida sin hacer nada… Son superficiales, vacíos, tíos cachas y niñas bonitas, pijos de mierda, zorras que sólo piensan en su físico y en qué manera van a malgastar el dinero de sus padres ricachones… Les odio…

La razón de su profundo odio no tenía un motivo concreto. Los pijos de la zona norte nunca la habían insultado o tratado con desprecio. Simplemente la ignoraban. Ni se fijaban en ella. Linda era un ente invisible con uniforme a rayas que servía y cobraba sus menús.

Julia estaba segura de que el odio de Linda era tan profundo porque era pura y absoluta envidia. En el fondo ambas sabían que haría cualquier cosa, fuese lo que fuese, por ser uno de ellos.

Cualquier cosa, fuese lo que fuese… como comerle la polla a un montón de tíos, siendo lesbiana, y después beberse un cubo de semen. De todas formas no es la primera polla que ha tenido que chupar para conseguir lo que desea. Se inició en ello poco tiempo después de que su madre se casara. Sí, la suerte de su madre cambió, y no por tener una buena racha en la ruleta, sino porque conoció en el casino a un viejo cabrón forrado de pasta con el que acabó contrayendo matrimonio. “Venga, cariño, esta noche salgo un ratito, hazle compañía a papi… Ya sabes, sé complaciente con él…”

“Hagan juego… No va más… siete rojo… siete rojo, señores…”. La madre perdía el dinero del viejo; papi manoseaba las tetas de la jovencita hasta que se empalmaba y ella le hacía una mamada; Linda era, pues, complaciente y conseguía la ortodoncia, la liposucción, el aumento de senos, el contorno de pómulos, el relleno labial y hermosos vestidos, bolsos, zapatos y complementos –carísimos, de primeras marcas- aumentando la posibilidad de recibir una invitación para aspirar a formar parte del Club de la Beautiful People. Y así, todos contentos.

Todos contentos menos Julia. Cuando Linda se mudó a la zona norte, sé que mi pobre amiga Julia quedó sin sal y sin vida. Pasaron los años y Linda se convirtió en Lynn. Sus dientes torcidos se enderezaban y su interior se retorcía. Pasaron los años y Julia sin Linda era como Coca-cola desventada, como patata frita sin salsa, como tronco helado sin chocolate en el corazón.

Hoy se han vuelto a encontrar cara a cara después de tanto tiempo. Linda la ha reconocido, aunque la ha mirado sin verla: Julia es ahora un ente invisible con uniforme que sirve y recoge copas con una bandeja en la mano. En este mundillo nadie se fija en nosotras. Julia y yo somos simplemente las camareras.

Le doy un toque a Julia, que está ensimismada. Me pasa la nota de un pedido y me dispongo a poner las copas. El ambiente está más relajado: la siguiente prueba se efectuará en uno de los saloncitos privados VIP, ya que consiste en comerle el coño por turnos a la barbie presidenta del Club, que decidirá quién lo hace mejor.

En esa prueba sé que Julia apostaría todo lo que posee a favor de su ex novia. “Debería ducharme antes, huelo a hamburguesa y fritanga, cariño…” “Mmmmm… Julia… entonces estás para comerte… ñam, ñam…, sólo necesito ponerte un poquito de salsa, un poquito de mi saliva en tus labios, en tu piel, en tus pezones, otro poquito más de salivita en tu coñito lindo, que creo que ya está condimentado con su jugo natural, sabroso, mmmm, con el hambre que te tengo…”

Y Linda encendía el deseo de Julia sazonándolo con la miel de su boca, saboreando sus pezones al dente. Se deleitaba espolvoreando caricias en los pliegues secretos, desgajando suspiros, desgranando placeres, moliendo con sus dientes delicias exquisitas… Mezclaba con paciencia exasperante todos los ingredientes y batía con su lengua poderosa las claras de la lujuria a punto de nieve. Y Julia… Julia se inflamaba y ardía como azúcar quemado. Su coño era caramelo líquido en boca de golosa compulsiva, que lamía con gula hasta saciar el deseo de su chica, que se corría retorciéndose sin aliento.

Julia me dijo que Linda era –y por lo visto, sigue siendo- una experta en el arte de preparar, calentar y comer coños, como confirma al cabo de un rato una Barbie resplandeciente y satisfecha.

Sí, Julia me contó eso y más, mucho más. Cuando la conocí me confesó cuánto la amó y cómo le rompió el corazón cuando la abandonó. Debí confortarla sin pasar de ahí; debí ser sólo amiga, sólo compañera de piso, y no empezar una relación basada en la búsqueda desesperada de consuelo por su parte. Me vi tratando de suplir las caricias perdidas por las mías, sabiendo que fracasaba en mi empeño de sustituir lo insustituible. Bueno, ¿y qué más da? Para mí es sólo sexo. Muy buen sexo. Pero sólo eso, ¿no? Venga… ¿A quién voy a engañar? No debí implicarme emocionalmente, no debí sentir… ¿Quién me manda a mí enamorarme? ¿Es que acaso soy idiota? Claro que soy idiota, porque después de tanto tiempo sigo fracasando en mi puto empeño que conseguir que me ame como ella amó a Linda, tanto como yo la amo a ella, porque Julia se ha convertido en la sal de mi vida pero yo nunca seré la sal de la suya. La sal siempre fue otra, y su sombra siempre está ahí.


Cuando las otras dos aspirantes son informadas de la índole de la última prueba, -requisito indispensable para ser elegida- renuncian a seguir participando aparentemente escandalizadas, aunque yo aseguraría que más bien se retiran enojadas y desanimadas por la ventaja y la superioridad que demuestra su rival. Lynn se presta gustosa a cumplir el último ritual, eufórica por haberlo conseguido. Ya es prácticamente una B. People. En la tarima desabrocha su sujetador y lo lanza hacia el grupo numeroso que aplaude y vocifera. Otro clamor estalla al lanzar sus braguitas tanga.

-Es… sublime… como una diosa –tengo que reconocer muy a mi pesar.

-Antes era mucho más bonita –me asegura Julia y la boca se me seca.

Trato de respirar hondo, tragar el nudo que me sube por la garganta, someter esta angustia que, si me vence, va a hacer que estalle en sollozos ridículos. Pero, ¿qué coño me pasa? Yo soy una tía dura, nadie nunca me ha visto llorar. Diossss… No, no puedo seguir así, engañándome a mí misma y tratando de no sentir lo que siento. No suelo rendirme, puedo darlo todo en la carrera, pero ni siquiera yo apostaría por mí misma, porque soy caballo perdedor… más bien yegua perdedora ante el recuerdo de una pura sangre contra la que no puedo competir. Todo esto ha sido como una prueba para mí, una dura prueba para que no tenga más remedio que admitir que estoy enamorada; lo estoy, hasta lo más profundo de mi ser… Pero he de aceptar también que Julia nunca será mía. Por eso tengo que alejarme.


En la tarima, Lynn se arrodilla y gatea con elegancia felina hacia el centro, inclina la cabeza, eleva las caderas, se lleva las manos a las nalgas y las abre, ofreciendo su prieto orificio anal a disposición de cualquier miembro del Club interesado en penetrarla, con la polla o con los diversos dildos que enarbolan muchas de las chicas y otros tantos chicos. Una de ellas empieza a dilatarle el ano con un plug de gelatina embadurnado de lubricante, antes de que la aborde la horda lasciva.


-Uffff…. Esta noche beben como esponjas, van a acabar con todo el alcohol del local. Esto es la selva –me comenta Julia.

-Sí, la selva… así están todos, como locos, borrachos, vomitando… o follando unos con otros como monos en celo –No quiero preguntarle cómo está, cómo se siente. Sería incapaz de soportar que se derrumbara por una tía que no vale la pena.

-¿Sabes una cosa? –me confiesa-. Creo que encontrarme con Lynn esta noche ha sido una especie de prueba para mí, una prueba que he superado. Esa chica no es Linda. Me he dado cuenta de que no sólo dejó de serlo el día que me dejó, sino que nunca lo fue. La Linda que yo amaba no existe. Dudo que haya existido alguna vez. Pensé que verla hoy aquí, y así, iba a hacerme sentir dolida o triste o enfadada o resentida o mortificada o… vete a saber qué… Pero lo único que siento por ella es… lástima. Sólo lástima. Es una pena… Mírales a todos… Son jóvenes, guapos, ricos… Y aquí están, noche tras noche poniéndose hasta el culo de alcohol y drogas, volcándose ebrios a relaciones sexuales sin sentido. Mírala a ella…

Miro a Lynn. Dos tíos le practican una doble penetración mientras un tercero que se pajea acaba corriéndose sobre su cara. El que la sodomiza se retira y eyacula sobre sus nalgas. El otro sigue incitándola a cabalgarle. Se acerca el siguiente. Es una chica que ríe como histérica y que le introduce en el ano un consolador de bolas.

-Beberá demasiado, se meterá coca hasta por las orejas –continua Julia-, tratará de que le tapen todos los agujeros, de tenerlos siempre embutidos con otras carnes, como ahora… pero será inútil. Está vacía por dentro. Como todos ellos… Por eso ansían llenarse de lo que sea, porque están totalmente vacíos… Y es una pena, ¿verdad, mi amor?

-Sí, cariño… -le contesto tan llena de felicidad que la puñetera lágrima acaba cayendo emocionada y victoriosa.

Me ha llamado “mi amor”… Y me está mirando como si yo fuera la inmensa sal de su mar y único el sol de su cielo. Tengo que hacer un gran esfuerzo por contenerme y no besarla. Quiero tenerla entre mis brazos, decirle que la quiero, sentir sus pechos rozando los míos, su aliento reanimándome. Quiero sentir que nuestra boca es una, que sus labios son los míos y los míos, suyos. Que somos la misma piel, piel que se eriza en un escalofrío ardiente de deseo. Quiero besarla, pero no lo hago. Julia me mira… Sé que quiere besarme, pero no lo hace. No aquí.

Nos besaremos en casa, en la cama. Solas Julia y yo. Atenuaremos la luz y no habrá sombra de por medio. Entre Julia y yo sólo habrá pezón contra pezón y piel contra piel rebozada en saliva, habrá dedos retirando rizos, separando surcos; piernas que se articularán, encajando dos sexos húmedos de mujer que se buscarán con avidez hasta acoplarse. Una vez unidas bailaremos incitando nuestros clítoris henchidos y se originarán los más vívidos placeres. Me beberé su aliento y Julia tratará de domar sus roces apremiantes, pero yo ya seré yegua desbocada apretándome bien fuerte, y así, fundidas, nos precipitaremos hacia la cúspide del orgasmo más intenso y apasionado.

Mmmm... Lo más probable es que no sea tan sincronizado, que yo acabe corriéndome antes, como suele suceder… Pero la dejaré satisfecha con mi cabeza buceando entre sus piernas, mis dedos empapados cercando el virtuoso punto G de sus gemidos sin control y mi lengua retozando en su clítoris, dispuesta a hacerla volar en la embriaguez del éxtasis...

Una orden del encargado con un pedido me devuelve a la música electrónica atronadora, a los gritos obscenos, al olor a sexo etílico y a vómito y al panorama sórdido de un masivo bukkake en la tarima con Lynn como protagonista. Los más osados -o los más ebrios- orinan sobre ella.

Nada de eso puede afectarnos ya. Nada conseguirá bajarme de mi cielo y borrarme la sonrisa embobada con la que miro a Julia. La misma sonrisa boba y maravillosa con la que Julia me mira a mí en la mejor noche de mi vida.




lunes, 28 de marzo de 2011

PAPARAZZI

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Este relato contiene escenas sexuales explícitas de sexo no consentido, por lo cual no es apto para menores de 18 años.


Famoso: Eres un sinvergüenza. ¡Te partiré la cara!
Paparazzo: Perdone. Yo informo a la opinión pública, ése es mi trabajo.
Famoso: ¿Me meto yo en tu vida y en tus trapicheos acaso?
Paparazzo: Es que tú no eres periodista.

-Diálogo extraído de La Dolce Vita de Federico Fellini-

***

Paparazzi es una palabra italiana que significa algo así como “moscones”. No sé por qué nos llaman con ese término despectivo y, para colmo erróneo. En todo caso sería paparazzo, en singular. Está claro que si las moscas acuden es porque hay mierda. Cada famoso tiene la suya. Yo me dedico a destaparla y mientras más mierda haya en el asunto, más le interesa al respetable público.

No es culpa mía que esa actriz se ponga a follar en pelotas en la playa, o ese deportista se líe con la niñera de sus hijos, o que ese cantante quiera tirarse a un chaval en los baños de un parque público… Esas son sus mierdas. Yo simplemente les acecho, les pillo y les hago las fotos. “Si no quieres que se enteren, no lo hagas… pero si lo haces, ten por seguro que te pillaré”. Ese es mi lema.

Seré un paparazzi –aunque yo prefiero que se me llame reportero gráfico de investigación-, pero tengo mi status. No estoy haciendo guardia en las puertas de las casas, ni persiguiendo a esos famosillos de turno que están locos por hacer un montaje para salir en televisión; eso no es rentable. El verdadero negocio está en descubrir y capturar con imágenes algún asunto sucio de un artista, político o deportista con alto poder adquisitivo. Normalmente esas fotografías no ven la luz en la prensa de colorines; ya se encargan los interesados en comprarlas a un buen precio.

Me encanta mi trabajo no sólo por los beneficios: he de reconocer que este oficio es mi más perverso placer. A mi mujer le jode que pase las noches fuera de casa, pero a mí me encanta observar oculto en la oscuridad, sabiendo que no han reparado en mí. Piensan que están seguros, que nadie les observa. Pero yo estoy allí y mis ojos son las lentes del visor telescópico de mi cámara tuneada de largo alcance. Mi cámara es parte de mí, una extensión de mis brazos. Su buen estabilizador hace posible que no sea necesario el incómodo trípode para las fotos en movimiento, y aunque haya poca luz no hay necesidad del flash delator; las imágenes son nítidas y tienen un gran poder de resolución, incluso en la oscuridad.

Esta noche tenía el pálpito de que podía conseguir algo bueno. El acechado en este caso iba a ser un futbolista de élite, mi especialidad. Esos tíos son los más ricos y los más golfos. Además, la fuente –una putilla yonki que salió con un famosillo de un reality show hace algunos años, y que aún tenía ciertos contactos- era bastante fiable. Esa zorrita, Mónica, ya me había soplado algún otro rumor que resultó verídico.

Llegué a la dirección, un grupo de casetas de campo abandonadas en las afueras del quinto coño. Oculté la moto entre unos árboles, lejos de la carretera y de la vista de esas putas callejeras que, sentadas en hamacas de plástico, se calentaban con los fuegos de las hogueras. Mónica no tardó en aparecer. A pesar de tener el aspecto algo demacrado y ojeroso, seguía teniendo un buen polvo.

-Esto es una cloaca en el culo del mundo. ¿Estás segura que es él y de que viene aquí? –le pregunté enfadado y algo acojonado, pensando que me había tangado y que de un momento a otro aparecería un chulo para robarme el dinero, la moto, la cámara y luego matarme.

-Estoy segura, joder. Una vez que vine por esta zona a pillar perico; buscaba un sitio tranquilo para colocarme y encontré estas casetas de herramientas. Le vi en persona, con estos ojitos. Te juro que no estaba alucinando. Le tengo vigila’o desde entonces. Ha venido aquí más de una vez y siempre a lo mismo, no te lo vas a creer, tío, es mu’ fuerte… ya lo verás –me aseguró sorbiéndose los mocos y hablando de la típica forma gutural de la que va metida de todo-. Se cuelan en aquella caseta de allí. Lo podrás ver mejor desde la ventana de esta otra que está enfrente.

No las tenía todas conmigo, pero la seguí. A fin de cuentas a Hugh Grant le pilló la policía con un travelo callejero que se la estaba mamando en un coche. Cada uno tiene sus vicios.

Mónica quería su pasta y largarse, pero me negué a darle ni un euro hasta que no tuviera alguna foto provechosa. Así que aquí estoy, esperando…

Es lo malo que tiene este trabajo, las eternas esperas, que trato de amenizar con unos traguitos a mi petaca de bourbon.

Media hora…

Una hora…

¡Por fin! La luz de una bombilla portátil revela que hay alguien en la caseta de enfrente. Miro por el objetivo. Es un hombre vestido de negro, con una gorra oscura que lleva una gran visera que le oculta el rostro. Se parece al tipo en cuestión, al menos en su complexión, pero tampoco puedo asegurarlo. Otro tío grandote aparece. Arrastra a una rubia menudita de pelo lacio, que parece colocada o borracha, porque se tambalea.

-¿Se han traído a una puta drogata? –susurro extrañado. No sé por qué supuse que habían ido a esa caseta a comprarle drogas a algún camello.

-Esa pava no es ni puta, ni yonki. Mírala bien. Será una gilipollas que habrá ligado el guaperas de su amigo en una discoteca. Seguro que le ha metido un roche o un special-K en la copa, jaja, por eso no sabe ni lo que hace, joder, mira, si ni siquiera se tiene en pie.

El grandote la sostiene y el supuesto futbolista le desabrocha la blusa y se la quita. El sujetador es ligero, sin espuma, de color azul claro, con una imagen de Hello Kitty en la copa izquierda. Girando la rueda del zoom capto que se le transparentan los pezones de sus tetitas. La muchacha parece recobrarse un poco. Hace ademán de taparse con las manos, mas el de detrás se lo impide sujetándola de los brazos. La chica entonces grita asustada y el de la gorra le da una fuerte bofetada.

Mi ojo tras la cámara mira hipnotizado la escena. El tío se acaba de desprender de la gorra y de la camiseta negra. ¡Es él! Joder, ahora sí que estoy seguro. Le veo el careto perfectamente y para más inri, sus tatuajes son inconfundibles. Mi dedo en la mano que sujeta la cámara presiona con delirio orgásmico haciendo una ráfaga de fotos.

El tío se aparta de la ventana y veo que el otro le ha quitado la falda a la chica, la ha atado y le ha puesto una mordaza en la boca.

Reconozco el modelo de atadura… es un bondage strapatto. Las muñecas quedan atadas a la espalda y la cuerda sujeta a una viga del techo, bien tensa, de forma que los brazos se elevan por detrás, la cabeza y el tronco se inclinan hacia delante y el culo queda en pompa. Mmmmm… Me encanta esa postura.

El deportista se coloca detrás de la muchacha, que vuelve a estar ida, y le baja las bragas. Su compañero le proporciona una vara larga y flexible con la que empieza a azotarle las nalgas. Los fuertes azotes hacen que la chica espabile y vuelva a agitarse. El gorila se coloca ahora justo en la ventana. Mierda. Me tapa toda la visibilidad. Al cabo de un rato se aparta. Por fin, cabronazo… Bien.

Vuelvo a disparar en modo ráfaga para conseguir la mayor cantidad de fotos. ¡De puta madre! Joder, joder, jodeeer… ¡Esta es mi mejor noche! ¡El mejor reportaje de mi vida! El famoso futbolista de primera división se la está metiendo por el culo a la niñata esa. Ajusto el ISO y el enfoque es perfecto. Se detecta de forma precisa el rostro del tío, sudoroso, mordiéndose los labios, bien agarrado de sus caderas y dándole bien fuerte por detrás. El careto de la chavala es la hostia también. Aunque lleva una mordaza de bola en la boca que le ahoga los gritos, tiene los ojos desorbitados y una expresión de dolor y de horror que espero que quede reflejada en unas buenas imágenes de alta resolución, que me van a hacer muy, muy rico.

El más alto se aproxima a la chavala. Se desabrocha el pantalón y se saca un enorme pollón. Le quita la mordaza de bola y la sustituye por una mordaza Whitehead. Sé lo que es porque lo he visto en fotos de BDSM… Es un artilugio médico para cirugía bucal, con bisagras y marcos de metal en la boca y un par de trinquetes que hacen que la mantenga bien abierta. Ajusta la apertura al máximo. Para que le quepa un pollón de ese calibre seguro que le tiene que desencajar las mandíbulas.

La vuelve a agarrar del pelo y se la mete toda entera en la boca. Me cagüen su puta madre… Mi polla va a reventar dentro de mis pantalones. Llevo un buen rato empalmado y me gustaría pajearme, pero acabo de cambiar a modo video y de ninguna manera voy a soltar la cámara mientras estoy grabando. Vuelvo la cabeza y ahí está Mónica. Con la emoción de la escena y del reportaje, había olvidado completamente su presencia.

-Tía, haz algo de provecho mientras tanto. Estoy cachondo… Te doy cincuenta euros más si me la chupas.

-Eh, tú, que no soy una puta. Tengo mis vicios, no lo niego, pero no me prostituyo para conseguirlos. Tan bajo no he caído como para hacerte a ti una mamada, vamos, ni por toda la puta coca del mundo… ¿Qué te has creído que soy?

-¿Recuerdas aquella fiesta? Creo que fue en el cumpleaños de un friki de esos que abundan ahora. Tal vez no te acuerdes, porque estabas tan colocada que te tiraste a todo bicho viviente, incluido el perro. Yo sí que me acuerdo y, si en todo caso me falla la memoria, tengo las fotos para atestiguarlo. La foto con Bobby quedaría muy bien en el aparador del recibidor de la casa de tu madre, ¿no crees?

No es verdad que tenga esas fotos, de hecho, me lo acabo de inventar todo, pero seguro que una yonki como Mónica habrá estado en alguna fiesta tan drogada que no sepa ni lo que ha hecho.

Soy un tipo listo, la estrategia funciona. Mónica deja de tener tantos remilgos. Murmura algo como “cabronazo joputa” y luego, sin decir una palabra más, se arrodilla ante mí, me baja el pantalón y se la mete en la boca.

Me la chupa desganadamente, sólo la puntita, como con asco… Me encantaría agarrarla bien fuerte de la cabeza y follarle la boca hasta atragantarla -como está haciendo el gorila ese a la pavita de ahí enfrente, mientras el otro se la sigue follando por el culo de manera brutal-, pero he de mantener sujeta la cámara, bien firme y seguir grabándolo todo.

-Ponle más entusiasmo, zorra, trágatela toda hasta el fondo o te puedo asegurar que acabarán llamándote “La encantadora de perros” en tu pueblo.

La amenaza surte efecto y la puta de Mónica empieza a mamármela con afán. Allá enfrente el jugador de futbol supongo que ya se ha corrido, porque se está quitando el condón. Se sube los pantalones y se guarda el condón anudado en un bolsillo. Vuelve a coger la vara y a darle azotes entre las piernas a la rubia, que se está poniendo morada con todo ese mazo de carne embutido hasta la campanilla. Al cabo de un rato, el tío se la saca de la boca y empieza a meneársela.

-¡Se le va a correr en la cara! ¡Seguro que se corre en su cara! Joder, me corro, me corro… Despacito, despacito ahora, eso… así… así… sigue, puta, sigue…

Me corro en la boca de Mónica, que, en cuanto termino, lo escupe todo en el suelo tras unas cuantas arcadas. La polla del gigantón está soltando chorros de leche en la cara de la rubia, el de detrás la continúa caneando entre las piernas y mi preciosa cámara sigue grabando.

-¿Dónde coño van? ¿Se la van a dejar ahí? –le pregunto a Mónica cuando veo que los tíos se han vestido y no parece que vayan a descolgarla.

-A la otra la dejaron también atada para follársela de nuevo la noche siguiente –me contesta Mónica, más contenta ahora, contando el dinero, ya que acabo de pagarle lo estipulado.

Estoy pletórico. Sí, esta es la mejor noche de mi vida, y no sólo por el dinero que me va a aportar este reportaje, es mucho más. Es la sensación de poder. Saber que tengo a ese delantero en mis manos, cogido por los huevos, colgando de un hilo… Le tengo atado y bien atado… Tal vez por eso me encanta el BDSM, pero hasta ahora sólo lo había visto en fotos o videos, nunca lo había visto así, tan… real.

El deportista y su amigo se han marchado hace rato. Mónica también, seguramente a pillar mercancía aprovechando que tiene dinerito fresco. Yo también debería irme, pero… joder… ¿Por qué no?

Entro en la caseta. La chica parece inconsciente. Le han vuelto a poner la mordaza de bola por si se despierta y grita. Las braguitas moradas están enrolladas en un tobillo. El color le hace juego a los preciosos bordones paralelos de tono cárdeno que adornan las nalgas de ese culo recién follado. En el alfeizar de la ventana está la vara junto con otros tantos juguetes sexuales. Busco el ángulo adecuado, dejo allí reposar mi cámara y pongo el automático. Agarro una fusta larga, como las que usan en equitación. Los sonidos que producen los chasquidos contra la piel, combinados con los sordos quejidos y sollozos a través de la mordaza son como una melodía afrodisíaca.

Escojo un consolador doble, de grandes dimensiones, que tiene un buen mango para manejarlo. Me encantaría que hubiera una de esas fucking machines, encajarle bien dentro los dildos y ajustarla a la máxima velocidad, pero no se puede tener todo… Aún así, no me puedo quejar. Empuño el aparato moviéndolo de forma febril y la zorra se agita y berrea de nuevo. Joder, qué noche… Vuelvo a estar tan excitado que en cuanto le meta la polla, me voy correr gritando.

Saco un condón de mi cartera y aprovecho para dar un buen trago de bourbon de mi petaca.

No he acabado de ponerme la goma cuando la vista se me nubla. Estoy tan mareado que tengo que sentarme en el suelo. Voy perdiendo la consciencia por momentos.

-Despierta, bella durmiente… -el fuerte azote en mi trasero desnudo hace que me recobre.

La cara de Mónica aparece ante mi vista en cuanto abro los ojos. Las voces y las risas de los demás retumban en mi cabeza. Me duelen los brazos y los hombros, me arden las muñecas. Estoy atado de la misma manera que lo estaba la chica rubia, que me mira ahora riendo junto al futbolista y su amigo.

-Guau, chicos, qué noche… –sonríe el futbolista y yo no entiendo nada-. La mejor de mi vida.

-Co… Co… ¿Cómo? –consigo articular yo.

-¿Cómo? Pues muy fácil –contesta el deportista-. Con dinero y un poco de investigación se pueden descubrir los secretos más ocultos. Tú deberías saberlo. Me enteré de que te pone el rollito este de las cuerdas y el sexo depravado.

-Eeeeh –protesta la rubia-, que a mí también me mola lo del bondage, y no digamos a vosotros, que, por lo que he visto esta noche, no lo habéis pasado nada mal.

-Como que tú has padecido mucho –replica el otro tío riéndose-, si te has corrido por lo menos tres veces, que yo estaba ya nervioso pensando que el imbécil éste iba a notar que, en lugar de sufrir como una pobre chica violada y torturada, estabas disfrutando como una loca.

-Jajajaja –suelta una carcajada, la muy zorra-. Cuatro orgasmos, chaval… Ha sido mi mejor noche, en serio os lo digo…

-Te di el soplo –prosigue Mónica, que agarra la vara y me da unos golpecitos en los huevos que me hacen temblar esperando lo peor-. Teniendo un buen cebo, picaste según lo planeado. Aproveché para echar la droga dentro de tu petaca mientras te la estaba chupando. Ni te diste cuenta, tan emocionado que estabas grabando la escenita con tu cámara.

-Pe… Pero… ¿Por qué? –deseo despertar de esta pesadilla.

-Porque él me paga mucho más y me cae mucho mejor que tú –afirma Mónica y el gorila también asiente.

-Mmmmm… Pues yo… qué quieres que te diga…. –sonríe de forma lasciva la rubita- lo hice porque me encantó la idea, cielo. Aquí, el delantero centro es amigo mío desde hace algún tiempo y casi me corro de gusto cuando me estaba contado sus planes.

-¿Necesitas que yo te diga por qué? – ruge el deportista mientras aprieta los puños y cierro los ojos temiendo que me pegue un derechazo-. Pues porque eres un cabrón. Le has jodido la vida a muchos de mis amigos. Así que en parte es por venganza y en parte para tener un seguro anti-extorsión contra ti. No iba a dejar que me jodieras, así que me he adelantado. Vas a probar tu propia medicina.

-Y tenemos un buen material –afirma el amigo agarrando mi cámara-. Aunque le he hecho unas buenas fotos desde la otra caseta mientras estaba fustigando a Susana y metiéndole los dildos, él mismo se ha grabado con su cámara. Tenemos primeros planos. Ahora podemos seguir grabando con esta joyita un buen video para terminar el reportaje, con nuestro protagonista colgado como un suculento jamón. ¿Quién quiere ponerse el arnés y darle por el culo?

-¡Yo! ¡Yo! –gritan las dos chicas y yo estoy a punto de vomitar.

-Venga, tío, no pongas esa cara, seguro que si te relajas, disfrutas siendo el prota de la peli. Aquí, la encantadora de perros, le pondrá mucho entusiasmo y te la meterá toda enterita mientras Susana te da unos cuantos azotes en los huevos con la vara -se regodea Mónica y todos se ríen.

Hijos de puta... Voy a gritar rabioso, pero el gorila me pone la mordaza de bola en mi boca que sofoca mi alarido.

Hijos de putaaaa… Hijooooos de putaaaaaa…

-FIN-

domingo, 16 de enero de 2011

EL PRIMERO II (Segunda parte y final)

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Click para ir a la primera parte de EL PRIMERO

Era un abrigo de calidad, de lana fría de color negro, perteneciente a una colección exclusiva de Armani. Se lo dio Diego Theodoridis, pero no fue un regalo, fue un despojo. Le dijo un buen día que ya no lo quería y que entonces él podía usarlo. Cyril nunca se lo puso por orgullo. No quería los desechos de su jefe.

Pero Blanca no es un abrigo. No es una cosa. Es una mujer. Una chica preciosa y sensual que le está volviendo loco y que no puede ocultar en el fondo de un armario.

-¿Pero qué estás haciendo? ¡Blanca! ¡Joder, no! ¡Para! No puedes hacer “eso” delante de mí, ni delante de nadie. Es algo… íntimo.

-Lo siento, no lo sabía –la chica saca la mano de entre sus piernas ruborizada-. Es que… no sé lo que me pasa. Tengo muchas, muchas ganas de follar, y Diego me dijo que tú te encargarías de mí, que podía pedirte cualquier cosa que necesitara, que me traerías la comida, que me harías compañía en mi habitación para que no me sintiera sola y que me follarías si yo te lo pedía. Pero tú no tienes ganas, porque supongo que no te gusto… Así que… Bueno… He descubierto que si me acaricio los pezones con una mano y con un dedo de la otra me froto ese bultito que…

-¡Cállate! –Cyril, fuera de sí, se levanta de la silla con tal ímpetu que tira la taza de café, y ésta se rompe al estrellarse contra el suelo.

Si ella supiera… ¿Que no tiene ganas? ¿Que no le gusta? Si simplemente cuando la ve desde la distancia, ya tiene una erección. Ahora la tiene muy cerca, demasiado cerca… y ella lleva puesta esa camisola blanca ajustada que marca el relieve de sus pezones y la línea del elástico de sus bragas… Ella le mira con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes de deseo, y él siente la polla a punto de explotar dentro de sus pantalones. Intenta serenarse, pero le es imposible. Nunca se había trastornado tanto al desear a una mujer, pero el efecto de Blanca en él es como una compulsión instintiva, no puede pensar con claridad. El ardor de esa excitación insatisfecha por una parte, y que Theodoridis se la cediera como producto de desecho por otra, altera su temperamento y se siente tan crispado y furioso como un animal incapaz de razonar.

-¡Oh! Sí, vale, me callo… -contesta la chica-. Pero no te enfades conmigo. Siempre te enfadas y frunces el ceño y me gritas y… y yo no sé qué estoy haciendo mal…y… vaya, se ha roto una taza…

El brillo de sus ojos no es sólo por el deseo, es que la chica está a punto de echarse a llorar, pero no quiere que Cyril vea sus lágrimas, así que se levanta de la silla y le da la espalda.

El hombre se revuelve en su silla súper excitado, pensando que la postura de Blanca es una maniobra de seducción estudiada. Pero no es así, no hay nada artificioso en su gesto. La chica se ha inclinado de forma espontánea a recoger los fragmentos rotos del suelo y la camisola se queda levantada de detrás.

Los ojos de él recorren las tiritas de color celeste del tanga, dos afluentes en uve que rodean unas nalgas torneada, y que van a desembocar en una súbita cascada de deseo desesperado por lo que no puede poseer. Su culito intacto es lo único que Diego no le permite, ya que quiere reservarlo para sí mismo, para ser el primero en estrenarlo… Tal vez por eso es lo que más desea el joven.

Cyril nunca ha practicado sexo anal. Se lo ha insinuado a muchas chicas con quienes se ha acostado, pero ninguna de ellas consintió. De todas formas Cyril no insistía demasiado. Tampoco era tan importante.

Pero ahora sí, sí que lo es. Lo prohibido es lo más deseable, y ese culo ya es muy deseable de por sí. ¿Cómo puede mantenerse sosegado? ¿Cómo puede pensar en otra cosa que no sea ese culito que se contonea ante sus ojos y que está pidiendo a gritos que le meta la polla hasta el fondo? Cyril ya no puede más.

-¿Sabes cuándo volverá Diego? –pregunta la chica, mientras continúa inclinada-. Le echo tanto de menos… Me dijo que cuando volviera tendría una sorpresa, algo que me gustaría mucho. ¿Sabes tú lo que es?

Él no contesta. La mención de Diego hace que se exaspere todavía más. El silencio tenso en la habitación se quiebra de vez en cuando por el tintineo de las piezas rotas de porcelana que recoge Blanca y ahora también por el sonido de la hebilla del pantalón de Cyril que se despasa y de la cremallera que se desliza.

-Quédate así, no te muevas –se acerca rozándose contra su culo, mientras con una mano sobetea sus pechos-. Es esto lo que quieres, ¿no?

-Oooh… síiiiii… -la chica se sorprende y se estremece de deseo al sentirle, al sentir su polla dura restregándose contra ella, al sentir sus manos tocando su piel ardiente bajo la blusa. De un par de tirones violentos, algunos botones caen y Cyril logra arrancar la prenda rasgada.

No son caricias, son más bien fricciones bruscas, urgentes. Desde atrás estruja sus tetas con rudeza, como si quisiera exprimirlas. Antes de que a la muchacha le dé tiempo a quejarse, la toma desde la cintura y la deja apoyada sobre la mesa. Propina un nuevo tirón, esta vez tomando como víctima al tanga, que cae al suelo con las tiras rotas.

La agresividad de Cyril asusta un poco a Blanca, pero toma su comportamiento como signo de deseo efusivo y arrebatado, fruto de su excitación, una excitación tan intensa como la que siente ella misma.

-Quieres que te la meta… -susurra él-, estás deseando que te la meta, que te la clave toda entera y que te dé bien duro, ¿verdad?

-Sí, por favor, mmmm –responde agitada la chica-. No, no… Por ahí no… No es por ahí… ¡Eeeh! Te estás equivoc…

No. Cyril no se ha equivocado. No la está sodomizando por error. El acto de meterle la polla bruscamente por el ano es completamente deliberado, aunque el dolor que está causando a la muchacha no es algo en lo que haya reflexionado en absoluto. Blanca deja escapar un grito y se revuelve, pero es imposible zafarse, tal y como está oprimida entre la mesa y el cuerpo de Cyril y ensartada por su polla, que la atraviesa desgarrando sin contemplaciones.

La chica intenta aguantar, suponiendo que posiblemente sea como cuando perdió la virginidad con Diego, que al principio fue doloroso, pero después disfrutó del placer más maravilloso que nunca había sentido. Sin embargo ahora, aunque Blanca trata de soportarlo, el dolor no cede, sino que se incrementa cuando el hombre comienza a moverse con energía, sacando y embutiendo la polla de manera tan frenética que cada empellón hace oscilar la mesa y golpean sus patas contra el suelo.

El ritmo de los golpes va en aumento, la muchacha aprieta sus puños y las esquinas de los fragmentos de la taza rota se le clavan en la mano. Le pide de nuevo por favor que pare, pero Cyril está tan ofuscado y fuera de sí que ni siquiera la oye. Sólo se oye a sí mismo murmurando “Jódete Diego, jódete… Jódete, jódete, Diego…” El susurro se vuelve gemido y Cyril se corre.

********



Apostaría un millón de euros a que ya la has enculado… jajaja… Eres tan previsible, Cyril… jajaja. Pero no te preocupes, no estoy disgustado. Considera el estrene de ese precioso culo como un regalo por mi parte.



Por cierto, llegaré en un par de días, traeré invitados, así que advierte al servicio. Que Blanca abandone su habitación y se aloje en la caseta del jardín.



Tu jefe, Diego Theodoridis”.

Fin del mensaje. Cyril siente acidez de estómago. Conociendo a Diego, el muchacho sabe que puede ser así o más retorcido. Ha caído en su pequeña trampa como un crío pequeño, que va a tocar lo que los mayores le dicen que no debe tocar. Pero eso no es lo que le trastorna. No puede recriminar a su jefe que sea un cabronazo perverso, cuando él mismo es igual o peor. Cyril se sonríe tristemente moviendo la cabeza mientras camina por el sendero del jardín: de tal palo, tal astilla…

Y eso es lo que le altera terriblemente, que su mayor disfrute no fue en ningún caso follarse a Blanca, sino joder a Theodoridis, joder a… a su padre, incluso sin importarle el daño que le hacía a la muchacha… Lo que realmente quería era joder a su padre.

Y es que Diego es biológicamente su padre, pero nunca ha ejercido como tal. Cyril tiene esa espina clavada en el corazón desde niño. El hijo reconocido de Diego es el legítimo, André, el heredero de su imperio, el que nació dentro de esa farsa pactada que es su matrimonio de paripé. Cyril es su primogénito, pero es un bastardo. Es hijo de una de esas muchachas inexpertas con quien Diego se acostó, un niño al que su madre abandonó y del que su padre se ocupó, pero que nunca trató con afecto familiar. Nunca un detalle en su cumpleaños, ni un gesto de cariño… Nada. Y ahora, aunque Cyril sea su secretario personal, su hombre de confianza, él sabe nunca ha sido ni será su hijo, sino simplemente su empleado. Su más fiel empleado.

Si hace unos días le hervía la sangre al estar cerca de Blanca, ahora es todo lo contrario. Se le congela en las venas cuando tiene que verla o hablar con ella. Profundamente angustiado y arrepentido ya le ha dicho cuánto lo lamenta. Ha tratado de aclararle lo que ni él mismo sabe explicarse.

Hubiera comprendido que ella no le hubiera perdonado, que le hubiera insultado y tratado con desprecio o con asco… Pero no ha sido así. Lo que más mortifica a Cyril es que la chica ni le condene, ni aspire siquiera a alguna represalia.

-Hola Blanca… ¿Puedo…? ¿Puedo pasar? ¿Cómo estás de… de… de la mano y de…

-¡Hola Cyril! Mira, ya se me están cayendo las costritas de los cortes en la palma de la mano. ¿Lo ves? Y el culo ya no me duele nada. Los primeros días sí que sentía como un latido y unos pinchazos como si me estuvieran clavando agujas, y era horroroso cuando tenía que ir al baño, porque me dolía muchísimo y volvía a sangrar y eso, pero ahora ya estoy bien. Sí, sí, ya lo sé, lo sientes mucho, no hace falta que te disculpes otra vez. Seguro que no sabías que meterme la polla por el culo me iba a hacer tanto daño y eso que intenté soportarlo, pero ufff…Duele demasiado. De todas formas, aunque mi ano ya está curado, prefiero que no me folles por ahí ¿te parece bien? Puedo hacerte una paja o chupártela o lo que quieras, pero lo del culo no… ¿vale, Cyril?

El joven traga saliva desconcertado. Esa forma de ser, tan… tan raramente ingenua, le desarma. Por otra parte, el sincero ofrecimiento de masturbarle o hacerle una mamada hace que la polla le dé un latigazo dentro de sus pantalones.

-No, lo del culo, nunca más. Te lo prometo –afirma el chico, mirándola por primera vez a los ojos-. Oye, mmm… ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te traiga algo? ¿Hay algo que… necesites?

Da un paso hacia ella, y Blanca reprime el impulso de recular, aunque no puede ocultar en su rostro que está un tanto asustada. Y otro tanto excitada.

-Confía en mí, por favor. Te juro que no voy a lastimarte…

La rodea con los brazos y la besa con suavidad en la boca. Los labios del joven son tibios y dulces; se abren ligeramente y ella siente la humedad de su lengua que lentamente va abriendo camino. Blanca entreabre su boca, ansiosa, y siente un escalofrío placentero cuando ambas lenguas se rozan.

Los recelos de la chica acaban desapareciendo, ahogados en esa cálida humedad de lengua ardiente y de deseo empapado en su sexo. Blanca cierra los ojos y se deja llevar por sus besos, por sus manos que la desnudan esta vez con estudiada delicadeza, por los brazos que la dejan caer con suavidad sobre el lecho.

Con los ojos cerrados, Blanca se pierde en el deleite de sus caricias, de su boca golosa en sus pezones ávidos. Con los ojos cerrados, la muchacha se eleva y se queda suspendida en el aire, sostenida por los hilos del placer de su lengua entre sus piernas, una lengua complaciente que se afana en encaramarla hasta la cima más alta y luego lanzarla voluntariamente hacia el vértigo profundo del éxtasis.

Con los ojos cerrados, Blanca se corre pensando en Diego, deseando a Diego, anhelando que vuelva pronto a ella…

-¿Qué tal? –Cyril se asoma sonriente de entre sus piernas, limpiándose la boca con la mano.

-Mmmmmm… -la chica se estira y se retuerce, aún sofocada y jadeante, con las mejillas arreboladas- Qué… Qué bueno es esto… Es… es nuevo para mí, pero… ¡vaya si me gusta!

-Me alegro de que te haya gustado –se ríe el joven, sentándose en la cama-, ya sabes, cuando me necesites, estoy a tu servicio.

-¿Me comerás el coño cada vez que te lo pida? –le pregunta la chica, ilusionada.

Esas mismas palabras, en boca de otra chica, podrían sonar obscenas. Blanca lo pregunta con tanta naturalidad que a Cyril le resulta mucho más lascivo.

-Estás empalmado. ¿Te apetece que te chupe la polla? –antes de que Cyril conteste, la joven ya le ha desabrochado el pantalón.

Blanca se apresura. Al verle tan excitado, con esa polla tan rígida y grande, vuelven a asaltarle los temores de que le dé la vuelta y la vuelva a sodomizar. Mejor le calma con la boca hasta que le salga la leche y la polla se le deshinche. Se esmera lamiéndole los testículos mientras le pajea con la mano.

Cyril le acaricia los cabellos castaños, y retira unos mechones de su rostro. Desea verla mientras le hace la mamada. Ver cómo saca la lengua y lame el glande húmedo, ver como sus jugosos labios lo envuelven y se deslizan resbalando suavemente hacia abajo, bien ceñidos a su polla. Ver como ella eleva su mirada hacia él mientras se la sigue chupando.

La chica vuelve a tener ganas, sigue padeciendo el mono por las drogas que le suministraban en la academia Vestal que inhibían sus deseos sexuales, y su síndrome de abstinencia no es otro que un deseo sexual tan fuerte que se convierte en necesidad apremiante. Chuparle la polla a Cyril la excita mucho más. Le está mirando ahora, como mueve las caderas, agitado, suspirando, deseando que se la meta de nuevo en la boca así, hasta el fondo. Blanca sabe que ella le está provocando ese placer, y eso la enciende, así que su mano se desliza entre sus piernas y comienza a acariciarse el clítoris hasta que Cyril la detiene.

El hombre se levanta, se quita los zapatos y se deshace del pantalón y de la camisa. Así, desnudo, mostrando sus músculos marcados, tiene una apariencia inquietante. Empuñar en una mano la polla tiesa, como si fuera una espada, le confiere un aspecto aún más amenazador. Es como un bello y peligroso animal salvaje.

-Quiero follar contigo. ¿Quieres que…?

Cyril no logra terminar la pregunta. Blanca aún no se fía demasiado y teme que se la vuelva a meter por detrás, así que súbitamente, movida en parte por el temor y en una mayor parte por el deseo, da un salto, echa los brazos al cuello del hombre y le rodea con las piernas. Cyril, instintivamente, la agarra por el culo para sujetarla, y Blanca aprovecha para agarrar su polla con una mano y metérsela.

Cyril se sienta sobre la cama y disfruta dejándole las riendas a Blanca. La muchacha le cabalga con brío y no tarda demasiado en volver a gozar de otro intenso orgasmo que tensa cada fibra de su ser.

-Voy a correrme ya… Me gustaría que siguieras con la boca –le demanda el joven, consciente y algo preocupado por no haberse puesto un condón.

Resuelta a ofrecerle el mayor placer, Blanca engulle su polla con habilidad. Cyril, a la hora de correrse, siempre ha avisado a la chica con la que estuviera, y ésta normalmente ha dejado de chupársela para seguir con la mano. En esta ocasión, sabe que se va a correr en su boca y que ella se lo tragará todo. Con esa excitante idea en mente, el hombre se corre y, efectivamente, la chica se atiborra de leche caliente.

******



No sabe por qué ha tenido que dejar sus aposentos, con todas sus lindas cosas, y mudarse a la casita del jardín. Sospecha que tiene que ver con la sorpresa que le está preparando Diego. Cyril, que está muy taciturno, por fin le ha confirmado que Diego está en la casa y la chica ha brincado de entusiasmo ante la gélida y disciplente mirada del secretario. La muchacha, al verle tan frío como un glacial, se ha abstenido de proponerle algún jugueteo sexual. Además, él se ha excusado en seguida añadiendo que tiene mucho trabajo y no puede entretenerse

Blanca sólo conoce a dos hombres, a Diego y a Cyril, así que no puede evitar comparar. Aunque anatómicamente son de similares características, en el fondo le parecen muy distintos. Cyril es un joven un tanto raro, a veces parece que ella le gusta y en otras ocasiones, como ahora, sin saber por qué, está enfadado con ella y le da la impresión de que la detesta. Diego, su tutor, sin embargo, es más mayor, más maduro, y es guapo y atento y dulce y risueño y amable… Es el príncipe azul de sus sueños.

No le gusta demasiado el atuendo que Cyril, antes de irse, le ha llevado por orden de Diego. Es un corsé negro de puntilla transparente, muy ajustado e incómodo que le oprime para realzar sus pechos semidesnudos. Desde la cinturilla sale una faldita mínima de gasa que no le llega a tapar el culo. El calzado son dos botas negras de tacón muy alto.

“Diego ha dicho que no lleves bragas”. Las aparentemente impávidas palabras de Cyril la calientan y sonríe regocijada. Ante una expectativa como la que imagina, de pasar otra maravillosa noche con Diego, bien vale la pena soportar un atuendo incómodo, si así le complace.

La chica camina ligera, a pesar del tacón, siguiendo a Cyril, que da grandes zancadas, cabizbajo. Nunca había estado en esa parte de la casa. La verja estaba cerrada. Pero ahora está abierta, así que la atraviesan, continúan por el sendero y suben por las escaleras hacia la entrada principal. En el vestíbulo, el secretario sigue caminando hacia el despacho y un mayordomo espera a la muchacha, que se detiene casi sin aliento, deslumbrada por la enorme mansión de estilo colonial, por el lujo del mobiliario, las lámparas de araña, los tapices y cortinas de seda francesa…

-En la sala de juegos la espera el señor –el mayordomo abre una de las puertas del largo pasillo, tras tocar con los nudillos antes, y Blanca entra.

Diego deja el puro sobre el cenicero de la mesa donde jugaba a las cartas y se levanta.

-Estás perfecta, perfecta... Permíteme que te presente a mis invitados, tres amigos míos que han viajado desde muy lejos expresamente para conocerte, pues les he hablado muy bien de ti.

Blanca, que hasta ahora sólo tenía ojos para Diego, se da cuenta de que hay otros tres hombres más alrededor de la mesa, que se levantan también y se acercan hacia ella.

-Hola, soy Blanca –sonríe tímidamente la muchacha-, encantada de conocerte. ¿Tú eres…?

-Mejor sin nombres, guapa. Aunque a mí puedes llamarme Semental –el hombre, que habla con acento, se ríe y se aproxima. La chica da un respingo cuando nota la mano del hombre acariciándole el culo. Los otros dos también se levantan y hablan entre sí un idioma que Blanca no entiende.

-Blanca, preciosa –le pide Diego- sube una pierna y demuestra lo flexible que eres a estos amigos.

La chica, algo nerviosa, eleva una pierna hasta rozar con el tobillo la oreja; se mantiene así, sujetando la pierna alzada con una mano.

-Comprobad lo estrechita que es –les sugiere Diego.

La muchacha pierde el equilibrio cuando uno de los hombres le mete un dedo en la vagina. No se llega a caer, porque el que tiene detrás, que estaba palpándole el culo, la sujeta desde las axilas y aprovecha para sobarle las tetas.

La chica se revuelve y consigue liberarse de los hombres, que sueltan una carcajada.

-Sí, a veces es como un conejito asustado, pero ya irá aprendiendo… -la disculpa Diego, que la toma por el brazo con firmeza y la lleva a un rincón de la habitación, allí le susurra a la chica-. Blanca, no me avergüences ante mis amigos. Deberías saber que no todas las lecciones son placenteras, pero si deseas ascender en tu educación, tienes que aplicarte bien. Esta prueba es muy importante, y tu futuro depende de ella. Si haces lo que te pidan y lo haces bien, te aseguro que me harás muy feliz y recibirás una grata sorpresa.

La muchacha se vuelve a mirarles. No le gusta nada el aspecto de esos hombres, ni sus risas desagradables cuando hablan entre ellos y la miran. Aun así, obedece a su tutor, tal y como le enseñaron en la Academia Vestal que deben hacerse las cosas.

******




Mientras Blanca trata de complacer los deseos de los clientes de Diego, éste mantiene una conversación con Cyril en su despacho.

-Eres tan joven, querido Cyril… -Diego suelta una carcajada, moviendo la cabeza-. Crees estar enamorado, y actuar como el caballero andante que socorre a la damisela en apuros.

-Es lo primero que te pido en todos estos años. Yo nunca te he pedido nada… padre –Cyril le tutea por primera vez en su vida, y pronuncia con intención la última palabra-. Nunca he sido nada más para ti que tu empleado, no he tenido los privilegios de tu hijo André, no he estudiado en colegios pijos, no he ido a Cambridge, nunca hemos compartido la cena de Navidad, pero soy el que pasa más tiempo contigo. Tu hijo André es lo primero, sé que yo para ti no soy nada… pero André no te conoce como te conozco yo; no sabe nada de tus negocios sucios, de tus clubs de putas, de la Academia Vestal, donde aíslas y entrenas muchachas para tu propia satisfacción personal. ¿Crees que te tendría la misma estima si supiera realmente lo que eres? Yo siempre he sabido lo que eres y, a pesar de ello, he estado a tu lado.

-¿Crees que no he pensado en eso? Como bien dices, mi familia no está al corriente de mis “otros” asuntos –Theodoridis hace una pausa con intención-, por eso todos mis “otros negocios” te los dejaré a ti el día que yo falte.

-¿Estás intentando comprarme? –sonríe desdeñoso el joven.

-¡Claro que sí, joder! ¡Pero porque no quiero que tires por la borda toda tu vida por un capricho ridículo! Tendrías todo el poder, estarías al mando de todo. Todo sería tuyo, porque te lo mereces… ¿Quieres a Blanca? ¿Qué vas a hacer, entonces? ¿Largarte de aquí, casarte con ella y ser felices para siempre? Porque tienes que elegir, no lo puedes tenerlo todo. O ella o yo. Y por cierto, ¿le has preguntado acaso a Blanca si ella te quiere a ti? Lo más seguro es que cuando le des una pizca de libertad, te deje por cualquier otra polla que le guste más que la tuya… Piensa bien en todo lo que pierdes y en lo que te llevarías a cambio. Blanca no es más que otra zorrita de tantas como hay en el mundo…

-¿Cómo lo fue mi madre?

-Y como lo fue la madre de Blanca. Su madre también se quedó preñada y por un precio a convenir me cedió a la niña. Lo mismo ocurrió con Sara, Elisa, Joana… Todas mis zorritas, hijas de otras zorritas.

-¿Me estás diciendo que Blanca y esas otras chicas de la academia son…? –Cyril palidece.

-Sí, eso te estoy diciendo. Que te has follado a tu hermana. No me digas que ese detalle no le da un excitante morbo añadido. Oh, vamos, no me mires así, como si fuera un monstruo, cuando sabes que, en el fondo, por mucho que quieras disfrazarte de falsos escrúpulos, tú eres igual que yo.

******


Blanca camina por el sendero del jardín desde la casita hacia su habitación. Necesitaba un buen baño caliente antes de reunirse con Diego, y lavarse bien los dientes. Finalmente los tres hombres se han corrido en su boca, aunque antes de eso, mientras se la chupaba por turnos a dos de ellos, uno se la metía por detrás en el coño. Blanca cerraba los ojos e intentaba dejarse llevar, pero ni las manos ni las pollas de esos hombres trataban de proporcionarle placer a ella, sino que sólo buscaban satisfacerse ellos mismos. A pesar del lubricante, el culo le arde. Dos de ellos también se la han metido por el ano y, aunque no ha sido tan doloroso como cuando lo hizo Cyril, no ha sido nada agradable.

Espera haber cumplido bien, al menos se ha esforzado en hacer todo lo que esos hombres le han pedido, les ha complacido en todo, sin quejarse. Ahora sólo quiere pensar que ha superado esta prueba y que Diego la espera en la habitación, dispuesto a compensarla a ella como premio bien merecido.

Al abrir la puerta, la muchacha se queda atónita… No puede ser… Pero sí, sí que es…

-¡Saraaa! ¡Saritaaaaaa!

-¡Blancaaaaa!

Las dos muchachas se abrazan llorando y riendo, hablando las dos a la vez, felices y conmocionadas por la sorpresa de encontrarse, ya que habían pensado que nunca más volverían a verse tras despedirse en la Academia. Diego da un par de palmadas y corta el alboroto.

-A ver, chicas. Un poco de formalidad. Ahora esforzaos un poco en prestarme atención y seguir mis instrucciones al pie de la letra. Ya hablaréis más adelante, que ahora vais a tener las dos la boca bastante ocupada en otros menesteres más placenteros.

Diego disfruta contemplando los cuerpos desnudos de ambas muchachas, sobre todo el de la nueva, que tiene el cabello más claro, es más menuda, aunque sus tetas son bastante más grandes. Las muchachas cumplen sus órdenes disciplinadamente, y el hombre goza al ver cómo la experimentada lengua de Blanca le da placer a su inexperta hermana chupándole los pezones. Se desnuda él también y con un gesto, le indica a la rubita que se arrodille. Mientras Sarita le hace la mamada, Theodoridis le propone a Blanca que le coma el coño a su amiguita.

Sara está descubriendo sensaciones nuevas que la hacen vibrar, la lengua de Blanca sabe bien lo que hacer para conseguir que pierda el control y acabe desconcentrándose y que, gimiendo, deje de chuparle la polla a Diego.

-¿Quieres que te la chupe yo? –le pregunta Blanca, dispuesta a complacerle.

-No. Sarita lo está haciendo muy bien. Blanca, deja ya de comerle el coño, que ya está lo suficientemente caliente y no quiero que se corra todavía. Túmbate sobre la cama, Blanca, que ahora mismo estamos contigo.

-Deseo follarte, Sara, meterte la polla por el coño, por el culo –le susurra Diego a la más joven al oído-. Lo harás bien, te mostraré lo que hay que hacer y seguro que te gradúas con honores.

El hombre abre un estuche oscuro y extrae un consolador con forma de polla, de color carne y se lo ofrece a Sarita.

-Te voy a mostrar cómo será. Esto es como si fuera mi polla –señala el consolador y luego señala la vagina de Blanca-, pues te la voy a meter por aquí. Eso es, métesela por ahí a Blanca, y ahora sácala y vuélvesela a meter. Fíjate cómo le gusta, como se retuerce de ganas de que sigas haciéndolo… pues mucho más te gustará a ti, pues mi polla es de carne y es muchísimo mejor que una artificial. Ahora acaríciale con cuidado el clítoris con la otra mano mientras sigues metiéndole el consolador más rápido y verás cómo se corre…

Sarita escudriña a gatas el coño de Blanca para observar curiosa cómo entra y sale el dildo, Diego se coloca por detrás, rozando con su polla rígida el clítoris de la joven para que continúe excitada. No es lo que esperaba Blanca. Soñaba con Diego, soñaba con la lengua de Diego en su piel, con su boca, con sus manos, con su polla dentro de su boca, de su coño, incluso dentro de su culo… con estos pensamientos acaba teniendo un fuerte orgasmo como conclusión a los fructíferos tocamientos de Sara y a las acometidas del consolador.

Al abrir los ojos, recuperándose del orgasmo, una pequeña punzada de extraño desasosiego se le queda prendida en el centro de su pecho, cuando Blanca, entre la V de sus piernas abiertas, observa la complicidad entre Diego y Sarita, cómo ella le mira sonriente y ansiosa, cómo él la acaricia, cómo sus manos van a su entrepierna y saca sus dedos brillantes de fluidos.

-Ya vale, Sara –le murmura él al oído, sin dejar de acariciarle las tetas y el clítoris-. Blanca ya se ha corrido. Ya no es necesario que sigas. Tu coñito, al ser nuevo, es muy estrecho y tiene una ligera membrana que debo romper con mi polla. Eso será un poco incómodo al principio, pero luego es puro placer. ¿Quieres entonces que lo haga? ¿Quieres que te folle?

-Sí, sí, sí… ¡Oh, síiii! –exclama emocionada Sarita.

-Mmmmmm… Me encantará hacerlo –la vibrante voz de Diego cambia a un tono mucho más frío cuando se dirige a Blanca-. Ya puedes irte, guapa. No hace falta que te vistas. Vuelve a la sala de juegos, que seguro que mis amigos desean seguir jugando contigo.

-Pero… Pero esta es mi habitación. Yo… Yo pensaba que tú, que tú y que yo… -replica la chica.

-Tú no tienes por qué pensar nada –Diego es tajante-. Esta es ahora la habitación de Sara. Ve a la sala de juegos, obedece.

La punzada se convierte en el dolor cruel de la daga amarga de los celos y el desengaño. Blanca abandona corriendo la estancia y sale llorando al jardín. Sarita está desconcertada, pero Diego, su tutor, la tranquiliza.

-No pasa nada, cielo, ya sabes cómo es Blanca. Siempre quiere ser la primera, la mejor en todo, y no soporta que te elija a ti. No aguanta que tú seas mejor, pero ya se le pasará, no te preocupes, lo que pasa es lo que pasa es que prefiero tus tetas, me encantan, son imponentes, voy a poner mi polla entre ellas… Eso es, sujétalas así, presiona más fuerte… ahora muévete, pajéame con tus tetas… mmmm…

Diego disfruta con la cubana, con su polla falcada en el canalillo, y bien flanqueada por esos orondos pechos, que ahora presiona él, y así aprovecha para acariciar con la yema de los pulgares los pezones duros de la chica.

-¿Te gusta, preciosa? ¿Te gusta que te acaricie así? Mira cómo tengo la polla de dura por tu culpa, por culpa de esas tetas tremendas… Voy a tener que meter la polla en tu coñito para calmarme. ¿Quieres que lo haga?

-Sí… Síiii…

A pesar del deseo evidente y de su fuego uterino, Sarita no las tiene todas consigo cuando contesta. Diego le acaba de decir que le va a hacer daño y la chica siempre ha sido muy sensible al dolor físico.

Diego ya se ha percatado que esta muchacha no es tan flexible como su hermana, es bastante más rolliza, por eso ya ha decidido no tratar de forzar posturas, follársela por detrás, y disfrutar agarrado a sus gruesas tetas y a sus poderosas nalgas. Está deseando penetrarla ya, y así, tal y como está, colocada a cuatro patas, le viene a la cabeza la morbosa idea de alternar entre los dos agujeritos, el del coño y el del culo, para estrenar ambos al tiempo.

La apariencia más robusta de Sara también hace que la considere menos vulnerable que a Blanca. Con esta última fue extremadamente delicado, tal vez por su aspecto más frágil y esbelto. En aquella ocasión le apetecía excitar a la joven virgen, le entusiasmaba manejar su deseo y su placer, deseaba que sintiera, deseaba que se corriera. En esta ocasión, sin embargo, le es indiferente que la chica se corra o no. No es su intención hacerla padecer intencionadamente, por eso se unta bien la mano con lubricante y lo esparce alrededor de su ano. Luego introduce un dedo y lo mueve para ir dilatándolo poco a poco.

La primera penetración en ese coñito húmedo, cerrado y palpitante es sumamente placentera para él. Atravesar la membrana y romper el himen es un gozo para Diego imposible de describir. Sara se revuelve alterada, lloriqueando ante las primeras embestidas tan duras, quejándose por la incomodidad. Trata de apartarse, pero Diego la calma inmediatamente con un par de fuertes palmadas en su trasero.

-Eso es, tranquilita, ya ha pasado lo peor, relájate, que esto va para largo…

La polla entra y sale de su vagina en consonancia con los dos dedos que ya le ha introducido en el ano. Diego comprueba que lo que era un pequeño asterisco fruncido es ya un agujerito dilatado en el que no se aprecian los pliegues . Decide que es suficiente dilatación; aunque su polla es grande, la deliciosa sensación de tenerla muy apretada por su anillo rectal es algo que le enloquece.

-Ahora trata de relajarte y no te dolerá. Lo estás haciendo muy bien… Así, cariño, así… estate quietecita…

Presiona el ano y va embutiendo la verga despacio. Sara es incapaz de relajarse, se tensa y su ano se comprime provocando más placer en Diego, que trata de controlarse para no metérsela frenéticamente y romperle el culo. No es que le produzca mucho pesar hacerlo, ya le ha roto el culo a muchas chicas en muchas ocasiones llevado por el arrebato. La razón de su cuidado no es otra que la de no estropear el género para que luego puedan probarlo sus tres socios del puticlub. Sara es bonita, rubia y con pechos grandes, seguro que les encantará a sus clientes.

Ya la tiene toda dentro… Espera unos segundos. La saca un poco y la vuelve a meter, y así sucesivamente. Cuando nota que Sara parece más calmada la saca por completo y va alternando entre ambos agujeritos estrechos. El hecho de que Sara sea una de sus hijas secretas y que él mismo, su padre biológico, sea el que la está desvirgando y sodomizando le provoca un perverso placer y un inmenso apetito venéreo.

La chica deja que esa polla invasora se clave por donde su tutor decida. Mientras Sara cierra los ojos y se entrega a Diego, resignada y trémula, hasta que éste se corre en su vagina, Blanca abre los suyos y despierta a la realidad. En su huída por el jardín, tropieza con Cyril.

-¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás llorando?

-No quiero volver con esos hombres, no me gustan –la chica, hipando y sorbiéndose los mocos, se abraza al joven-. Y… Y él está con Sara, quiere a Sarita, no quiere que esté a su lado, y no sé por qué, no sé qué he hecho mal. No quiero estar aquí. Ya no me gusta este sitio, quiero irme de aquí.

-No pasa nada, no llores. Shhhhh… Calla. No armes un escándalo. Confía en mí, yo te ayudaré. Espérame en la casita del jardín. Dentro de unas horas pasaré a buscarte y nos iremos, no te muevas de allí.

Al cabo de un par de horas, Diego deja la habitación de Sara. Cyril le estaba esperando en la puerta.

-Tenemos un problema, jefe.

******



Quince años después…

Madame Fiorela avisa a Desiré de que tiene un nuevo cliente. Desiré es su nombre de guerra, ya ha olvidado el que tenía antes… Ahora tiene treinta y tres años, pero sus ojos son viejos, han visto demasiadas cosas… su mirada ha perdido el brillo de la inocencia, la frescura de la juventud se le apagó hace mucho tiempo y, por intensa que sea la sombra de ojos y la máscara de las pestañas, es imposible disimular ese velo marchito que opaca la luz de sus ojos. Quince años lleva siendo Desiré, quince años recluida en un puticlub ejerciendo la prostitución es mucho tiempo, demasiado tiempo…

-Por fin te encuentro… Nunca he dejado de buscarte, nunca. Desde que conseguí escapar de este mundo oscuro he revuelto cielo y tierra hasta encontrarte. Debimos irnos aquella noche, huir cuando tuvimos la oportunidad, pero confié en quien no debía y pensé que no sería capaz de convencerte para que huyeras conmigo. Diego te tenía hipnotizada con su falso encanto, igual que me fascinó a mí, hasta que me di cuenta que todo había sido un engaño. Nuestra vida, todo lo que nos enseñaron, era una falacia, pero ahora volvemos a estar juntas, Sarita.

-¿Blanca? ¿Eres tú de verdad o estoy soñando? –Tampoco la hubiera reconocido, ambas han cambiado demasiado. Una lágrima negra de rimmel resbala por la mejilla de Sara, ahora conocida como Desiré. Finalmente se abraza a su amiga.

-Me las he arreglado para que en unos minutos salten las alarmas anti-incendios –le explica Blanca-, en el barullo podremos largarnos de aquí sin que se enteren. Ponte este calzado más cómodo y esta ropa más discreta.

-¿Sabes que tuve una hija? Me la quitó. Se la quedó él. Me gustaría matarle con mis propias manos.

-No será necesario –la consuela Blanca-. Diego está muerto. Tuvo un accidente aéreo hace unos años.

-¿Crees que podré localizar a mi hija algún día? Se llama Marina...

******


No fue difícil sabotear el avión y simular un fatal accidente. Diego desapareció, se esfumó estallando en pedazos en el aire y así, de esa manera, aceleró la culminación de su gloria. Con su padre muerto, ahora Cyril es el primero. Rey muerto, rey puesto.

Un par de años después del encuentro de Sara y Blanca, el señor Theodoridis, Cyril Theodoridis, luciendo un maravilloso abrigo nuevo recién estrenado, un modelo exclusivo de color negro de lana fría de la colección Armani, acudía a la Academia Vestal con la intención de llevarse a Marina, una preciosa jovencita de cabellos claros, sonrisa fácil e himen intacto.

FIN

domingo, 2 de enero de 2011

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domingo, 5 de diciembre de 2010

EL PRIMERO

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El mayor deseo de Diego Theodoridis, como el de tantos hombres, era el de ser el primero… El primero en una carrera es el que gana, el que sube al podio; el primero en alcanzar la cima en la escalada a la montaña es el que clava su bandera; el primero en conquistar territorios inexplorados es quien se lleva la gloria… Y Diego se guiaba por esa máxima en todos los aspectos de su vida, incluido el sexual.

Theodoridis se habría tenido que conformar suspirando por cumplir su ansiada fantasía, que nunca hubiera podido consumar, de haber sido menos rico o menos agraciado físicamente. Pero ese no era el caso. Diego era un hombre de mediana edad, poderoso, adinerado y muy atractivo. Tenía esa elegancia natural que fascinaba a los hombres y seducía a las mujeres. De habérselo propuesto, cualquiera habría caído rendido o rendida a sus pies, pero al señor Theodoridis nunca le interesó ese tipo de conquista.

Hubiera sido muy fácil si su fantasía hubiera consistido simplemente en follarse a una linda jovencita de himen intacto. De hecho podía jactarse de haber desvirgado a un número incontable de muchachas, pero no sólo era eso. Ahora deseaba mucho más. No sólo anhelaba que la chica fuera virgen, lo que más le excitaba era que, además, la jovencita fuera completamente inocente en todo lo relacionado con el sexo.

Y eso tampoco fue tan difícil de conseguir. En este mundo hay una ley principal que lo gobierna, y no me refiero a una de las leyes de la física, sino a la de la oferta y la demanda. Así pues, para satisfacer a Diego y a otros hombres con sus mismas aspiraciones y poder económico, fue creada la Academia Vestal, situada en uno de esas naciones donde nadie hace preguntas -previo pago de una cantidad determinada-, y donde las futuras protegidas de sus mentores eran confinadas y aisladas del mundo desde que nacían, con el fin de instruirlas, a la par de proteger su inocencia, hasta el momento de su graduación.

Y el momento de Blanca había llegado ya.

*****************************************

Blanca está nerviosa. En un banco del jardín, bajo una de las numerosas video-cámaras de vigilancia oculta en un árbol, la chica intenta mostrar un aplomo que no tiene al despedirse de su mejor amiga, que está tan alterada como ella.

-Por fin vas a conocer a tu tutor, un hombre… ¡Un hombre! –susurra Sarita, emocionada- Nunca hemos visto ninguno… ¿Cómo crees que será? ¿Cómo crees que será lo que hay fuera de la Academia?

-Shhhh… Calla, como la gobernanta se entere que hablamos de temas tabú, nos va a castigar y es posible que se anule mi partida –se inquieta Blanca.

-Oh, venga, no me digas que no tienes curiosidad… No sabes cuánto te envidio. Oh, no nos vamos a volver a ver nunca más… Ojalá pudieras llevarte algo, un recuerdo, algún regalo… -de pronto Sarita se pone triste.

-Ya lo sabes, las normas son las normas –Blanca se traga el nudo de la garganta e intenta sonreir-. No estés triste, tonta… Empiezo una vida nueva. Mi verdadera vida. ¡Voy a graduarme! Pero para eso necesito asimilar y después practicar todas las enseñanzas que me imponga mi tutor. ¿Crees que pasaré la prueba final? Mmmmm… Oye…y… ¿En qué consistirá la prueba final?

-Pues no tengo ni idea, nadie la tiene, pero seguro que la pasas sobradamente. Y tanto que sí… Tienes la mejor nota en Flexibilidad Muscular, la número uno en Resistencia Postural. En las clases de Expresión Oral, además de ser quien mejor se expresa, eres la que más aguanta el palo en la boca, hasta lo más profundo de la garganta, sin que te dé náuseas. Estás sobradamente preparada para cualquier cosa.

**********************************************


-¿Cree que Blanca ya está preparada? –Pregunta Diego Theodoridis en el despacho de la gobernanta, mirando la pantalla donde observa a las chicas-. La veo demasiado joven…

-A su edad yo ya estaba embarazada de mi segundo hijo –sonríe la vieja-, pero claro, eran otros tiempos y en este país hay otras costumbres... No se preocupe, señor Theodoridis. No tendría ningún tipo de problema legal si se diera el caso. La chica no es una cría, es mayor de edad, aunque sigue siendo completamente inocente, absolutamente pura. Está bien adiestrada según sus órdenes. Es de carácter alegre, aunque responsable y muy disciplinada. Nunca ha salido de la academia, y no se ha contaminado de ninguna influencia externa. Su deseo sexual ha permanecido aletargado por los inhibidores químicos que suministramos con el agua en las comidas.

-¿Durante cuánto tiempo seguirán esas drogas haciendo efecto en su organismo cuando deje de tomarlos?

-Tras un par de días su sistema estará completamente limpio… En cuanto esto ocurra, lo más probable es que pueda padecer un cierto efecto “rebote”.

-¿Un efecto rebote? ¿A qué se refiere?

-El deseo sexual que ha permanecido dormido por la química durante tanto tiempo, se le despertará súbitamente. En otras palabras, sus hormonas se alterarán de manera extraordinaria y tendrá una extremada… mmmm… excitación, que seguramente usted se encargará de apaciguar –la vieja gobernanta sonríe de manera desagradable-, aunque si lo desea, le podemos proporcionar un buen suministro de dosis de inhibidores.

-Oh, no… No será necesario. ¿Para qué los iba a necesitar? –se extraña Diego.

-Para continuar privándola de deseo sexual, si su propósito es forzarla. Como comprenderá, no sería violación si la víctima disfrutara con el sexo, por brutal que éste fuera… Oh… No, no me mire así. Muchos de nuestros patrocinadores tienen ese objetivo en mente cuando nos traen a sus pupilas, no es idea mía. Nosotras simplemente nos dedicamos a instruirlas bajo sus directrices.

La mujer sigue hablando, pero Diego prácticamente ni la oye. El seguimiento de Blanca por las cámaras, tras despedirse de su mejor amiga, le ha conducido a su dormitorio. En la pantalla el hombre contempla como la chica se dispone a desnudarse. Desata lánguidamente el lacito azul del cuello de la camisa blanca. Uno a uno va desabrochando los botones de la blusa, hasta quedar totalmente abierta. Al quitársela deja al descubierto un sencillo sujetador blanco que oculta unos pechos menudos. Sentada sobre la cama se desprende de zapatos y calcetines. Se levanta, baja la cremallera de la faldita plisada del uniforme y ésta cae a sus pies. Sus braguitas son también de blanco algodón. La chica abre un cajón y saca un prendedor con el que se recoge el cabello castaño que cae sobre sus hombros. Al inclinarse para recoger la falda, la blancura de su piel revela un par de lunares al final de su espalda. Diego inconscientemente se relame. Así… mmm… tal y como está, en esa postura, inclinada hacia delante… Ay, sí… Se imagina metiendo la mano por el elástico de sus braguitas desde atrás, hasta llegar a acariciar el vello de su pubis. Su polla se enerva rígida cuando piensa en ello, en sus dedos tocando lo que nadie ha tocado nunca, comprobando cuán estrecho es su coñito casto y virtuoso.

La muchacha se pone en pie para quitarse el sujetador y las braguitas. Diego se muerde los labios, se enciende… y, como antítesis, la pantalla se apaga.

-Bien –vuelve a sonreír la gobernanta, que parece disfrutar con la contrariedad que ha provocado en el señor Theodoridis la interrupción de la escena-, ya tengo preparados los documentos y visados necesarios para que pueda sacar del país a la joven sin ningún tipo de problema.

-Viajará narcotizada, ¿no?

-Sí, el viaje en su avión privado durará sólo unas horas, pero es lo mejor para evitar cualquier contratiempo. Cuando Blanca despierte ya se encontrará en el ambiente que usted haya preparado para ella, que seguro que es el más favorable para propiciar su… graduación.

-Perfecto.

***************************************

Cuando despierta, Blanca cree que está soñando. Lo último que recuerda es, tras la ducha, haberse puesto la ropa interior y el camisón. Luego tomó su vaso de leche y… ya no se acuerda de nada más.

Está aún algo mareada en esa enorme cama de suaves sábanas de seda, adornada con un dosel con ricas colgaduras de gasa y puntillas. La decoración de la estancia es como una ilustración de cuento de hadas, como aquellos que leía de pequeña y que terminaban con la incursión de un príncipe –extraño, misterioso y anhelado- que llevaba a la princesa a alcanzar la felicidad.

-¿Te encuentras bien?

La voz grave la sobresalta, a pesar de que su tono es amable. La chica se vuelve hacia donde sale el sonido de esa voz. Su propietario está sentado en un lindo chaise longue tapizado en tonos grises y rosados. Es un hombre.

Blanca intenta tranquilizarse y mirar hacia abajo para no parecer maleducada, pero no puede remediar la curiosidad, así que levanta la vista. Cuando lo hace, se sobresalta… él está de pie junto a la cama y es… enorme.

-Blanca… Mírame. ¿Estás bien?

La muchacha asiente y le mira. No tiene dos cabezas, como Sarita se empeñaba en asegurar, ni la piel verde como un sapo, como murmuraban algunas de sus compañeras. De hecho es similar a ellas, a las mujeres; es parecido, pero distinto. Aparte de la voz más áspera, es mucho más corpulento y parece muy fuerte. Lleva el cabello muy corto, Su rostro es anguloso, su barbilla más cuadrada y sus labios finos. Sus ojos grises la miran divertidos.

-¿Qué tal? ¿Qué te parezco? ¿Demasiado feo? –sonríe Diego.

La chica no sabe qué decir y asiente nerviosa. Luego niega ruborizada y Diego rompe a reír a carcajadas, lo cual aún asusta más a Blanca, que da un respingo cuando él se sienta sobre la cama.

-Oh, no… No tengas miedo de mí. No voy a hacerte daño, sino todo lo contrario. Relájate... Nunca te obligaré a hacer nada que no quieras hacer… Quiero que te encuentres cómoda aquí, así que cualquier cosa de desees o necesites, no tienes más que pedírmelo. ¿De acuerdo?

-Sí, señor.

-No, no me llames señor. Llámame Diego.

-De acuerdo, Diego –la chica trata de sonreír, algo más tranquila-. Y… esto… ¿cuáles son los planes para hoy? ¿Tengo que hacer algún examen previo? Es que no sé…

-No, no. Nada de exámenes. Los planes para hoy van a ser simplemente satisfacer nuestra mutua curiosidad y contemplarnos sin reparos. ¿Te parece bien? Perfecto, pues. Si no te importa, me tumbaré en la cama mientras disfruto de tu belleza.

Libre de cualquier tipo de pudor por mostrar su desnudez, Blanca consiente y se levanta de la cama. Sin ninguna afectación o coquetería, sino como algo completamente natural, se desata los cordones de los tirantes de su camisón y la prenda de seda se desliza, cosquilleándole la piel. Con la misma naturalidad se quita el sujetador y las braguitas.

-Ven, acércate más… Ahora date la vuelta, así, que te vea bien… Mmm… Me encantan esos pezoncitos rosados, y ese culito respingón. ¿Puedes sentarte en el sofá y abrir las piernas?

La chica obedece con una sonrisa y abre las piernas hasta el máximo, formando un ángulo de 180 grados, pensando que le está demostrando su elasticidad muscular. Diego alaba la flexibilidad de la complacida muchacha, aunque está más interesado en contemplar la rajita que exhibe entre los carnosos labios y que tiene al alcance de la mano. Reprime con mucho esfuerzo el deseo de tocarla… Paciencia, Diego, paciencia… -se dice a sí mismo-, no adelantes acontecimientos. Si la tocas ahora puede sentirse incómoda. Es mejor aguardar… Además hay que contar con el aliciente de la espera, que hace que todo este juego sea mucho más excitante.

-Ahora me toca a mí. Quédate ahí sentada.

El hombre se quita el blusón negro, dejándose puestos sus pantalones bombachos, y mostrando su torso desnudo.

-Eres… plano. ¡No tienes tetas! Anda, mira, tienes pelos en el pecho –se asombra la joven.

Diego sonríe, se da la vuelta, se quita los pantalones, y después se gira. Al ver el miembro erecto, la chica ahoga un gritito, tapándose la boca.

-¡OOOOH! ¿Qué es esoooo? Tienes ahí un… ¡un palo! ¿Para qué tienes un palo entre las piernas?

-No es un palo, es mi polla. ¿Quieres tocarla?

-¿Puedo? –Blanca se levanta fascinada y la toca con un dedo, primero tímidamente, y después la mantiene agarrada desde la base-. Oh, no sé por qué, pensaba que estaría fría, y está calentita. Uis… ¿Y eso?

-Son los huevos…

-¿Tu polla pone huevos, como las gallinas?

-No, no –Diego se ríe a carcajadas-. Son los testículos, aunque también se llaman huevos o pelotas por su forma. Mira, puedes tocarlos con cuidado, así, sin apretar, con la palma de la mano. Así… mmmm… me gusta…

-¿Te gusta que te toquen los huevos? –le pregunta Blanca sin dejar de acariciarle y Diego vuelve a reír a carcajadas.

-Sí, es muy agradable. ¿Te gustan a ti las caricias?

-Sí, claro. Aunque tengo cosquillas….

Las manos de Diego pasean por sus caderas, se demoran en las nalgas, acarician el vello púbico y, finalmente, se recrean acariciándole los pechos y rozando con los pulgares los pezones, que se endurecen al contacto. Sigue tocándolos, agarrándolos con suavidad con las yemas de los dedos.

-¿Sientes algo? ¿Te gusta?

-Pueees… Bueno, no me disgusta… aunque prefiero que me rasquen la espalda. Saqué muy buenas calificaciones en masajes. ¿Quieres que te dé uno?

-Sí, claro, me encantaría comprobar tu destreza manual. En estos momentos me apetece muchísimo un masaje de polla. ¿Me lo harías?

-Oh, vaya… Nunca he hecho ninguno de polla… no sé si sabré… ¿Esto es importante para mi graduación?

-Sí, sí, lo es y mucho. Pero tranquila, que sí que sabrás, no te apures. Yo te enseñaré cómo tienes que hacerlo. Ven, siéntate aquí, a mi lado, que estaremos más cómodos.

Siguiendo sus indicaciones, la mano de la chica sube y baja con ritmo regular. Diego siente ya la polla a punto de explotar. Desde hacía mucho tiempo que no estaba tan, tan excitado… Ella se inclina, para observar atenta y curiosa como la piel cubre y descubre el húmedo glande, algo turbada por los jadeos de Diego, que siente que está a punto de correrse y que sabe que va a hacerlo en la cara de la chica, lo cual le excita muchísimo más.

La corrida es inminente… El primer chorro, que sale con fuerza, rocía su frente y su pelo. La chica da un gritito, desconcertada y asustada, así que Diego sostiene suavemente con una mano la cabeza de la muchacha para que no la aparte, y con la otra mano rodea la mano de Blanca y se asegura de que siga sacudiendo su miembro y que continúe manando el surtidor de semen que, chorro a chorro, se estrella contra sus ojos, su nariz y su boca.

****************************************************

-Fue muy excitante, Cyril. Ella no sabía lo que estaba pasando y se asustó un poco, pero yo la tranquilicé. La he dejado un momento para que se asee y que curiosee a sus anchas la habitación y el jardín y para que se pruebe los vestiditos que tiene en el armario. Esta noche cenaré con ella. Estoy deseando que me chupe la polla… Se me vuelve a poner dura sólo de pensarlo…

-¿Y ella está conforme con todo lo que usted le pide? ¿No le pondrá ninguna pega más adelante? Debería considerar la posibilidad de que…

-Oh, venga, Cyril… ¿por qué me iba a poner alguna pega? Ella no cree que esté haciendo nada malo… De hecho, no sé por qué el sexo tiene que ser considerado como algo malo, ¿no crees? Blanca no sabe nada de sexo, y yo, como su tutor, le estoy enseñando, sobre todo a complacerme. Haré que lo desee, que ansíe follar. Tendrá tantas ganas que me suplicará que se la meta hasta el fondo, y cuando llegue el momento, tendré su coñito vibrando, derritiéndose en mi boca, pidiéndome más… y yo le daré lo que me pida.

-Tendrá ganas de follar a causa del notable aumento de su líbido, porque ya no toma esas drogas que la castraban químicamente –objeta Cyril.

-Sé lo que piensas, Cyril. Bajo tu aparente rechazo a esta... mmm… experiencia mía, percibo algo en ti que está lejos de esos supuestos valores morales que tratas de defender. Simplemente es envidia. Tú has visto a Blanca cuando estaba inconsciente. No me negarás que es una joven preciosa. Te mueres de envidia por estar en mi lugar. Desearías que esta noche fuera tu polla la que se metiera en esa dulce boquita y sentir su lengua juguetear lamiendo y lamiendo… pero lamerá mi polla y mis huevos, Cyril, no los tuyos, por eso te pones así, de mal humor, y no te alegras por mí. ¿No es verdad, estimado Cyril?

-Sí, es posible, señor –finalmente su asistente inclina la cabeza porque sabe que con el jefe nunca se debe discutir. En el fondo también piensa que lo que ha afirmado Theodoridis sobre él no es tan desacertado. Muchas veces en su vida, Cyril deseó cambiarse por su patrón, pero nunca tanto como desde que vio a Blanca.

Cyril se retira finalmente con el gesto algo torcido y Diego sonríe.

Diego es un hombre al que le encanta alardear cuando consigue lo que quiere. Ser el primero en ganar una carrera o en subir a una cima no sería lo mismo si nadie se enterara de la hazaña, y como esta experiencia no la puede compartir con cualquiera de sus amigos, para eso, entre otras cosas, está Cyril, su asistente personal, su hombre de confianza, para hacerle los dientes largos y jactarse ante él.

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Blanca pensó que no había acertado con el vestido que llevaba puesto y que Diego se había disgustado. Sin embargo el hombre arguyó que hacía mucho calor y que prefería que estuvieran desnudos, que era mucho más cómodo. A la joven le confortó saber que su tutor no estaba molesto con ella y se ruborizó complacida cuando él volvió a alabar la belleza de su cuerpo y la suavidad de su piel. La cena transcurre con normalidad, en un ambiente distendido, aunque ambos apenas prueban los platos hasta llegar al postre.

Diego vuelve a mojar la fresa en la salsa de chocolate y la lleva a la boca de la chica. El dulce líquido resbala por sus dedos y Blanca los lame golosa. El hombre siente otra sacudida entre sus piernas al meterle a la chica los dedos untados con chocolate en la cálida boca, que ella va chupando uno a uno con fruición y glotonería.

-Nunca había probado nada parecido… ¿Chocolate? ¿Se llama chocolate? Está buenísimooooo…

-Sí, lo sé. ¿Estás contenta? ¿Te sientes feliz aquí? –en cuanto la chica asiente, Diego prosigue-. Yo también me siento gustoso por tenerte a mi lado. Me hiciste gozar mucho esta mañana, cuando me hiciste la paja. Sé que cuando me corrí, los chorros de semen te sobresaltaron, pero esa es la consumación, es decir, la señal de que lo has hecho muy bien. Si quieres saber una cosa, sólo de pensarlo, se me está poniendo muy dura y vuelvo a tener ganas.

-¿Quieres que te haga otra paja? –se ofrece Blanca, con una sonrisa cándida.

-Mmmmm… Me gustaría que me hicieras algo mucho más placentero… -el hombre vuelve a mojar el dedo índice, esta vez en el cuenco de la nata, y se lo vuelve a meter en la boca-. Quiero que me hagas una mamada. De la misma manera que estás chupando el dedo, quiero que me chupes la polla. ¿Sabrás hacerlo?

Blanca se arrodilla ante él y siguiendo las instrucciones de su tutor comienza lamiéndole los testículos. Continúa lamiendo el tronco desde la base, pasando la lengua en grandes lametones, hasta llegar a la punta, donde se entretiene rodeándola, rozándola con la lengua repetidamente. Hay una especie de sustancia algo viscosa en torno al agujerito del extremo. Blanca la chupa. No sabe dulce, aunque tampoco es amargo. Es un sabor raro, pero no es desagradable. Diego no reprime sus jadeos cuando la chica se mete la polla en la boca. Acostumbrada al entrenamiento con el palo de jade en la Academia Vesta, Blanca puede inhibir el reflejo de la náusea, por eso aunque su polla es de un considerable tamaño, la muchacha es capaz de engullirla sin atragantarse.

-Así, así… Cuidado con los dientes, despacito… qué bueno… Vuelve a hacer eso con la lengua… mmmmm… Sigue, sigue así, guapa, joder, qué bien lo haces…

La chica continúa con la mamada hasta que llega el momento en que Diego no puede resistirse más. Arrebatado, rodea con las piernas el torso Blanca y le sujeta la cabeza con una mano, mientras que sus caderas se impulsan, hundiendo profundamente la polla en la boca. Así la mantiene durante unos segundos, hasta que empieza a moverse rítmicamente con ímpetu, golpeando la campanilla en cada brusca acometida.

Blanca lagrimea y se ofusca, nerviosa, con toda esa masa de carne dura embutida hasta el fondo de su garganta. Trata de relajarse, respirar hondo por la nariz y tensa los músculos de su faringe en cada metida para no sentirse sofocada. Esta presión en la punta de la polla provoca aún más placer en el hombre.

-Oh, diosssss… Me voy a correr ya, nena, sigue chupando ahora, no pares y trágatelo todo, sí, sí, síiiii…

Y Blanca lo hace, agradecida de que él haya dejado de embutirle la polla en la garganta pues los fuertes chorros de semen la hubieran atragantado y se le hubiera salido la leche por la nariz. La chica chupa y traga hasta que la polla de Diego deja de sacudirse en espasmos.

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Echa de menos a sus amigas, sobre todo a Sarita. La extraña muchísimo. Le encantaría contarle todo, lo de sus lindos vestidos, la preciosa habitación, las atenciones que Diego tiene con ella, y los masajes que le hace ella con la mano y con la boca en ese raro palo que tiene entre las piernas, y que terminan con una sorprendente y divertida explosión de leche de hombre vertida en su boca, o en su pecho o en su cara. Ahora que ha terminado la mamada, Diego la ha dejado sola y es en esos momentos cuando más añora a Sarita.

Blanca pasea por el solitario jardín y se detiene en la fuente. Esta noche hace calor, así que se desprende de la batita de seda, entra en el pilón y comienza a chapotear bajo los chorros de agua fresca. Algo se mueve tras unos arbustos.

En cuanto la ha visto paseando en el jardín desde las cámaras de vigilancia, Cyril ha salido. Sabe que no debería estar ahí, tan cerca de Blanca, pero una cosa es lo que le dice la razón y otra cosa es ese impulso irresistible que le obliga a ocultarse tras los setos del jardín y observar a la chica que se baña desnuda en la fuentecilla. Es preciosa… Juega y ríe como una niña, pero posee un cuerpo voluptuoso de mujer sensual.

Cyril no soporta lo que el señor Theodoridis está haciendo, por mucho que él lo justifique argumentando que lo del pequeño Dalai Lama es mucho peor, ya que privan a un niño de toda su infancia, encerrándole en un convento, sin amigos, sin música, sin sexo durante toda su vida. Lo mismo ocurre con las jovencitas novicias en otros conventos, que desde muy niñas se las priva de todos los placeres. Cyril también desaprueba eso, por eso mismo no disculpa que su jefe le haya robado la vida a esa muchacha, simplemente para educarla en satisfacer sus perversiones. Se le revuelven las tripas al pensarlo.

-¿Quién hay ahí? –se asusta la muchacha.

Antes de que se ponga a gritar, Cyril sale de su escondite hacia la luz, con los brazos en alto.

-Tranquila, Blanca. No voy a hacerte daño. He oído un ruido y he venido a comprobar que todo iba bien. Mi nombre es Cyril.

-Ah, ¡hola Cyril! –La muchacha le sonríe abiertamente, saliendo de la fuente. ¿Eres amigo de Diego?

-Trabajo para él. Oye, ¿no deberías ponerte algo encima? –Le increpa algo brusco.

No es que al chico le incomode ver a una mujer desnuda y mucho menos una mujer tan bella como esa, pero por una extraña razón que no logra explicarse se siente profundamente irritado porque la muchacha no ha hecho en ningún momento el gesto de cubrirse, y sigue desnuda sin mostrar ningún recato.

-No, no hace frío. Estoy bien –la muchacha se le acerca más para observarle con atención y saciar su curiosidad.

Es un hombre. Otro hombre. No es tan alto y corpulento como Diego, parece más joven y lleva el pelo distinto, un poco más largo. El rictus rígido de los labios apretados y el ceño fruncido no le hace parecer demasiado agradable.

Ahora que la chica está más cerca de las farolas se pueden percibir las gotitas de agua brillando sobre su piel. Cyril contempla deslumbrado y muy excitado como una gota resbala desde sus cabellos mojados, baja por sus hombros y llega hasta el pezón derecho, donde se detiene unos segundos para caer sobre su muslo. Le jode que se le haya puesto dura la polla, le jode tener la boca tan seca que mataría por lamer cada una de las gotas de agua que se deslizan provocativas sobre su piel. Le jode saber que es el señor quien va a saciarse en ella.

-¿Sabes si Diego va a venir de nuevo a mi habitación? –pregunta la chica sonriéndole de nuevo.

-¿Y para qué quieres que vaya? –masculla con rabia-. ¿Para follarte? ¿Ya te ha follado? ¿No? Pues eso lo único que quiere de ti, sólo quiere follarte.

-¿Follarme? –murmura Blanca entre confusa y sobresaltada por el tono crispado de Cyril.

-Sí. Meterte la polla hasta el fondo y follarte hasta correrse. Eso es lo que te va a hacer.

-Ah, sí. Me ha follado la boca… ¿Te ha dicho si lo he hecho bien? Si no lo hago bien, no me voy a poder graduar.

-Oh, dios… Eres una estúpida. No sabes nada de nada, ¿verdad? ¡Quiere meterte la polla en el coño! ¡Seguro que también te quiere meter la polla por el culo!

- Tú también tienes polla, ¿no? ¿Tú lo has hecho? ¿Te has follado a alguien? ¿Es…? ¿Es eso malo?

-Bueno, sí… o sea… no, no es que sea malo, bueno, depende… Oye, tengo que irme ya y sería mejor que tú volvieras a tu habitación. Si no quieres meterte en líos, sería mejor que no dijeras que me has visto.

El hombre se aleja con paso decidido y los puños apretados. Blanca recoge su bata y se queda desconcertada por la extraña conversación que ha tenido con ese Cyril y por su inexplicable cólera hacia ella. Cuando iba a volver a su alcoba, decide seguirle. Éste atraviesa el jardín, tuerce por un sendero hacia la izquierda y llega a una pequeña casita. Allí golpea la puerta un par de veces y le abre una joven menuda y bonita que lleva un ligero vestido de flores.

Blanca duda un momento si acercarse o no. Es posible que Diego haya acudido a verla en su cuarto y ahora la esté buscando. Pero también es posible que no vuelva hasta mucho más tarde y está tan aburrida allí sola… La ventana está abierta y se oyen jadeos y suspiros. La curiosidad es superior a cualquier otro pensamiento, así que Blanca se aproxima sigilosa.

El vestido de flores está en el suelo, junto a la ropa del hombre. La observadora contempla fascinada esa especie de danza exaltada de cuerpos desnudos, de pie, uno frente al otro, donde manos y bocas ardientes besan, muerden, presionan, escarban, incitan y apremian la piel y el deseo. Los labios de Cyril saborean los pezones de la chica, y ésta gime anhelante. Sus gemidos se vuelven más intensos cuando los dedos de él se pierden en su entrepierna. La dirige hacia una mesa y allí ella se tumba, expectante, con las piernas abiertas y las rodillas flexionadas.

Blanca no pierde detalle de la visión del coño depilado de la mujer y de cómo los dedos de Cyril se le introducen en ese orificio ovalado y brillante. Él se da la vuelta y Blanca confirma que sí, que Cyril también tiene polla y que la tiene bien dura. El hombre se agacha y busca en un bolsillo de su pantalón. Extrae un papelito que rasga y saca una especie de arito de plástico. Observando con más atención Blanca advierte que no es un aro sino una especie de funda transparente que el joven va desenrollando y acoplando a su miembro. Contempla fascinada el primer plano de cómo la punta de la polla tienta el agujerito y segundos después penetra por completo. Si la danza inicial parecía algo caótica, ahora ya no. Es como un baile rítmico de agitación acompasada; las caderas de ambos se mueven acordes, permitiendo que la polla salga y entre del coño sin parar. Los jadeos se incrementan cuando la velocidad del movimiento se acentúa.

Blanca se acerca más a la ventana para observar detenidamente el rostro de la chica, por si hubiera alguna mueca de dolor, pero no parece que lo que le está haciendo le sea desagradable, sino todo lo contrario, ya que, cuando Cyril se para y la mujer se da la vuelta, poniéndose de espaldas, ella le insta a que continúe con un “¡oh, diossss, fóllame, fóllame, así, así, no pares, diosss, qué bueno, sigue, sigue…!

Y eso hace Cyril, obedece, se agarra a sus caderas y sigue follándosela con entusiasmo hasta que dice que se va a correr. La exaltación crece en varios gemidos intensos y sacudidas hasta que se detienen, respirando agitadamente. Al cabo de unos segundos, el hombre saca la polla y se quita la funda donde ha quedado retenido el semen.

La espía da unos pasos atrás. Ya ha visto bastante… Está sofocada por una especie de calor interno, como si estuviera febril, y tiene una sensación rara, como un hormigueo en las entrañas, que se le va extendiendo y le eriza la piel. Muy excitada vuelve caminando por el sendero del jardín hacia su habitación, abre la puerta y allí está Diego, sobre la cama, esperándola.

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Las manos experimentadas de Theodoridis saben lo que se hacen. Acarician el cuerpo de Blanca como un arpista haría con su instrumento, con la misma delicadeza e inspiradora maestría, rozando sutilmente los pezones, que se mantienen duros no sólo por efecto del contacto, sino por la evidente excitación de la joven. La agitación de la chica es mayor cuando Diego la tumba sobre la cama y sus labios se pasean por sus pechos, chupeteando sus pezones de manera insistente, obstinado en hacerla gemir de placer. Le gusta verla así, derretidita por él, sin saber lo que le ocurre pero pidiéndole más. Es como una gatita en celo, temblorosa y ávida de sexo, y él va a darle todo y mucho más.

-Ven aquí, siéntate… Nunca te has sentido así, ¿verdad? –susurra Diego, sentándose detrás de ella, mientras sus manos no dejan de acariciarla, y ella niega con la cabeza-. No, nunca te has masturbado, nunca te has corrido, nunca has sentido lo que vas a sentir conmigo esta noche. Te voy a regalar el placer más inmenso que puedas imaginar, voy a hacer que te corras, así como estás, tan mojadita, voy a meterte la polla en ese coñito nuevo y sin estrenar. Lo haré despacio, con cuidado… sé cómo hacerlo para no hacerte daño. Sentirás sólo una pequeña molestia al principio, pero no te preocupes, es algo normal.

La mano de Diego llega a su entrepierna y los dedos se empapan de sus fluidos. Uno de los dedos tienta la rajita, abre los labios y sube… Cuando roza el clítoris la chica da un gritito y clava las uñas en la pierna de Diego.

-¿Quieres que pare? Si no lo deseas, si no deseas que te folle, me iré. No voy a hacer nada que no quieras que haga, ya te lo dije. ¿Quieres que lo haga, entonces? ¿Quieres que te coma el coño? ¿Quieres que te folle? Dímelo, dime lo que quieres…

-No… No pares. Por favor, no pares… Quiero, quiero que sigas, que me comas el coño, sí, sí, hazlo, quiero que me folles, quiero que me folles, mmmm…

Blanca, sentada delante de Diego, siente su polla detrás, rozando su espalda y sus nalgas. No sabe exactamente por dónde va a meterla y si estuviera más serena pensaría que físicamente es imposible, que esa maza dura de carne no le cabe de ninguna de las maneras, pero no está en condiciones de pensar en otra cosa salvo en las ganas que tiene de sentir esa polla dentro, que Diego se la meta como Cyril hacía con esa chica. Volver a recordar esa escena la calienta mucho, mucho más, y desea desesperadamente que la siga tocando ahí, que no pare de hacerlo.

Diego lo hace despacio, la lengua rodea el clítoris y lame con tiento, y cada vez que lo hace la chica se tensa y gime. Sabe que está ya a punto de correrse, por eso se detiene. La chica se lamenta con un quejido, mas al instante el hombre está sobre ella, con una mano sitúa la polla rozando la entrada, luego vuelve a apoyarse con las palmas de las manos en el colchón y los brazos estirados. En cuanto se deje caer ocurrirá. Espera unos instantes, saboreando el momento, recreándose en el bello rostro de la chica que mantiene la respiración, expectante.

Por fin se deja caer y la va penetrando, sintiendo la estrechez que abraza su polla, notando la resistencia del himen, que no tarda en vencer.

Blanca da un gritito, oh dios, es horrible, siente como fuego en su interior, duele, pero intenta soportarlo con valentía, se muerde los labios intentando que no se le escapen las lágrimas, pero es que es como si la estuviera taladrando. Eso no es lo peor… porque ahora él se mueve, saca la polla y la vuelve a meter. A pesar de que Diego va despacio, su polla es grande y gruesa, y Blanca llega a pensar que la va a partir en dos, sobre todo después de las primeras metidas, ahora que entra y sale con algo más de facilidad, el ritmo va aumentando, y lo que eran ligeros movimientos de empuje, ahora son enérgicas embestidas.

Diego se detiene durante unos instantes y se incorpora. El suspiro de alivio de Blanca, pensando que todo había terminado ya, le dura poco, ya que el hombre coloca un cojín bajo el culo y le pide que suba sus piernas y las apoye en sus hombros. A él le encanta esa postura, ya que la penetración así es más profunda y tiene mayor libertad de movimientos. Mientras mueve sus caderas, lame uno de sus dedos y comienza de nuevo a estimular el clítoris de la chica.

-Ya ha pasado lo peor, cielo. Ahora es cuando voy a hacerte disfrutar. Sólo déjate llevar… mmmm… verás cómo te gusta… dios… a mí me encanta, me encantas…

El fuego que parecía apagado por la incomodidad y el dolor prende de nuevo, en cada roce de sus dedos, en cada metida de su polla. Primero son como pequeños chispazos que la hacen vibrar. Esos destellos se van convirtiendo en llamaradas, fogonazos intensos que sacuden su cuerpo, que la incitan a bascular sus caderas hacia él.

-Te gusta… Te gusta lo que te hago, ¿no es cierto? ¿Quieres más? Espera, ansiosa, jajaja… Ponte arriba, ven, así… Así, así… Qué tetitas más lindas…

Las piernas de la chica son fuertes y resistentes. Primero sentada y luego en cuclillas le cabalga en una especie de rapto apasionado. El fuego es cada vez mayor, necesita continuar, necesita moverse, rozarse contra él, hacer que esa polla dura se le inserte bien adentro una y otra vez.

-Échate hacia atrás… mmmm… así, date la vuelta, qué culito tienes… -Diego jadea extasiado… la chica es magnífica y se deleita con las vistas de su culo prieto basculando mientras ella salta sobre él. Cuando la muchacha incrementa el ritmo, Diego la frena.

-Joder, me estás matando de gusto… Shhhh… no, no… espera, fiera… No te corras aún. Quiero verte la cara cuando te corras. Quiero ver ese primer orgasmo, quiero ver ese placer en tu cara.

Theodoridis vuelve a colocarse sobre ella. Desearía que no terminara nunca, estar follándosela toda la noche, mas piensa que ya no podrá contenerse durante mucho más tiempo.

Blanca vuelve a gemir. Lo que siente dentro va creciendo, y creciendo… tanto, tanto, que es demasiado grande para dominarlo, demasiado intenso. El estallido de placer la asusta, y gime sacudiéndose, perdiendo todo control y arañando con violencia la espalda de Diego. El orgasmo hace que corazón se le desboque, golpee su pecho con fuerza y apenas pueda respirar. Sus músculos internos se contraen con fuerza y la joven, fuera de sí, siente como esa polla se le inserta con mayor ímpetu y llega a creer que esa deliciosa explosión de placer va a acabar matándola, y aún en ese caso, desea que continúe.

La visión de su rostro sudoroso, el temblor en sus labios al gemir… Diego no pierde detalle de su trance, y le excita sumamente sentir debajo de él su joven cuerpo cimbreante, las uñas clavadas en su espalda, y sobre todo las contracciones que siente palpitantes en su polla.

-Me corro, nena, yo también me voy a correr ya…

Tras unas cuantas sacudidas más, el semen deja ya de salir. Diego se deja caer sobre Blanca, respirando agitadamente. Al cabo de un momento, saca la polla y contempla su cara arrebolada y sus ojitos brillantes.

-Ya te has graduado, Blanca. Excelente.

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-Oooh… sí, Cyril, fue magnífico, te lo puedo asegurar. En un principio estaba desvirgando a una chiquita llorosa, pero al poco tiempo de meterle la polla hasta lo más profundo, ya era toda una loba, ansiosa de que le dieran caña. No sabes lo fuerte y lo flexible que es, puedes probar con ella cualquier postura, todo, todo… Pude hacerlo todo... Por cierto, hiciste muy bien lo que te pedí. La pusiste a mil cuando te vio follar con aquella chica en la caseta. Estaba tan excitada que la sentía como arcilla en mis manos, moldeando su placer, hasta que se corrió gritando. Las contracciones de su coñito estrechito eran tan fuertes que hizo que me corriera también, y eso que sabes que yo aguanto mucho, y que pretendía estar follándomela durante más tiempo, pero es que… joder, Cyril, fue increíblemente excitante…

-Sí, señor, me lo imagino –contesta el asistente, contrariado-. Señor Theodoridis, su esposa llamó esta mañana para recordarle que esta noche debe asistir a la cena de recaudación de fondos para la PCTL. Una ONG ecologista.

-Sí, no lo he olvidado. Supongo que has llamado para que preparen mi avión privado.

-Sí, señor. Todo está dispuesto. Mmm… esto… señor… ¿Y la chica? ¿Ahora qué pasará con ella?

-Bueno, ahora ya no me interesa. Ya me conoces, una vez desvirgada, no me apetece en absoluto seguir follándomela. El juego ya ha perdido la gracia. He pensado que debería enviarla a uno de mis clubs de lujo asiáticos o de Oriente Medio. Tiene muchas habilidades que los clientes sabrían valorar y sería una buena fuente de ingresos.

-¿Y ella aceptará convertirse en puta en uno de sus clubs?

-No seas tan quisquilloso, joder. ¿Puta? ¿Por qué no? Ha sido educada para complacer a los hombres, así que el oficio le viene que ni pintado. Además, ¿qué tiene de malo ser puta? Esta chica es completamente ignorante con respecto a todo y creerá cualquier cosa que le diga su tutor. Y yo, como tal, considero que se ha graduado con una nota inmejorable y que, por lo tanto, debe pasar a un nivel superior, donde pueda ejercitar y experimentar hasta licenciarse en el glorioso oficio del arte de follar. Te aseguro que estará encantada.

Cyril va a replicar, pero decide no hacerlo. Su jefe sigue hablando:

-Mientras tanto, estos días no te necesitaré, Cyril. Puedes ocuparte tú de ella, ya sabes... Supongo que sufrirá una especie de mono por la falta de drogas inhibidoras, así que estará muy salida. Follátela si quieres o cómprale un buen vibrador. Eso sí, ten una cosa en cuenta. El culo ni tocarlo. Su culito es mío –Diego le guiña el ojo y sonríe de forma socarrona-. Me gustaría sodomizarla a mi vuelta, antes de que emprenda su viaje a Asia. Esta polla se encargará de desvirgar también ese ano estrechito y divino.

El joven asiente, mordiéndose los labios.

CONTINUARÁ